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@monaenbici

Este paraíso silvestre se presenta como parte del proyecto del Golfo de Guayaquil que pretende potenciar los sitios turísticos de la ya proclamada Bahía Histórica.

Parecía que habíamos llegado a un pueblo fantasma. El silencio hacía un gran dueto con la brisa del mar. Antes había visitado el manglar saliendo desde la Playita del Guasmo, ahora íbamos a salir desde el mar. La carretera a Puerto El Morro parece de los 90, aún así el viaje vale la pena.

Por un instante volví a ser niña. Ver un sin fin de barcos pesqueros anclados a la orilla, observar desde un muelle rustico pero bien elaborado esa majestuosa imagen nos hizo sonreír. Dis

frutas más un lugar cuando no te creas expectativas, cuando no empiezas a comparar.

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El Refugio de Vida Silvestre Manglares El Morro está influenciada directamente por las corrientes marinas que llegan del Pacífico y las aguas dulces de la entrada del Golfo de Guayaquil. Son 10 130 hectáreas de áreas protegidas. Un paraíso silvestre a pocos kilómetros de Villamil Playas en la provincia del Guayas.

Don Agapito es pescador. Tiene 71 años, hace poco se enfermó pero salió bien librado. Dice que el secreto es el pescado de esta zona costera. “El pez resultado del agua dulce y el agua salada te hace fuerte y resistente. Aquí se consigue el mejor marisco. El más fresco y el más sano” asegura sonriendo. En su tercera edad se mantiene bien parado, es como si los años no le pesaran, como si de veras fuera feliz.

Tres asociaciones hacen turismo en Puerto El Morro: Fragatas y delfines; Ecoclub Los Delfines; y Puerto El Morro Tours. Un recorrido corto de avistamiento de delfines cuesta alrededor de $5, mientras que un recorrido largo de avistamiento de delfines y aves cuesta $8.

Parece frío pero no lo es. Luis, el eterno acompañante de la monaenbici, saltó de la felicidad cuando vio el primer delfín. Son mágicos. Están en su habitad natural, y saltan y juegan. Nos mojan. Salen en grupos de tres, luego de cinco, luego de seis. Son gris oscuro y hacen sonidos, como chillidos para comunicarse. En su cabecita tienen un agujero por donde botan agua. Nos mojan, nos mojan, nos dejamos mojar.

Vamos hasta una pequeña isla con cientos de pájaros. El silencio es importante. Oír su vuelo, su trinar, para entender al manglar y el por qué estas aves se quedan algunas mucho tiempo, otras solo de paso. Pensar que Guayaquil está construido sobre esto. Hay cangrejos, moluscos y mucho lodo. María Fernanda Cortez, técnica del Ministerio de Ambiente y encargada de la zona, manifiesta que los manglares son claves para la protección del perfil costero contra la erosión eólica.

Hay piqueros patas azules y fragatas. Hay islas e islotes. Hay un farallón. Se pasa de agua dulce a agua salada en un chistar. De regreso al muelle hay varios puntos de comida. No siempre están abiertos, aún el turismo no es lo suficientemente explotado aquí. Sin embargo, la comida, tal como manifestó Agapito, es de las mejores que puede probar un paladar costeño. Bueno, bonito y barato. La barriga se va llena y el corazón se va contento.

Como parte de su gastronomía, El Morro (el pueblo) ofrece una tradición de más de 100 años, el pan hecho en horno de leña. Este pueblo, fantasmal y mágico, queda a una hora y media de Guayaquil yendo por la vía a Villamil Playas, la zona ofrece atractivos y facilidades que se están desarrollando poco a poco gracias a la intervención de quienes quieren que esta área protegida sea más que solo un punto olvidado.

Recomendado para ir en familia. No hay infraestructura hotelera ni mayores facilidades turísticas. Sin embargo, tiene el potencial natural para ser un gran atractivo que se debe visitar.

Kristel Freire