@Johanfetamino

 

El transporte público es un ser viviente, tiene organismos que van y vienen, que al mismo tiempo lo mantienen con vida con los 25 centavos que pagan, porque estos monstruos de metal también necesitan dinero. Como usuario obligatorio de buses, provinciales e interprovinciales, veo a diario a distintos personajes: pasajeros, vendedores e incluso solo locos conocidos que se la pasan errando en el transporte porque para eso nacieron.


Entiéndase, desconocido pero estimado lector, que voy a hablar de buses, lugares en donde las personas están a la defensiva y a diario terminan asaltadas, por ende, se me hará un poco difícil usar las elegantes palabras que alguno de ustedes desea para «embellecer el texto».

Al momento de escoger un bus, la prioridad es encontrar uno que te deje lo más cerca a tu destino, y así hice en aquella mañana de sábado. Subí a la FBI (Flota Babahoyo Interprovincial) disco 37, con el mismo ánimo de siempre. Al momento de arrancar, había alrededor de 30 personas en el transporte, entre ellos un conocido por los viajeros. «Buenos días, amables pasajeros que el Señor me los bendiga, mi nombre es Juan Carlos Campi Parrales…» esa es la presentación de Cañita, quién es conocido por la comunidad viajante babahoyorkina desde hace bastantes años. Juan Carlos ya era popular antes de eso, su reputación data de varias balaceras, robos a mano armada y una que otra «casualidad humana» intencional de las que ya no se habla. Siempre inicia su discurso saludando y contando su historia de redención, su carrera delictiva terminó luego de tener una epifanía mientras estaba herido de muerte cuando uno de sus asaltos terminó mal. Cañita hizo una oración en la que entregaba su vida a su deidad favorita, siempre y cuando lo saque vivo de ésa situación, bien pues… Funcionó. Ahora, Juan Carlos es líder juvenil de una iglesia -otro dato que siempre menciona-, visita centros de rehabilitación y trabaja en los buses. Digo «trabaja» porque en realidad lo hace, luego de contar su historia y, eventualmente, predicar, termina vendiendo cosas. A veces son caramelos, en otras películas, pero lo hace siempre con la misma predisposición.

El discurso de Cañita vende, todos le compran, a excepción de un miserable avaro que escribe crónicas de barrio, que estaba chiro. Juan Carlos decide sentarse a mi lado hasta llegar a Jujan, en ese trayecto me habló de las distintas misiones que Dios le ha hecho hacer y lo bien que se siente, de Barcelona y de su hijo, que si entendí bien, es abanderado de alguna escuela. Al llegar a Jujan, se bajó despidiéndose y declarando bendiciones para todos, para ese momento el público había llenado el auditorio. De todos los vendedores que suben y bajan de los buses, siempre existirán esos que tienen su marca distintiva o que por lo menos hacen algo de más. Eso es lo genial de encontrarse este tipo de personas, nunca sabes bajo qué curiosas circunstancias están haciendo lo que hacen.

Volviendo a la FBI disco 37, que ya pasaba una parroquia llamada «tres postes», parecía que ningún otro entrañable personaje iba a aparecer, sn embargo, lo hizo. Un hombre negro, bastante alto, vestido como abogado y usando un maletín…-no, no era Samuel L. Jackson-, se paró en frente y comenzó a hablar. Justo cuando pensé que me preguntaría algo sobre algún Marsellus Wallace, abrió su maletín y a que no adivinan qué había dentro… Sí, cocada. El tipo vende cocadas -la mejor que he probado- y no he sido el único que lo ha visto, al parecer es recurrente en la vía. Se quedó en el bus hasta llegar a Durán y vendió bastante en ese trayecto, ser pana del chofer le ayudó. Al parecer, la presencia sirve sin importar lo que vas a vender, si son aspiradoras o cocadas, consigue un traje, vendes seguro.

El bus llegó al terminal sin novedades, los pasajeros con bolsillos gastados. En esos 75 minutos de viaje saqué un par de conclusiones: Las carreteras deben ser parte importante del comercio en este país y los discursos que lo vendedores tienen en los buses son más creíbles que los promotores de «purificadores de ambiente».

 

Joham Mejía Arriaga