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Como todos ustedes, soy ateo. Es decir, hay por lo menos un dios en que no creo. Algunos de ustedes creerán, tal vez, en la existencia de Yahweh, o de Alá, o de Brahma (aunque prefiriendo, como es natural, el Pilsener), y se sentirán entrañablemente teístas respecto a ese dios preferido, o favorecido, pero sin duda serán ateos respecto a varios de los demás. Mi problema particular es que soy polimórficamente ateo: no he encontrado todavía a ningún dios en que puedo creer. No puedo afirmar que ese hipotético dios creíble no exista. Lo bueno de los dioses es que parece haber para todos los gustos, o casi. No necesariamente tienen que ser todopoderosos, ni eternos, ni buenos, ni siquiera (gracias a Dios) masculinos. Así que, lógicamente, no puedo afirmar como un hecho comprobado la no existencia de algo que ni siquiera admite definición. Lo que sí puedo afirmar, sin embargo, y lo voy a hacer aquí, es que el Dios cristiano es un ente demostrablemente imposible, cuya no existencia está garantizada lógica y empíricamente.Para poder afirmar como hecho comprobado la no existencia de ese Dios voy a valerme de un concepto algo manoseado, ambiguo y escurridizo. No, no hablo del amor, sino de la libertad, o en tecnicismo, el «libre albedrío». Ahora, mientras siga siendo un concepto ambiguo no me va a servir de nada. Antes que nada, debo explicarles, así sea de modo muy resumido, cuál es la definición de libertad que voy a usar y por qué lo es. Allá va.

Para empezar, presentaré como axiomáticos los siguientes enunciados. Todos ellos son discutibles, pero no hay espacio aquí para entrar en esas discusiones, y creo que son formulaciones que la gran mayoría de lectores, sean o no creyentes, pueden aceptar sin problemas:

1. El mundo material, con posibles salvedades, sigue las leyes de la física, las cuales, de nuevo con posibles salvedades, obedecen la ley general de causa-efecto. Es decir, salvo casos especiales, todo lo que sucede en el plano material – toda reacción química, toda transferencia o conversión de energía, todo movimiento, todo cambio de estado – tiene una causa, o una serie de causas, suficientes y en principio comprobables. Las cosas, en general, no suceden aleatoriamente o «porque sí», peor «porque quieren». Los eventos siguen una pauta determinista, de modo que conociendo todas las causas y los mecanismos relevantes, los efectos son siempre predecibles en un 100%.

2. Las posibles salvedades mencionadas no son importantes ni relevantes en este argumento excepto en tanto pueden verter sobre el libre albedrío humano. Ello descarta fenómenos como posibles «milagros» defendidos por los creyentes, o extraños comportamientos cuánticos, que no son relevantes, bien porque son confesadamente excepcionales y escasos, bien porque se limitan al mundo subatómico y no se manifiestan a ningún nivel superior. Las peculiaridades de la conciencia humana, entendida como fenómeno material y sin perjuicio de posibles elementos «espirituales», se alza sobre cimientos bioquímicos, no cuánticos.

3. En el caso de esa libertad humana que está por definir, pese a los desacuerdos reinantes, dada la ubicuidad y la fuerza de las leyes de causa-efecto que rigen en el resto del universo, lo más sensato es suponer que esas mismas leyes aplican en la conciencia, en el proceso de toma de decisiones, etcétera, es decir en todo lo que tiene que ver con la subjetividad humana, incluida esa experiencia de «libertad», a menos que tengamos buenas razones por pensar lo contrario.

Hasta ahí, espero que bien, es decir espero no encontrar resistencia de parte de mis lectores. Para llegar a una noción manejable de libertad, lo demás es simple raciocinio:

A estas alturas, todo lo que tiene que ver con la subjetividad humana parece cumplir con normas deterministas y obedecer a explicaciones naturales. Es decir, la ciencia nos enseña que el pensamiento, la conciencia, y el acto mental de decidir tienen un substrato bioquímico. No existe, pues, ninguna razón que nos haga suponer o sospechar que aquello que conocemos como «libertad», es decir, la indudable capacidad de tomar decisiones en ausencia de coerción exterior, escape a estas leyes. La subjetividad humana bien podría tener, como pretende el creyente, un componente sobrenatural o metafísico, pero ese componente no es un elemento necesario para explicar nuestras decisiones, puesto que todas ellas son atribuibles a razones naturales susceptibles de estudio. Toda decisión que tomamos parece tener causas suficientes a nivel de motivaciones, metas, eventos preconscientes, hábitos adquiridos y otros fenómenos mentales, los cuales a su vez tienen evidentes cimientos materiales.

Si bien no se puede descartar la posibilidad de un elemento aleatorio en nuestras decisiones, tampoco se ve necesario para explicar la realidad observable. Podría existir en alguna parte de nuestro cerebro un generador cuántico de números aleatorios entre 1 y 100, y un mecanismo que dicte, por ejemplo, que cada vez que salga un número inferior a 50, cederemos a nuestros bajos impulsos, mientras que cada vez que sea superior a 50, nuestra conducta será iluminada por la ética personal. Podría ser: pero de nuevo, no existe ninguna evidencia de lo mismo. Es otra hipótesis innecesaria y, por tanto, descartable. Bien mirado, ni siquiera es atractiva, ni acorde con nuestras intuiciones, que insisten en atribuir nuestras decisiones a «razones», no a eventos genuinamente aleatorios.

La libertad es un fenómeno subjetivo como cualquiera de los mencionados. Para que este fenómeno se dé, tienen que confluir las siguientes circunstancias: conciencia, alternativas dignas de tomarse en consideración, falta de coerción externa, representaciones internas de las alternativas, y desconocimiento temporal de cuál va a ser la alternativa favorecida. De nuevo: la existencia de un «alma», o de un generador aleatorio no son en absoluto elementos necesarios, siquiera a nivel intuitivo.

Ahora bien, falta precisar este elemento de «desconocimiento temporal». Imaginemos el caso de una persona a quien, cada vez que se le presenta una decisión por tomar, un malvado demonio le susurra lo que va a decidir. Lo más probable es que esa persona, para reivindicar su libertad, optará por hacer lo contrario de lo que dice el demonio. Fácil. Pero supongamos que el demonio (o tal vez sea un Dios) no se puede equivocar, ydice siempre la verdad. La persona en cuestión tendrá, por tanto, que optar siempre por la alternativa que ya se le ha comunicado: las mismas leyes del universo se encargarán de ello. Esa persona siempre sabe, antes de poder ejercer su «libre voluntad», lo que va a hacer: entonces, ¿todavía tiene sentido aquello de «decidir»? Creo que podemos convenir en que no: y además, creo que esto demuestra que el desconocimiento subjetivo es un elemento absolutamente necesario para que se pueda hablar de libertad. Si ya sabes con absoluta certeza qué decisión vas a tomar, ya no queda ninguna decisión por tomar: así de sencillo. La libertad es la frontera mental entre conocimiento posible y desconocimiento real.

En la práctica, eso da lugar a que la «libertad» subjetiva sea notoriamente relativa. Si alguien me pregunta cuando me despierto un lunes a las 5.30am si soy libre de ir o de no ir a trabajar, tendré que contestar que soy «teóricamente libre» de no ir a trabajar, pero que en términos prácticos, no tengo ninguna libertad al respecto. ¿Por qué? Porque las razones que tengo presentes hacen que la opción de no ir a trabajar (y así perder el empleo) parezca tan insensata que apenas merece el nombre de «opción». En realidad, sé lo que voy a hacer. En cambio, si tuviera un jefe algo más comprensivo, la opción empezaría a parecer más sopesable, el resultado de una posible «decisión» al respecto se tornaría más incierto, y mi sensación de libertad por tanto acrecentaría.

Se habrá notado que estoy hablando de «sensación de libertad» y «libertad» como si fuera una misma cosa. La explicación es simple: creo que sí lo son, por lo menos en la práctica. ¿Puede haber una «libertad objetiva» independiente de nuestra mente? Si yo creo que un vaso de agua contiene veneno, el hecho objetivo de que no lo tiene ¿me vuelve más «libre» de tomar esa agua? Obviamente no. Lo que condiciona nuestras decisiones libres, siempre, no es la realidad exterior sino su representación interna en nuestras mentes. Por otro lado, si yo me creo libre de optar entre A y B, mientras que en realidad B no es una opción, ¿soy menos libre? Yo diría que no, pues lo que estoy escogiendo no es realmente B, sino su representación interna, que siempre será válida. Por ejemplo, si decido tomar un café y luego encuentro que no hay café, eso no quita que la decisión (no el café) fue tomada «en libertad».

Todo lo anterior viene dictado por una postura conocida técnicamente como «compatibilista». Es decir, creo probable que el universo material (más allá de las malcriadeces cuánticas) está regido por un absoluto determinismo, y que ese universo material incluye todas nuestras decisiones; pero que el hecho de que desconocemos nuestras futuras decisiones significa que podemos hablar, legítimamente, de «tener libertad», que viene a significar lo mismo que «no tener conocimientos suficientes de todos los factores relevantes para poder predecir con absoluta certeza aquellas acciones y aquellos pensamientos futuros que dependerán de nuestros propios estados mentales». A lo que me objetarán: si todo lo que usted va a pensar y a hacer en el futuro está determinado de antemano por una cadena de causa y efecto nacida en un remoto pasado, su «libertad» es ilusoria. ¿Qué puedo decir? Acepto la premisa, pero no la conclusión. Si le digo que no sé si me acostaré esta noche a las 12 o a la 1, pero sí sé que esa hora dependerá de cómo me siento más tarde, ninguna de estas dos afirmaciones (que «no sé» y que «depende de mí») es falsa, ni contiene ningún engaño, ni contradice la realidad. No hay nada de ilusorio en estas dos afirmaciones: lo único controvertido es que estas dos afirmaciones constituyan, de por sí, una afirmación de libertad. Yo digo que sí, por la simple razón de que no encuentro necesario postular ningún otro requisito, ni he encontrado ningún otro supuesto requisito que tenga poder persuasivo basado en la observación empírica ni en la introspección.

Ahora, insistiendo sobre el tema central del «conocimiento», creo conveniente remarcar que la libertad subjetiva de uno es una cosa, y la libertad, o falta de ella, que podemos observar en el comportamiento de otros es otra bien distinta. Pongamos un ejemplo. Estás en una cafetería con un amigo glotón. Ese amigo está dudando, en voz alta, si debe o no comerse otro donut con mermelada. Es la misma escena que has vivido docenas de veces. Ya sabes perfectamente el desenlace: tu amigo va a optar por ese último donut. Estarías dispuesto a apostar tu casa y tu carro en ello. Pero se queda un buen rato musitando «estoy de régimen… tal vez no debiera…» En este caso, si bien tu conocimiento del resultado de la decisión de tu amigo dista de ser absoluto y científico, está claro que sabes más que el propio amigo glotón. Él siente que tiene libertad, pero tus conocimientos de él pintan un cuadro mucho más determinista. En este sentido, la libertad del amigo glotón, genuina a nivel subjetivo, vista desde fuera sí es ilusoria, en cierta medida por lo menos. (El tema de la libertad ilusoria de otros es tradicionalmente fuente de humor: ver al respecto, p.ej., Henri Bergson.)

Ahora bien: pasemos (espero que no demasiado bruscamente, creo que les avisé) al tema de Dios, del Dios cristiano: aquel que, supuestamente, es la verdadera esencia de la bondad, que lo sabe todo, y que, supuestamente, creó nuestra especie, dotándonos de «libre albedrío», es decir, la capacidad de obedecerle libremente (ser «buenos») o de no hacerlo (ser «malos»), según nuestra propia decisión.

Hemos visto que para tener la sensación de libertad subjetiva, tenemos que desconocer aquellos futuros actos que presumiblemente dependerán, según las leyes de causa y efecto, de nuestros presentes y futuros estados mentales. Es evidente que Adán y Eva, con aquella aparente ingenuidad respecto a Dios, al universo y a su propia psicología, tenían esa libertad subjetiva. Es también evidente que Dios no la tiene, lo que nos lleva a postular un Dios que no es ni libre ni todopoderoso (puesto que ni Él siquiera puede cambiar sus propias decisiones futuras), idea algo paradójica, pero no es el punto. La cuestión es que, al igual que en el caso de ese amigo glotón, la futura rebeldía de la especie humana (encarnada o no en un muñeco de barro y una costilla algo aventajada) era algo desconocido subjetivamente por ellos pero conocido perfectamente por Dios. Él sabía lo que ellos iban a hacer, desde el momento de crearlos e incluso antes, aunque ellos no lo sabían. Ellos – y en general la especie humana – tenían la sensación subjetiva de libertad, de «libre albedrío», la cual descansaba sobre su desconocimiento subjetivo de sus futuros actos, como hemos visto. Viven – vivimos – en un mundo determinista, pero no determinado. Dios es otra cosa. Él sí sabe todo lo que va a pasar: si dudas de ello, consulta a los profetas. Por tanto, desde la óptica de Dios ningún ser humano tiene «libre albedrío». Sus actos, sus decisiones futuros son perfectamente conocidos y previsibles por él. Los teólogos intentan escurrir el bulto postulando un mecanismo que inyectaría un grado de indeterminismo a la conducta humana, pero no son capaces de explicar en qué sentido una decisión puede no depender enteramente del estado interno del cerebro, de los «estados mentales», de las «motivaciones», de las «tentaciones» y cualquier otro elemento psicológico que quieras postular, todos ellos claramente atribuibles a causas anteriores, y todos ellos conocidos por Dios; tampoco pueden explicarnos dónde yace ese supuesto indeterminismo, si existe un Ser que sabe de antemano el resultado de cualquier «libre decisión». Resumiendo: pese a cualquier ofuscación teológica (las cuales normalmente terminan por apelar al «misterio», como si la existencia de un «misterio» perdonara cualquier falta de rigor en el pensamiento), está claro que si existe Dios, es decir un Observador que conoce todas las causas y sus correspondientes efectos, tanto en el mundo material como en la mente de cualquier sujeto, toda «libertad» es, desde la óptica de ese Dios, ilusoria.

De donde se deduce que todas las cadenas de causa-efecto, materiales, psicológicos, y si quieres hasta «espirituales», que contribuyen a los actos de rebeldía humana contra Dios, de «pecado», y que les sirven de explicación suficiente, son en realidad de firma y responsabilidad divinas. Él puso en marcha ese gran mecanismo que condujo ineluctablemente al Pecado Original. La «libertad» de los humanos para pecar o no pecar, para «aceptar a Jesús como Señor» o no hacerlo, es y siempre ha sido meramente subjetiva, fundada en nuestra condición de seres no omniscientes, es decir en nuestro desconocimiento de todas las causas y de todos los mecanismos que en realidad determinan nuestros actos.

Pasemos ahora al tema de la supuesta «bondad» de ese Dios. Hace dos mil cuatrocientos y pico de años, el filósofo Platón nos advirtió que hay dos maneras de entender esa «bondad»: o bien es un criterio ajeno a Dios, que nos sirve para juzgar sus actos de forma «objetiva», o bien bondad significa simplemente «aquello que Dios quiere y aprueba», es decir, que Dios es bueno «por definición» y cualquier aparente falta de bondad demuestra únicamente que nuestro concepto de lo mismo es erróneo.

En el primer caso, según cualquier noción de bondad cuya definición no dependa del mismo Dios, por mucha incertidumbre y carga de subjetividad que tal definición pueda encerrar, está claro que una Persona que construye a un ser vivo, le exige actos que sabe de antemano no va a realizar, porque su situación en el cosmos, su educación, sus genes, etcétera, lo predeterminan a no realizarlos, y a continuación lo somete a tortura eterna por la no comisión de esos actos, a modo de venganza, no es una persona «buena». En nuestra aceptación subjetiva de lo que es bondad, es imposible que bondad sea sinónimo de crueldad arbitraria.

En el segundo caso, si «bondad» no tiene otro significado que «aquella cualidad que Dios manifiesta a través de sus actos» (posición conocida por los teólogos como “Divine Command Theory”, y actualmente en boga en los mejores seminarios), entonces el hecho de que bondad demostrablemente significa lo mismo que crueldad no nos involucra en ningún conflicto: simplemente, nos obliga a redefinir la palabra (y a intentar imitar y complacer a ese Dios siendo lo más crueles que podemos en nuestra vida cotidiana, tal como siempre han hecho los cristianos más devotos). El problema ahora es otro: que después de estas necesarias aclaraciones sobre la verdadera naturaleza de Dios, tenemos el espectáculo de un hipotético Ser cuya definición descansa casi enteramente sobre tautologías, contradicciones e inconsistencias lógicas. Pasemos revista a los atributos que, supuestamente, definen a ese Dios:

1. Es omnisciente: lo sabe todo. Como hemos visto, este atributo no es de por sí incoherente ni imposible de imaginar, pero sí tiene el importante corolario de que nosotros no tenemos responsabilidad sobre nuestros actos, pues la omnisciencia de Dios actúa como determinante “fuerte”, impidiendo que hagamos cualquier cosa que contradiga el Gran Plan existente en la mente divina. Al contrario de lo que enseña la teología cristiana, nuestra “libertad” para pecar o no pecar es, en tal caso, absolutamente ilusoria; también, de paso, nuestra libertad para aceptar o no la existencia de ese Ser.

2. Es omnipotente: puede hacer cualquier cosa. Esto es demostrablemente falso, si tomamos como certera la afirmación anterior. Un ser que ya sabe lo que va a hacer no tiene libertad para hacer otra cosa. Dios no puede hacer nada diferente a lo que su propio conocimiento de sí mismo ya dispone. Entre todos los seres conscientes que hay en el universo, es en realidad el más impotente.

3. Es bueno y justo. Esta afirmación, y cualquier otra similar supuestamente basada en valores humanos intuitivos, en realidad carece de significado, pues “bueno” y “justo” sólo significan aquello que Dios quiere que signifiquen en cualquier momento y, como hemos visto, no guardan relación alguna con los conceptos humanos a los que normalmente estas palabras apelan. Son circulares, tautológicas, lo mismo que si definimos a un perro como “un ente perruno”, o a una mentira como “aquello que dicen los mentirosos”.

4. Existe eternamente. Bueno, aceptemos esa posibilidad.

Ahora, si eliminamos todos aquellos elementos y atributos supuestamente divinos que nos han resultado contradictorios, lo que nos queda es un hipotético Ser que existe desde siempre, que siempre existirá, y que “sabe” todo lo que ha pasado y todo lo que va a pasar. Punto. Decir que es “bueno” es caer en incoherencia; decir que “puede hacer” tal o cual cosa suena a broma; decir que es una “persona” y que se puede hablar con Él es pura superstición. Bien. La cuestión que nos queda por contestar es: ¿existe o no ese Ser, ese conocimiento puro de todo el universo pasado y futuro, que ya no parece guardar apenas relación con el cruel, caprichoso y vengativo Dios cristiano? Antes de contestar, sepa que su simple existencia destruye tu libertad, nuestra libertad, por las razones ya esgrimidas. Si libertad significa no saber, podemos ser libres subjetivamente…. pero no podemos serlo objetivamente mientras exista alguien que sabe lo que vamos a hacer: para esa persona siempre seremos simples títeres. Y si (como parece ser el caso, aunque no hay espacio aquí para demostrarlo) nuestra propia naturaleza nos empuja a defender y a maximizar siempre nuestra libertad individual o colectiva, si crees que ese Dios existe tendrás el deber sagrado, humano, de matarlo, de devolverlo al plano de la inexistencia, ejerciendo tu libertad de tal manera que hasta ese Dios que lo sabe todo terminará por equivocarse respecto a ti, y por tanto, desaparecerá en una explosión de autoanulación. ¿Cómo lo vas a hacer? Simple: no comas ese último donut. Déjalo para mañana. Todavía seguirá ahí, esperándote: Dios, en cambio, ese tirano, brillará por su ausencia.

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Crédito: Detalle de «Adán y Eva». Alberto Durero. 1507.

Aloysius Cakesniff-e