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@ElMediodia

“¿Les gusta el jugo de caña?” fue la pregunta que hace unos cuantos  días realicé a mis contertulios, en medio de una conversación que hacía rato se había desviado de su tema central. Para mi sorpresa, de un grupo de cuatro personas tan sólo yo tenía afición por este jugo; los demás, de plano, jamás lo habían probado. En los días siguientes improvisé un informal sondeo de opinión -no probabilístico, claro está- que reforzó mi impresión durante aquella conversación: una alta proporción de personas de mi generación –arbitrariamente definida en 30 años +- 8 años- nunca en su vida tomó jugo de caña, proporción que tendía a disminuir en el rango etario superior a los 38 años. Parecería, entonces, que el consumo de jugo de caña es una tradición en declive.

Animado por estos desalentadores resultados decidí darme un salto por mi hueca de cabecera para el jugo de caña, la única que conozco en el “centro centro” de Guayaquil. Pasadas las diez de la mañana del sábado doña Rosa Barahona me recibió en toda la esquina de Chile y 9 de octubre, la misma dirección en la que durante 30 años –en un local más reducido, antes- funciona el negocio de venta de jugo de caña. Por 20 de esos 30 años doña Rosa ha atendido a los clientes del lugar, y eso se nota en el entusiasmo con el que relata todo lo que conoce del producto.

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Cada sábado un camión procedente de Bucay estaciona en esta esquina y descarga el stock semanal de caña blanca para la preparación del jugo. En tiempos de escasez, el producto puede llegar de lugares más lejanos como la provincia de El Oro o incluso el Oriente. Mientras examino la caña que descansa en una mesa, junto a la máquina que la prensa para extraer el jugo, Doña Rosa me advierte que es sólo con esta caña blanca con la que se debe preparar la bebida; la caña de los ingenios, “la de Milagro”, la que se usa para obtener azúcar, es más angosta, de un color más obscuro y tres veces más dulce. Yo no puedo dejar de imaginarme si en realidad sería tan malo probar una bebida así de dulce, naturalmente. Una vez aprovisionado el local, la caña debe mantenerse “en bruto”, con sus ramas y tierra, y limpiarse únicamente antes de exprimirle el jugo; si esta operación se realiza con demasiada anticipación el producto se echa a perder por la rapidez con la que empieza su fermentación.

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A pesar de lo que hubiese creído por mi improvisado sondeo, en días de calor el local vende hasta 100 jugos. En días normales la clientela fiel mantiene el negocio. Alguna gente viene por pura afición al jugo mientras otras personas lo hacen por cuestiones de salud. Del jugo de caña se dice que tiene varios minerales, hierro y múltiples propiedades medicinales. Doña Rosa comenta que su jugo ayuda para bajar inflamaciones, especialmente de próstata y ovarios, para la anemia y para eliminar cálculos en los riñones. “Hay personas que les mandan a operar y tomar jugo antes; luego ya no se operan porque el jugo diluyó los cálculos renales”, asegura mi anfitriona. Algunos más atrevidos vienen incluso a hacer apiterapia, esto es, a ser picados en sus brazos por las numerosas abejas que rondan la máquina de extracción del jugo, lo que aparentemente ayuda a tratar condiciones como la reuma y la artritis. En mi caso no puedo certificar nada respecto a estas cualidades curativas; soy de los que van por el genuino placer de refrescarse con este jugo bien heladito. Sea cual fuere la razón, o aún por simple “pica”, debe ser parada obligada en cualquier visita al centro administrativo de Guayaquil.

Ficha Técnica

Nombre: Desconocido

Ubicación: Chile y 9 de octubre

Horario: Lunes a sábado, a partir de las 9h00

Precios: $ 1,40 el jugo de caña. Además venden empanadas varias por $ 0,70 y sánduches de chancho y pavo por $ 1,50 y $ 1,70, respectivamente.

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Rafael Balda