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@marocape

Definitivamente.

Queremos una ciudad en la que no se respete la vida y vivimos en una ciudad en la que no se respeta la vida. Una ciudad en la que si no te cubres con un caparazón de metal no eres nadie. Una ciudad en la que el peatón o el ciclista debe pedir disculpas al auto por atravesársele en su camino. Porque claro, la vía es de los autos, no de las personas.

Nos llenamos de bulevares de una o dos cuadras, so pretexto de incentivar el esparcimiento de la gente a pie, pero dos cuadras de bulevar no representan en lo absoluto a una ciudad en la que el absurdo más grande se revela en la imposibilidad de poder cruzar, por ejemplo, una intersección de 4 vías, pues el semáforo nunca da la opción de cruce peatonal o ciclístico, y prácticamente te toca torear los autos que vienen a toda, sin la menor intención de frenar. Por supuesto, porque ellos tienen el poder. El resto, el de a pie, de a bus o de a bici, no existe. Y no debería existir, pues está claro: esta es una ciudad para los automóviles, no para los seres humanos. No insista.

¿Las razones de este comportamiento? Intuyo una insatisfacción profunda con lo que uno es, con lo que uno tiene. De ahí nace el irrespeto hacia el otro, justificándolo inconscientemente con una necesidad personal no satisfecha o que debe ser satisfecha. Todo se trata de estatus. El que lo tiene no quiere perderlo y el que no lo tiene, anhela tenerlo. La eterna búsqueda de «estatus» en esta ciudad se traduce en la adquisición de un automóvil como una necesidad básica. Subes (o crees que) en la escala social el día en el que tus manos van sobre un volante con cuatro ruedas. Así de simple. A nadie le importa el tráfico y la contaminación que genera esa compulsión obsesiva de llenar las calles de autos. Nadie quiere ir a pie, nadie quiere ir en bus, nadie quiere ir en bici. Los que lo hacemos somos unos dones nadie. Y nadie quiere ser un don nadie.

¿Que la ciudad no da garantías suficientes para dejar la comodidad del automóvil? Ja. El manoseado pretexto de ciertos sectores se va diluyendo cuando escucho comentarios «exóticos» de gente que se sorprende por haberse transportado en bus o a pie durante toooodos los años que estuvo estudiando o viviendo en Argentina, España o incluso en EEUU. Eso allá, aquí no. Allá sí, porque quienes van en buses o son transeúntes se acercan más a esa apariencia «ideal» que nos hace sentirnos cómodos. Aquí no, porque esa gente no se parece a mí, o no quiero que se parezca a mí. Aquí no.

Paremos la hipocresía políticamente correcta de una vez: Muchos -la mayoría, quizás- de los que no sueltan el automóvil, evitan viajar en transporte público porque simplemente somos una sociedad clasista. Lo mismo sucede con ir a pie o incluso en bicicleta. Esa es la razón medular de la que se desprenden otras como inseguridad, transporte que brinda mal servicio, etc. Y aunque todo ello sea en gran parte cierto, seamos ciudadanos honestos y aceptemos que son nuestros propios prejuicios los que nos impiden romper nuestros esquemas de comodidad y bienestar, y no echemos la culpa a teté por tener buses atestados de gente “pobre y fea» con choferes que no respetan su vida ni la del resto, ni por tener calles terribles para transitar a pie o en bicicleta, pues los autos son los únicos dueños de las vías.

Si hablo en primera persona es porque soy parte de esta ciudad y como tal, parte  del problema, aunque soy peatona convencida y necia. Y usuaria también de transporte público que, créanme, aunque no es el paraíso que muchos desearían, pues es bastante llevadero si se dejan complejos y prejuicios de lado. Se puede vivir siendo un peatón, un ciclista o un usuario de transporte público, se puede. Lo que resulta invivible es ser literalmente la última rueda del coche y temer por la vida de uno, mientras se pedalea o se camina por la ciudad.

¿Más propuestas y menos quejas?

Pues propuestas de soluciones pueden haber cientos. Desincentivos al uso de automotores, mejoras en el sistema de transporte público, semáforos amigables con el peatón, vías exclusivas para ciclistas y que se respeten… En fin. Ninguna medida va a funcionar si no hay la voluntad personal. No se puede obligar a nadie a dejar de usar su auto. La respuesta está en cada uno de nosotros y en la decisión de cambiar la lógica del automóvil por la del ser humano.

Ciclear, caminar o subirse a un bus no mata. Mata el irrespeto, la inconsciencia y la incapacidad de convivir. Eso fue lo que mató a Sebastián Muñoz y no esa falsa idea de «imprudencia» por atreverse a circular en bicicleta en una ciudad como ésta. Vivimos en una urbe en la que la desesperada búsqueda por conducir un auto y lograr estatus nos ha vuelto egoístas. Tenemos la ciudad que queremos. Tenemos la ciudad que nos merecemos.

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Crédito: Forever Bycicles. Ai Weiwei. 2011

Rocío Carpio