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Enrique Avilés Silva

Tras pasar otro control, llegamos al lugar que yo más quería visitar, Pripyat. La idea de visitar una ciudad abandonada me emocionaba bastante desde un punto de vista fotográfico, y sobretodo por la historia tras el abandono. Promovida como la Ciudad Atómica, Pripyat pretendía ser una ciudad a la vanguardia tecnológica, artística y social. El punto máximo de la sociedad comunista y un ejemplo para el mundo. Sin embargo, su destino sería otro y ahora pretende servir de ejemplo sobre los peligros del uso de la energía atómica, como fuerza destructiva y contaminante.

Del inicial abandono, poco queda. La ciudad ha sido saqueada en numerosas ocasiones por ladrones (al parecer, o muy necesitados o sin temor alguno frente a la radioactividad), por lo que ahora más que abandonada es una ciudad destruida – por ejemplo: las gigantescas ventanas del auditorio y del gimnasio escolar han sido destruidas para vender el aluminio del los marcos, y lo que queda son restos de vidrio esparcidos por el piso. Poco o nada se puede observar de lo que fue la cultura de esta ciudad (que a juzgar por los vídeos mostrados en el bus, se veía bastante bien), destrucción sobre la destrucción. Obviamente, no toda la destrucción viene del hombre (para el caso), el tiempo y el clima han contribuido su gran parte. Al no haber quién cuide de los edificios, entre lluvias y nevadas la humedad se ha filtrado dentro de los mismos edificios, y no es extraño ver crecer árboles entre los pisos superiores de los edificios, que cuando sus raíces penetran los suficiente, destruyen la estructura y derriban la construcción. En todo caso, creo que cuando la naturaleza “destruye” algo, lo hace con bastante gracia y generalmente encuentro su “intervención” mucho más agradable.

Los árboles no son los únicos que han proliferado en esta zona abandonada (están en todas partes), sino que con ellos y con la escasez del hombre muchos animales también lo han hecho y no es extraño ver venados caminando por las calles de la ciudad (aunque yo no vi ni uno).

En el último lugar que estuve en la ciudad de Pripyat, fue en el infame parque de diversiones (presente en diferentes juegos de vídeos y películas). Este parque fue inaugurado poco antes del accidente y ahora queda como un irónico icono de la ciudad. Dentro de este parque nuestro guía nos enseñó ciertos puntos radioactivos y cómo ciertos lugares están exponencialmente más contaminados que otros – una tapa de alcantarilla mostraba niveles centenares de veces más alto que los niveles permitidos o aconsejables.

Exhaustos salimos de Pripyat y nos dirigimos a la primera ciudad a tener nuestro almuerzo, en el camino el guía explico la razón de las constantes y repentinas aceleraciones momentáneas del vehículo. Nos dijo: “Ese monumento de ahí (señalando a distancia) es muy famoso. Lastimosamente no nos vamos a poder detener a fotografiar, ya les voy a mostrar por qué”. Y, enseñándonos su medidor, mientras el bus realmente tomaba velocidad, vimos las mediciones (el límite aconsejable en 40): 35, 120, 300, 580, 800, 1200, 1400… 80. Tras un nerviosismo colectivo, el bus redujo la velocidad y el guía rió diciendo… “…y eso es dentro del bus” – lo cual no me pareció tan gracioso, bueno.. quizás un poco. Luego pasamos por una base donde nos hicieron un rápido examen de niveles de radiación para estar seguros de que nadie sufrió contaminación alguna.

Tras el almuerzo, el paseo se dio por terminado e iniciamos nuestro recorrido de vuelta a Kiev. Realmente espero que el accidente de Chernobyl sirva como ejemplo de lo nocivo que es la energía nuclear, y que motive a desarrollo de alternativas no sólo más seguras, sino también menos contaminantes. No sé si he de volver alguna vez a ese lugar, no creo. En todo caso, aunque he dejado Chernobyl y Pripyat atrás, en mi cabeza quedaron las imágenes de una sociedad que nunca vi, los sonidos de alarma que nuca escuché y la tensión, desesperación y sentimientos de pérdida que espero nunca vivir.

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Enrique Avilés Silva