El periodismo es una profesión para seres imperfectos, igual que otras porque a pesar de la preparación o de la ética que regula cada profesión: somos humanos y somos proclives a cometer errores. Pero a diferencia de quienes ejercen otras profesiones, los periodistas trabajan a diario con las opiniones y las acciones de otros, dándole tijerazos a lo que se cree ‘es de interés’ para ponerlo a disposición de una audiencia. La selección de esos hechos noticiables, en buena parte, está dado por una política editorial que suele tener acumulada vicios añejos y que incluso se enseñan en la Academia.
Pierre Bordieu sostiene que ‘Los medios son empresas que compiten con otras y se ven en la obligación de atraer, de vender, de publicar exclusivas para no verse igual que sus competidores’, en ese sentido la ética siempre corre el peligro de pasar a ser sólo un discurso, a pesar de que se ‘puede vender’ bajo sus parámetros en el periodismo.
Cae como anillo al dedo la cita que José María León, editor de esta página, utilizó en el discurso al que tituló “Volar Pistachos, matar al editor y la vuelta del periodismo”. En él explica qué es el periodismo digital y ciudadano y cita al libro que recopila las conversaciones de Ryszard Kapusinscki con Maria Nadotti.
“En este libro el periodista polaco sostenía que a principios del siglo XX, la información tenía dos caras: o bien se centraba en la búsqueda de la verdad e informar sobre ello; o, bien tratarla como un instrumento de lucha política. Para finales de ese siglo, cuando daba esta respuesta (1999), Kapuszinski decía que la información se había convertido en una gran negocio y que, por ende, ya no eran importantes ni la verdad y ni siquiera la lucha política, sino el espectáculo. “Una vez que hemos creado la información-espectáculo, podemos vender esta información en cualquier parte. Cuanto más espectacular es la información, más dinero podemos ganar con ella. De esta manera, la información se ha separado de la cultura: ha comenzado a fluctuar en el aire; quien tenga dinero puede cogerla, difundirla y ganar más dinero todavía”. Entonces, el desafío era volver a ese periodismo pre-espectáculo”.
El afán de los medios por vender y publicar exclusivas (generar esa información-espectáculo), poniendo en peligro los procesos de revisión para hacer efectivo el buen periodismo, tiene su más reciente ejemplo local en las publicaciones de Ecuavisa (tevé) y Expreso (prensa escrita) durante la semana que pasó. El primer medio aceptó haber hecho público un documento de dudosa procedencia, eje principal de un reportaje en el noticiero estelar. El segundo publicó lo que en toda su expresión aparentaba ser una entrevista al cronista argentino Martín Caparrós. El autor de la crónica era el editor general del diario, Rubén Darío Buitrón, y quien lo desmintió, en el más cruel de los términos, fue el propio entrevistado:
Maestro! Un ¿periodista? ecuatoriano q intentó hablar conmigo y no me encontró, igual publica su entrevista. expreso.ec/expreso/planti…
— martin caparrós (@martin_caparros) 18 de marzo de 2013
@osvaldobazan Sacó algunas frases de 1 nota q escribí para el NYTimes, otras de 1 entrevista radial, y otras de su imaginación calenturienta
— martin caparrós (@martin_caparros) 18 de marzo de 2013
Inventarse entrevistas no es un error si se escribe para una novela o para un cuento. Pero armar un texto con formato de entrevista para anunciarlo en la primera plana de un medio de comunicación impreso, dedicarle la cuarta página más importante del diario y difundirlo en las redes sociales en su versión digital, donde el supuesto entrevistado es un crítico asiduo de todo, incluso de los medios de comunicación, es un error grave. Pero lo alarmante radica en que, sin duda su autor pudo prever algunas consecuencias, pero no supo cómo asumirlas. Ni él, ni el medio.
Lo que se evidencia tanto en los críticos como en quien cometió el error mencionado en el párrafo anterior, es que es fácil hablar de ética y golpearse el pecho (así lo hacía Rubén Dario Buitrón desde su cuenta de tuiter y su blog, hoy ambos con su contenido eliminado), cuando lo más complicado es reconocer la propia violación de lo que cuestionamos de y ante otros, especialmente cuando hemos convertido a esa crítica en nuestro discurso.
Habría que ver cuándo esa cruzada nace de una verdadera convicción por la ética periodística y el periodismo en sí; y cuando es una mera apariencia que sirve de coraza para insistir con impunidad en las formas y realidades en las que la práctica debe sobrevivir.
Evidentemente, es un atentado a la ética periodística pretender entregarle a la audiencia un documento falso y no es justificable. Para construir un camino de credibilidad, o limpiarlo, hay que empezar por algún lado. Esta iniciativa tal vez no sea tanto labor del periodista como del medio que debe, ante todo, respeto al público, su confianza y su inteligencia.
En 1981 Janeth Cooke, periodista del Washington Post obtuvo el Pulitzer por un reportaje sobre un niño de 8 años adicto a la heroína. Días después, tras haber rastreado el caso, la policía llegó a la conclusión de que el niño no existía. La periodista dimitió de su cargo, el diario entregó el premio y posteriormente reconoció que la publicación había sido una ficción. El editor ejecutivo del diario en ese entonces, Donald E. Graham, declaró públicamente que: «Todos nosotros, colectivamente, pediremos perdón en el periódico a los lectores del Post»
Para los directivos del Washington Post, un periódico que se ganó una gran credibilidad luego del caso Watergate, fue necesario admitir el error de haber publicado un reportaje falseado ante sus lectores. En el 2004 el New York Times también aceptó la falta de rigurosidad periodística en alguna de sus publicaciones sobre la guerra con Irak y desde ese entonces, según Pew Reserch, su credibilidad ha caído 13 puntos.
Hoy nos enfrentamos a un fenómeno en el que una mayor cantidad de personas tienen acceso a la información que se publica y a la vez, hay más maneras y plataformas para cuestionar lo publicado en cuanto a su forma y esencia. Tanto en la foto que publicó Diario El País en la que aparecía Hugo Chávez enfermo y entubado (y que también resultó falsa), como en la entrevista publicada en Diario Expreso los que tuvieron la batuta para dar por sentado el error fueron los lectores a través de las redes sociales. En el caso de El País, es el propio medio el que acepta y relata –para intentar recomponer la confianza quebrada con sus lectores–s, mientras que en el caso de Expreso hasta el día de hoy no existe un pronunciamiento oficial, una explicación o peor una disculpa. Tuvo que ser el mismo Martín Caparrós quien hiciera ver que esa entrevista nunca le fue hecha. Si a Caparrós se le pasaba por alto esta entrevista quizá jamás nos hubiéramos enterado de su naturaleza.
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Tal vez, los 148,723 lectores semanales de la edición impresa del diario nunca se enterarán de lo ocurrido y seguirán creyendo en la veracidad de la información, porque la reproducción sobre el error está archivada en la web y no pasará a ser más que una reflexión o una crítica malintencionada para las reuniones editoriales de otros medios.
Parte de la política editorial frente al error debe ser reconocerlo públicamente, a pesar de las consecuencias o precisamente por ellas. Todo lo contrario es soberbia y subestimación de los lectores. Los ejercicios de autocrítica requieren de constancia y si el periodismo tiene algo en lo cual evolucionar es el no quedarse en el error.
Jéssica Zambrano