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@andre_de_lirios

Hay mucha documentación acerca de que dentro del Vaticano existía un tipo de asiento papal conocido como ‘sedia stercoraria’. El novedoso invento disponía de un agujero en el centro del mismo y, según numerosos historiadores, éste se utilizaba, una vez elegido nuevo Papa, para que un joven diácono determine, mediante el palpado testicular, si el recién escogido pontífice era varón. “Duos habet et bene pendentes” (en latín ‘tiene dos y cuelgan bien’), o abreviado “Testiculos habet” era la frase pronunciada una vez realizada la verificación. Tras la renuncia de Ratzinger, Jorge Bergoglio es el escogido para ser la nueva cabeza del Catolicismo y, para alivio de los grupos más radicales y conservadores de la iglesia, el Sumo Pontífice Argentino puede pasar cualquier prueba que dé fe de sus atributos masculinos.

 

Durante las jornadas del cónclave, mientras el mundo esperaba que humo blanco salga de la chimenea de la Capilla Sixtina para indicar que un nuevo Papa había sido elegido, sorpresivamente, humo de un color diferente comenzó elevarse. Un grupo de manifestantes lanzaron al cielo romano humo rosado como forma de protesta ante la poca participación de la mujer en la Iglesia Católica. Hombres y mujeres aprovecharon que los ojos del mundo estaban en Roma, para realizar vigilias en las afueras del Vaticano, lanzar el humo rosado, orar y recordar la necesidad de reinventar a la iglesia.

Las mujeres han sido las grandes ausentes dentro del catolicismo, y la urgente necesidad de darles un rol más participativo no es una petición exclusiva de ateos y escépticos progresistas. Muchos miembros activos de la comunidad católica: mujeres con vocación sacerdotal, curas, monjas, y creyentes repiensan también sobre el rol de la mujer. Sin embargo todos ellos carecen del poder que permitiría hacer reformas profundas y significativas dentro de la estructura patriarcal más poderosa del planeta.

Está el Papa Francisco a la altura de ser quien enfrente el gran desafío de la iglesia? La capacidad que él tenga de encarar una reforma profunda en su función pastoral y social que contemple la participación de mujeres, puede ser el determinante del éxito o final decaimiento de la iglesia. El primer gran paso que deberá tomar para el comienzo de una transformación, es algo que a simple vista parecería sencillo. Sin embargo, no lo es: abrir las puertas del diálogo. En 1994, el Papa Juan Pablo II cerró oficialmente la discusión sobre la ordenación de mujeres, afirmando que, aunque no se tratase de un dogma definido, sí se debe considerar como definitiva la enseñanza de que la Iglesia “no está autorizada” para conferir el sacramento del orden a las mujeres.

La mayoría de monjas y laicas sólo pueden acceder a posiciones de menor jerarquía. Sin embargo también existe otro tipo de exclusión: el celibato en el sacerdocio. Sobre todo, el de los hombres en posiciones de alta jerarquía. La historia del celibato ha cambiado a lo largo de la historia. Antes del tiempo del Concilio de Nicea el clero tenía libertad para casarse, pero a fines de este período se introdujo clandestinamente, dentro de la iglesia, una doble norma de espiritualidad. En el Siglo XV, muchos de los sacerdotes eran hombres casados, y como tal, aceptados por la gente; pero en el Siglo XVI, en El Concilio de Trento,  se establece que el celibato y la virginidad son superiores al matrimonio.

Un mundo con obispos casados y un Papa con una mujer a su lado cambiarían dramáticamente el escenario. No solo las decisiones sociales y espirituales que él tome serían otras, sino que la distribución de la riqueza sería radicalmente distinta (seguramente mucho menos centralizada). En el tema del ministerio, las explicaciones y las grandes discusiones bíblicas o teológicas son una distracción, ya que el verdadero motivo es, sencillamente, una respuesta al interés económico y político.

El cambio en los hábitos machistas de la religión, va a requerir de una fuerza suprema de parte del nuevo Papa Argentino por el simple hecho que la Iglesia Católica no tiene un sistema democrático. Bajo la concepción de su doctrina, la Iglesia no es autónoma, independiente, ni soberana, ya que se rige por algo que rebasa lo terrenal. Por lo tanto la Iglesia no puede hacer las leyes aleatorias que le parezcan y el Papa no es un funcionario que obra según el parecer de las mayorías. Es aquel grupo de personas, echando humo color rosado afuera del vaticano, representantes de la mayoría? Yo creo que sí.

El Catolicismo, más que una religión, es un gobierno, con un monarca, un asiento en la ONU, y con el poder de tomar decisiones que afectan indistintamente a católicos y no católicos a nivel mundial, por lo que es responsabilidad de todos el interés en el tema. El activismo desde otros sectores de la sociedad puede ser un factor importante y hasta influyente dentro de una época de cambios. Las presiones de lobbies, países, y de la comunidad civil en general pueden ejercer cierta fuerza para que el Papa libere al cristianismo de ciertas tradiciones injustas que no responden a las necesidades actuales.

De otro modo, si se sigue actuando bajo el mismo ‘modus operandum’ de los últimos siglos,  habrá que ir pensando qué le diremos a Cristo cuando llegue, y tengamos que explicar que vivimos en un mundo en donde temas como el control de la natalidad, el rol de la mujer, la salud reproductiva, los condones, las cuestiones GLBT y otros, son la decisión exclusiva de un club de ancianos hombres célibes. Sobre temas tan trascendentes, ya no cabe limitarse a dar explicaciones citando versículos bíblicos; eso ya se ha hecho casi hasta el abuso.

Ovarios habet!! Llegó la hora en que el peso de la influencia femenina alcance resultados concretos. Esta desigualdad en materia de género se evidencia desde el lujoso gobierno vaticano hasta la más humilde parroquia de barrio. La ausencia de las mujeres empobrece enormemente a la Iglesia y además hace que pierda adeptos y credibilidad. Se debe pensar que la tradición machista no es algo que afecta a las mujeres. Es algo que afecta a absolutamente todos en la sociedad. La discriminación hacia la mujer hace muchísimo daño, y llegará el día en el que los jerarcas de la Iglesia pidan perdón por ello. Este discurso lleva  demasiado tiempo sin ser tomado en cuenta, y es el Papa Francisco el que deberá priorizar el tema y liderar la batalla. Lo mínimo que puede hacer es ser consecuente con el primer y más grande feminista de todos: Jesús.

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Andrea Costales