Mucho se ha discutido sobre nuestra sección “Fuck you, curuchupa”. Ha sido inclusive motivo de llamadas, mails, comentarios de sobremesa y hasta artículos en otros espacios digitales (acá y acá). En definitiva, mucha y necesaria discusión.

A mucha gente le disgusta el nombre de la sección porque les parece que contiene una carga de violencia verbal en contra de un determinado grupo que, erróneamente, se asocia con el creyente. La polémica se ha extendido al punto de que nos han llegado, desde muy diversos sectores el pedido de que se cambie el nombre de la sección. Para muchos, constituye una especie de “Jódete, creyente”.  Visto el asunto con un poco de calma, no tiene nada que ver con la verdadera intención de la sección.

Eso ya lo anotaba acá hace algunos meses Xavier Flores, cuando decía que: “¡Fuck you, curuchupa! es la reivindicación de una postura laica y liberal sobre las ideas religiosas en la esfera pública. No es, en ningún momento, un ataque al derecho de toda persona a profesar la religión de su elección (o cambiarse de creencia o no profesar ninguna) que se lo ha defendido por acá, sino una defensa de los límites que las prácticas religiosas deben respetar en una sociedad laica y democrática…”

Sin embargo, las críticas no han cesado (aunque el tema haya sido desplazado por la vorágine política reciente) y durante varios meses he intentando entender por qué muchos creyentes se sienten directamente ofendidos por la expresión.

Hay dos motivos fundamentales para sentirse aludidos por el nombre de la sección. El primero, es la mala costumbre de entender al mundo como un gran falso dilema. Para muchas personas la discusión en la diversidad no es posible. El dossier publicado en la edición anterior, la noventa, lo demuestra. Resultaba casi cómico recibir en la cuenta de tuiter de GkillCity.com, comentarios como “pitiyankis”, “imperialistas de mierda” y, casi a renglón seguido,  “Parece que GkillCity se volvió pro Chávez” y el muy agradable “son unos chavistas de mierda. SPAM con ustedes”.

Cuando se comprende el mundo en blanco y negro se cree que todo lo que proviene desde quien difiere es una invectiva. El falso dilema es una falacia porque destruye el espacio común que el diálogo debe crear, mientras que la discrepancia en la diversidad construye ese espacio. A veces, resulta, además, un refugio, una zona de confort donde las certezas no se pierden. Y no hay nada más peligroso que un ser humano lleno de certezas.

Resulta muy difícil, revisando la composición de lo que es el núcleo central de GkillCity, compuesto de diez personas, pensar en que este no sea un espacio de divergencia en la diversidad. Aquí hay budistas, católicos, agnósticos, ateos y paganos; socialistas, libertarios, nacionalistas, liberales y hasta lo que Ernesto Yitux definió con mucho sentido del humor: un “anarquista Fisher-Price”.

Entre esas diez personas el único punto de convergencia que hay es el respeto por la individualidad del otro y la convicción de que no es posible que la legislación vigente insista en una normativa que privilegie la subsistencia de ciudadanías de segunda clase y cualquier política pública que impida el pleno desarrollo de la persona. GkillCity ha sido la constante manifestación de la definición de persona de Emmanuel Mounier (filósofo francés, personalista y católico convencido, además) “persona es todo aquello que en el ser humano no puede ser utilizado”.

Por eso es que GkillCity se considera un medio liberal y profundamente laico. Jamás ha intentado la supresión del derecho de cada persona a profesar –o dejar de profesar– determinada creencia religiosa. Lo que no consentimos es que se pretenda imponer una moral determinada a través de las políticas públicas. Porque, en realidad, hay ciertos temas como el aborto, el uso de las drogas, la censura y el matrimonio igualitario que no tienen nada que ver con la moral de nadie. En algunos casos son temas sensibles de políticas de salud y en otros son asuntos relevantes para ejercer la libertad a plenitud. Esas posturas suelen estar respaldadas por datos verificables, estadísticas y estudios sustentados.

Además, revisados los aportes de los cientos de colaboradores, no se puede decir que el espacio no sea diverso. Aquí se ha escrito a favor de la despenalización del aborto y el matrimonio igualitario, pero también el docto Jorge Scala ha tenido su espacio para descargar en contra de esos temas. Además, aquí se habló sobre la homilía navideña del Papa Emérito, Benedicto XVI; se defendió la Jornada Mundial de la Juventud; y hasta de la Encíclica Papal “En la esperanza fuimos salvados”.

No me imagino a ACI Prensa dándole cabida a posiciones contrapuestas a la “línea editorial” que mantienen pero como no tienen una sección que se llama “Fuck you, ateo” entonces las críticas no se decantan con tanta fuerza por allá. Y eso, es, además de anecdótico, irrelevante. Porque hoy estoy hablando en primera persona de una idea a la que le vengo dando vueltas hace mucho.

En ese largo y lento pensar en las motivaciones para el fuck you, curuchupa, creo que he dado con el segundo motivo por el cual mucha gente que no debería se siente ofendida. La verdad es que nadie sabe quién es el curuchupa.

Eso es lo que trae tantos problemas.

Mucha gente no entiende en su real dimensión lo que significa ser curuchupa. Eso es algo que he descubierto resulta muy comprensible. “Curuchupa” es un término de definición poco clara, sobre el cual la generalidad de los creyentes no deben encontrar un referente propio. La confusión se genera porque  es poco claro qué y a quién incluya la definición de curuchupa.

La palabra no aparece en el Diccionario de la Real Academia, lo cual no extraña, estando la RAE regida por el séquito de ancianos noruegos que la gobierna. Sin embargo, tampoco aparece en el Diccionario de uso del español de María Moliner, lo cual abona en incertidumbre sobre los alcances del vocablo polémico.

Hay que recurrir a un diccionario de ecuatorianismos para dar con los orígenes de curuchupa y entender, al fin, quién es realmente un curuchupa, quién no y, por tanto, a quién está dirigido el Fuck you! gkillcityno.

En “El Habla de los Ecuatorianos” (tomo de la A a la C, página 507) de Carlos Joaquín Córdova, se dan luces del origen y significado histórico de curuchupa:

“curuchupa. (quinch. Curuchupa; cura: gusano; chupa: rabo, cola). adj. y s. fam. Militante en el partidor conservador: “Pertenecían al partido de los godos o curuchupas y lucharon con empeño por sostener el gobierno de los conservadores”. J. de la Cuadra, Los monos enloquecidos (OO.CC. p. 624) (…) “-¿Qué? ¿No sabe? A Alfaro lo mataron en enero. Lo arrastraron en Quito los curuchupas”, E. Gil Gilbert, Nuestro pan, 103. “¿Qué no, madre? Todos han de ser curuchupas”, “…renuncia a la afiliación del partido, no le importa la expulsión y como el peor de los curuchupas persigue el libre pensamiento”, R. Aguilar A, Crónicas. 2) fam. Tradicionalista, conservador, sin relación a la política. 3) Relativo al partido conservador, muy tradicionalista y recalcitante en este criterio (…)

Más adelante, analizando la etimología de curuchupa, Córdova apunta que una de las variantes del vocablo es curachupa y dice:

“Del híbrido castellano-quichua cura, el párroco a cargo de una feligresía y chupa la palabra quichua que significa cola, rabo, apéndice. El militante conservador es bien sabido que tiene vinculación íntima con la Iglesia católica. Puede decirse que en el tiempo antiguo más que en el presente esta relación era mucho más estrecha e inmediata. Su extracción clerical establecer ya una dependencia o subordinación al clero; o bien, como confederado del mismo, es aliado para sus móviles políticos, ya independientemente, ya por interés mutuo, ya como superior respecto de algunas filiales de la Iglesia. La noción de ser “cola o rabo de cura” hace comprender la intención irónica o mordaz de sus adversarios políticos para denotar la subordinación y adhesión del conservador con el clero”.

Esta es la acepción que más luces nos da, en un contexto histórico social. Hace más de cien años, cuando el clero tenía aún en el Ecuador (y en el mundo) un peso político directo, pues la separación entre la Iglesia y el Estado no se consolidaba, el ala política que defendía los “móviles políticos (…) ya por interés mutuo” eran los conservadores, tachados mordazmente por sus adversarios como curuchupas.

No hay que ser un erudito historiador para saber que antes de la Revolución Liberal, la iglesia tenía directa injerencia en los asuntos estatales y que, en ciertos períodos, fue un requisito ser católico para ser considerado ciudadano de este país. Esa es, por ejemplo, una clarísima y discriminatoria injerencia de la moral personal de determinado grupo en las políticas públicas.

Con el tiempo, esas discriminaciones se fueron remediando y, por ende, como bien acota Córdova “Puede decirse que en el tiempo antiguo más que en el presente esta relación era mucho más estrecha e inmediata”. Es decir, hoy en día, la relación entre el curuchupa y la profesión de una determinada fe está relacionada pero guarda una distancia mucho mayor que en los tiempos en que se originó el término y siempre se trató de una clara asociación político-religiosa. Una vez separadas, como han sido para bien de la humanidad, política y religión, la vinculación entre proselitismo y fe se diluye cada vez más.

A pesar de que no existen documentos que daten con precisión la época en que se empezó a utilizarlo, Córdova anota que “(…) pudo ser dentro del decenio del ochocientos noventa. Montalvo hasta 1889 –el año de su muerte– no empleó la palabra. Mas, sí jugó a gusto con godo y godos a los que zarandeó de lo lindo.”

Para nadie es desconocido que el uso y significado de ciertas palabras, especialmente aquéllas con un carga tan pesada, suelen variar en el tiempo y a más de un siglo y pico de distancia, me parece claro que el término curuchupa ha mutado en su significado original. Caído en un relativo desuso por mucho tiempo, al punto que nadie tuvo el cuidado de pedirle a la Real Academia Española que lo incluya como un ecuatorianismo, ha recobrado vigencia en la actualidad, cuando las personas que pretenden eliminar las discriminaciones normativas que aún existen, lo han recuperado para designar a aquéllas personas que pretenden aún mezclar la moral personal con las políticas públicas.

En estos días, la lucha no radica ya en la permanencia de la injerencia religiosa directa en las esferas del poder, algo que no tiene ningún sentido después de la separación Iglesia-Estado y del Concilio Vaticano Segundo, donde quedó claro que la tarea de la iglesia católica era meramente pastoral.

Por eso, curuchupa no es alguien que quiere, en su legítimo derecho, militar y manifestar –inclusive públicamente– su afecto por determinada creencia espiritual. Es simplemente aquella persona que prefiere mantener políticas públicas que fueron inspiradas por una moral religiosa en los tiempos en que no existía la separación entre Estado e Iglesia (y retroceder los cien años que eso significa), a pesar de que la evidencia científica demuestre que dichas políticas públicas aún discriminatorias deben ser abolidas o, en el peor de los casos, que no existe evidencia sustancial para mantenerlas vigente.

Más allá: inclusive cuando la religión sobrenatural es reemplazada por un religión de Estado, como sucedió en los regímenes estalinistas, también es posible hablar de curuchupas. Porque el curuchupa es aquel que desea mantener el status quo a pesar de que exista evidencia que señale que lo sensato sea eliminarlo, solo porque hay un motivo profunda y únicamente personal (la moral individual) que así lo demande.

Por eso no hay tal agresión a los creyentes en el rótulo de la sección de GkillCity que motiva este artículo: no es a los creyentes sensatos y razonables, que lo único que piden es que los dejen, como a los demás, vivir su religión en paz. Es a los fanáticos que, movidos por sus creencias espirituales personales, están dispuestos a meterse en la familia, cama y cuerpo de los demás para perpetuar el falso dilema más antiguo y peligroso que ha existido: Dios está con nosotros y si no estás conmigo, estás en contra de Dios. Esa es una afirmación terrible porque ha llevado a la humanidad no solo a las peores atrocidades, sino a su justificación. Y en esa justificación pavorosa, que quede claro, dios no es necesariamente el dios de los cristianos, sino que cualquier cosa, persona o idea, puede ser endiosada y, por ende, quitada del debate público y eliminada la posibilidad de reformarla o demostrarla equivocada porque, bien es sabido desde antiguo, los dioses no se equivocan.

Esa infalibilidad que motiva los peores desaciertos de la humanidad tiene un solo nombre: fanatismo; y en palabras de Nietzche: «El fanatismo constituye, en realidad, la única fuerza de voluntad a la que pueden también ser conducidos los débiles y los inseguros».