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@elpacosalazar

En los últimos días de febrero, un arañazo en la tuitósfera, del querido @gatoquefuma, puso a discutir a algunos tuiteros sobre el destino del fresco de Galo Galecio, que se encuentra pintado en el hall principal del antiguo aeropuerto Mariscal Sucre en Quito.  El fresco de Galecio, no era la única obra en el edificio, también está un mural en piedra y bronce de Jaime Andrade. El oportuno arañazo, obligó a que existan visitas del Instituto Nacional de Patrimonio Cultural , del Consejo Metropolitano de Quito, del Instituto Metropolitano de Patrimonio y de los familiares de los artistas.  El diario el Comercio, dedicó el 4 de marzo, a través de su Twittcam cultural[1], una entrevista a Alba Galecio y Jaime Andrade, hijos de los artistas plásticos Galo Galecio y Jaime Andrade; conjuntamente con Ana María Armijos del Instituto Metropolitano de Patrimonio de Quito.

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El fresco de Galecio y el mural de Andrade, no andaban solos por el mundo. Ambas piezas forman parte, desde el día de la inauguración, del edificio principal del Aeropuerto Mariscal Sucre de Quito, construido en 1960.  Este edificio de corte moderno, formó parte del conjunto de edificaciones que se construyeron durante los preparativos de la XI Conferencia Interamericana de Cancilleres, que se llevaría acabo en el Ecuador en 1959. En ese entonces, nuestro país vivía un proceso de ordenamiento institucional y político y con el apoyo de los Estados Unidos, se había comprometido para ser la sede de la conferencia.  Habíamos visto a la conferencia como una importante estrategia de posicionamiento mundial, por lo que se destinaron esfuerzos significativos para su organización. En este marco se planificó la construcción del nuevo Palacio Legislativo el cual serviría como sede de la conferencia, se construyó el Hotel Quito para recibir a las delegaciones, inclusive se construye el Edifico Matriz del Seguro Social, para usarlo temporalmente como espacio de hospedaje de medios y periodistas que cubrirían el evento. El dato anecdótico es, que también se edifica en la loma de Puengasí el cabaret “el Mirador”, que completaba el conjunto de servicios diplomáticos necesarios. La conferencia planificada para el verano del 1960, no se llevó a cabo. Los Estados Unidos, marcaron la agenda política, y se canceló por lo inconveniente que resultaba la reunión de los países latinoamericanos con unos barbudos que habían derrocado a su dictador de confianza en una isla del caribe.

Sin embargo el gasto estaba hecho, y la importancia y el tamaño de las obras emprendidas sirvió para marcar el desarrollo urbanístico de la capital. La arquitectura residencial empezó a repetir en sus detalles los planteamientos arquitectónicos de estos edificios, y Quito consolidó su desplazamiento hacia el norte.  La fuerza que habían ganado los artistas ecuatorianos en esa década, y la influencia del muralismo mexicano en América Latina, llevó a que etas obras contengan como parte integral de sus diseños importantes murales y aportes artísticos.  El Palacio Legislativo, incluyó en su frente norte un mural en piedra tallado por Victor Mideros, el Hotel Quito, en su interior un mural de Jaime Andrade, el edificio del IESS, un fresco sobre los trabajadores realizado por Galo Galecio.  Quito con estos edificios daba los pasos a la ciudad moderna y contemporánea.  Habíamos pasado de la Iglesia de la Compañía, con los frescos del cielo y el infierno a los edificios modernos que incluían murales, para la construcción del discurso de un país que buscaba el futuro desde la historia.   Estos edificios, fueron los últimos de su especie.  Vendrían las dictaduras militares, los pobres ochentas, los confundidos noventas; y poco a poco se irían deteriorando burocratizándose, y perdiendo su fuerza discursiva arquitectónica y simbólica.

Es en este entorno, en el que sobreviven los murales del antiguo Aeropuerto.  El mural de Andrade, construido para ser apreciado desde una terraza interior del edificio, pasará en los noventa a ser parte monolítica de una caseta de guardia, que contenía policías aduaneros en su interior. La pileta, parte del mural, fue derrocada con el criterio de los noventa, donde una vez caído el muro, ya no eran necesario sostener simbologías, ni sueños de sociedades. Nos individualizábamos, y las referencias perdían sentido.  La estocada final al edificio, y sus mensajes, símbolos y murales la darían a inicios de este siglo, los procesos privatizadores de la municipalidad de Quito, quienes concesionarían el edificio, y la corporación Quiport, instalaría un cielo raso, que cortaría todo el cielo, que Galecio le brindo a Elia Liut, en su fresco.

El caso del fresco de Galecio y el mural de Andrade, son el síntoma de una gestión del patrimonio y la memoria desconectada de sus actores, sus procesos y sus tiempos. La gestión patrimonial de la ciudad, hasta hace unos pocos años estaba limitada al Centro Histórico y su monumentalismo religioso, hoy se han emprendido esfuerzos por la memoria de los barrios y su insurgencia; pero lo verdadera tarea pendiente es la historia moderna, la que desarrolló el Quito de autos y centros comerciales que conocemos hoy, el que nos resulta difícil y caótico vivirlo; y el que es capaz, en una mudanza, de olvidar en las paredes, colgados los cuadros que contaban su historia.


[1] https://www.elcomercio.com/cultura/tuitcam-murales-Municipio_de_Quito_0_876512535.html

Paco Salazar