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Enrique Avilés Silva

En abril de 1986, cerca de Kiev, la capital de Ucrania, ocurrió el accidente nuclear más devastador de la historia, cuyas consecuencias no han sido contabilizadas en su totalidad.  El lugar, la planta atómica de Chernobyl. Una falla en el reactor 4 originó una fusión que liberó una nube de material radioactivo que se extendió por diferentes partes de Europa (con particular fuerza en Bielorrusia -alrededor del 60%- y Ucrania). El accidente cobró directamente la vida de 56 personas (aunque otros 4,000 de los expuestos han muerto de cáncer) y dejó desahuciados a más de 300,000. Hace un poco más de un mes visité la planta de Chernobyl y la ciudad abandonada de Pripyat.

El día amaneció con el clima “perfecto” para visitar esta ciudad. Una ligera lluvia y un cielo que se mantendría gris la mayor parte del tiempo haría buen fondo para las fotografías, así como proveería una excelente iluminación sin sombras. El viajo duró aproximadamente dos horas desde Kiev, aunque se sintieron como muchas más. Durante el viaje nos dijeron de las intenciones de convertir a la zona de Chernobyl en una “Ciudad Museo”, lo cual hace bastante sentido si se tiene en cuenta que no se debe tocar nada (por riesgo de contaminación), y nos mostraron vídeos contando un poco la historia del lugar (sí, estaba en una especie de tour – cosa que generalmente odio, pero no se puede, ni tampoco es recomendable, entrar a un lugar radioactivo sin un buen guía con su respectivo medidor de radioactividad).

Al llegar a la zona de precaución, fuimos recibidos por una señal de “STOP”, seguida por una revisión de pasaportes. Tras esperar unos minutos, entramos y nos dirigimos a una pequeña ciudad cerca de la zona, donde habitan los trabajadores encargados de mantener todo bajo control. Las personas que aquí viven, pese a que esta zona es considerada segura, lo hacen de manera itinerante (unos cuantos días cada cierto número de días), como medida adicional de seguridad.

Mientras nos acercábamos a la planta, y a la ciudad de Pripyat, las marcas del accidente se volvían más evidentes. Barcos abandonados en el río, pequeñas elevaciones de tierra con señales de “Advertencia: Radioactividad”, que escondían casas contaminadas y enterradas como medida de contención, y la ausencia total de personas.

La lluvia del inicio aún se mantenía, aunque de forma muy ligera. Esto molestaba para hacer fotos, ya que no tenía un buen cobertor para mi cámara (excepto la improvisada funda). Sin embargo, era a su vez reconfortante, ya que esta lluvia mantiene cualquier polvo contaminante en el suelo mientras “lava” ciertas superficies, reduciendo las posibilidades de contaminación. A propósito, el mayor riesgo de contaminación aquí no viene de la radiación, sino del material radioactivo – que se encuentra principalmente en la yerba – donde urgen no pisar – y en los bosques.

Nos dirigimos al “sarcófago”, que es el nombre con el que se conoce al reactor de la falla, por estar cubierto de concreto y acero. Dentro del mismo se encuentran más de 200 toneladas de material radioactivo. En su alrededores y por varios kilómetros de tubería, circula el agua usada para limpiar el material radioactivo, ya que por ser esta ahora radioactiva no puede ser liberada. La seguridad de esta medida de contención es altamente debatida.

Seguimos avanzando, en muchos casos viendo las cosas desde lejos ya que por prohibiciones y/o por seguridad no se puede detener en muchos lugares (es más, en cierto momento se nos pidió esconder las cámaras ya que son prohibidas – sigo inseguro respecto a esto). Tras atravesar una zona, donde nos contaron que tras el accidente apareció un bosque de árboles rojos, totalmente radioactivos, el cual fue podado y enterrado, vimos el letrero que daba la bienvenida a una ciudad ahora desierta. Habíamos llegado a Pripyat.

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Enrique Avilés