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@cjimenezDC

Todo estudiante de sociología o ciencia política está familiarizado con el concepto de “carisma”, impulsado por el científico social Max Weber a inicios del siglo XX para intentar explicar un tipo de liderazgo original, distinto, pasional y cuasi-mesiánico en el que un líder es capaz de sumir a su masa de seguidores en una relación política basada en la emotividad y la conexión personal más allá de la institucionalidad que debe, en principio, caracterizar a las sociedades con democracias consolidadas a las que aspiran muchos países en el planeta.

Para la Venezuela del siglo XXI, el carisma no es un concepto ni una noción de la sociología sino el nombre de un presidente que llegó a hacer historia: Hugo Chávez Frias. Es por ello que la muerte del presidente Chávez el pasado 5 de marzo no es simplemente la muerte de un presidente en ejercicio que ahora debe ser reemplazado. Para los fervientes seguidores de Hugo Chávez, su muerte equivale a la muerte de un padre, o a una situación emocional parecida a la de una perdida familiar dolorosa. Entiendo que para un lector no familiarizado con el contexto político venezolano de la última década tal afirmación no es sólo una lectura sensacionalista de la realidad política de un país sino también una frase sacada del realismo mágico que tanto influenció al movimiento literario latinoamericano del siglo pasado. Lo cierto es que, conocedor o no de la historia contemporánea de Venezuela, es imposible negar que el liderazgo carismático, unipersonal y caudillista de Hugo Chávez deja a Venezuela en la orfandad. Si algo caracteriza al carisma, nos recuerda Weber, es que no es transferible, al menos no en su forma original, y ciertamente no en su forma permanente.

Descifrando el legado

La muerte del presidente Chávez llega después de 14 años en el poder. Ya se ha escrito mucho sobre su “legado” pues el mundo entero llevaba meses esperando la noticia de su muerte, en especial ante la falta de información transparente sobre su salud impuesta por un gobierno que venía calculando su futuro político ante la inminente perdida. No es posible resumir en pocas páginas la historia del chavismo o sus consecuencias históricas. Es por ello que prefiero escribir como lo que soy, una venezolana que vive en el extranjero y que intenta comprender desde la distancia lo que ha sido y lo que vendrá, en esta historia en construcción permanente de un país que sigue siendo mío y de los míos, a pesar de las transformaciones, los aciertos y los desaciertos.

El pueblo de Chávez o el Chávez del pueblo

Es imposible negar que la Venezuela post-Chávez es una Venezuela con una conciencia social acrecentada por la revolución bolivariana liderada por el presidente. El empoderamiento del sujeto popular, su inclusión como tomador de decisiones y el mejoramiento en la calidad de vida de la población de escasos recursos (al menos en cuanto a indicadores socio-económicos como pobreza y educación se refieren)[1] son sin duda el mejor rostro de Chávez. Es este “pueblo chavista” el que se ha quedado huérfano, el que llora hoy por las calles de un país de 28 millones de personas que a duras penas procesa la noticia de una perdida colectiva que ve como suya. El estilo personalista del presidente, su discurso populista aunado a una poderosa capacidad de oratoria, su historia de vida, sus permanentes referencias a los símbolos patrios y folclóricos y –en especial- su masiva inversión en programas benéficos[2] le acercaron a su propia construcción de pueblo en un imaginario perpetuado con el avance de sus políticas sociales: “Chávez es el pueblo y el pueblo es Chávez”. Ningún presidente venezolano había logrado el acercamiento carismático-personal que Chávez logró con los más excluidos y probablemente ninguno podrá mantener un nexo similar. Esta población representa, si nos guiamos por los resultados electorales del 2012, la mayoría del país. No es una mayoría abrumadora, pero es una mayoría al fin.

El no-pueblo de Chávez y el Chávez del no-pueblo

Todo líder carismático construye una demonología que incendia su discurso, genera lealtades y suma seguidores. El uso del “anti-imperialismo” no es una invención chavista y no ha sido –en mi opinión- el principal referente de su discurso divisivo si bien ha dado sus frutos en términos de su popular posicionamiento en la esfera internacional y en los movimientos de izquierda a nivel global. Chávez usó, a su favor y muy a pesar de las posibles consecuencias, a un sector de la población que se le oponía como el ejemplo del “anti-pueblo”, léase, todos aquellos que no comulgaron con su proyecto socialista y que por lo tanto fueron tildados de apátridas, no-venezolanos, etc. En esta amplia categoría entraron grupos tan disímiles como “los oligarcas”, los políticos de oposición, los estudiantes y académicos de universidades autónomas, la mayoría de los medios de comunicación privados, los miles de chavistas desencantados que dejaron de serlo (esto incluye a gente de izquierda, de movimientos sociales, grupos indígenas, y población de pocos recursos que terminó sintiéndose marginada por las fallas del gobierno) y, por supuesto, la mayoría de quienes nos fuimos del país en búsqueda de otras oportunidades profesionales y de vida. Este es un grupo que tal vez también se siente huérfano, pero no por la pérdida de un padre, sino por el sentimiento de pérdida de un país. Venezuela es hoy por hoy uno de los países más violentos del planeta (no solo de America Latina)[3], su economía dependiente del petróleo experimenta altos niveles de inflación (más del 20%), un déficit fiscal que se acerca al 15% del PIB, poca inversión del sector privado y un preocupante nivel de escasez de productos básicos debido, en parte, a erradas política de control de precios y de control cambiario. Los problemas de infraestructura se han acentuado al punto de que no solo los puentes colapsan, también lo hacen las viviendas recién construidas. El sistema carcelario se encuentra en crisis, con el retardo judicial siendo el menor de los problemas en comparación con la terrible ola de violencia que se vive en las cárceles y que se ha vuelto inmanejable. El aumento de poder en las manos del ejecutivo han llevado a un menoscabo de las instituciones políticas y a un desequilibrio de poderes públicos que hacen casi imposible contar con un sistema judicial independiente.

Hacia la transición impostergable

Visto el panorama económico y político, es difícil no sentirse en medio de una crónica anunciada de un país a la deriva. Y no es para menos, todos sabemos que lo que más nos afecta como sociedad, como gente, como conjunto, como país, es la polarización entre un grupo que solo se siente representado por Chávez y otro que solo se siente representado sin él. Es este rompimiento del tejido social, esta imposibilidad del dialogo y de la convivencia pacífica de diferentes preferencias políticas las que han fracturado a un país que tiene el potencial de moverse hacia un progreso social y político sólido y sostenible y que ahora se ve estancado en confrontaciones que solo nos hacen más débiles. Puede que la Constitución sea nuestra última carta de salvación, en el sentido que nos llama nuevamente a votar y a repensar nuestras prioridades como país. Más allá de los posibles resultados electorales (que muy probablemente favorecerán al actual vice-presidente amparado en “la figura del mito” del presidente recién fallecido) queda claro que hay un largo camino de transición que recorrer si verdaderamente queremos mejorar la gestión política y económica de la nación. Sin un líder único, sobreprotector y carismático, el futuro presidente tendrá que volver a Venezuela gobernable y ha de tener claro, además, que los mitos no gobiernan.

Pienso que no somos pocos los venezolanos que enfrentamos la terrible parálisis de no poder hacer uso de la elocuencia para definir con palabras claras el sentimiento que nos invade ante la muerte del Presidente Chávez. Tan solo para aclarar, no comulgo en absoluto con aquellos que celebraron públicamente la noticia. Todo lo contrario, lamento la situación que atraviesa su familia y sus seres queridos. Creo que después de que pasen estos días de confusión, dolor colectivo, y luto nacional, Venezuela debe enfocarse en construir un proyecto en común: trabajar por un país en donde todos tengamos lugar sin importar que tengamos ideas políticas distintas, usemos gorras diferentes, nos gusten colores diversos, vivamos en tierras lejanas pero con la identidad nacional nuestra, y en donde, en definitiva, todos volvamos a ser un mismo pueblo.

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[1] El Instituto Nacional de Estadísticas (INE) de Venezuela se convirtió en un importante actor comunicacional en el régimen chavista. Según el INE, la pobreza se redujo de 55,6% en 1997 a 26,5% en 2011. En el 2005, la UNESCO declaró a Venezuela “zona libre de analfabetismo”.

[2] Datos oficiales indican que desde 1999 a 2011 el gasto social llegó a los 468 mil millones de dólares.

[3] En su informe anual a la Asamblea Nacional el vice-presidente Nicolás Maduro reconoció que en el país se cometieron 16.072 homicidios en el año 2012, ubicándose la tasa de homicidios en 57 por cada 100.000 habitantes. Esta cifra ubica a Venezuela como el segundo país más violento del mundo, superado solo por Honduras.

Carolina Jimenez