Es la consigna de miles de partidarios del líder venezolano. Todos vestidos de rojo, con banderas tricolor, sombreros, imágenes del Che, muñecos que replican a Hugo… Sus rostros se ven eufóricos cuando hablan del Comandante, algunos lloran con tristeza para minutos después reír a carcajadas. Son emociones opuestas que se expresan en minutos. Lloran porque ya no podrán ver a Hugo Chávez en su “Aló Presidente”, y ya no podrá él cantar ni prometer que la misiones continuarán… Lloran porque la presencia de Hugo Chávez ha sido continua y ha marcado Venezuela por al menos 14 años con una fuerza poco antes vista.

Una mujer corpulenta, con el pelo claro, unos brazos rollizos, con camiseta roja, rostro emocionado y voz contundente me pide el micrófono y se para ante la cámara: «¡Yo quiero decir que el que está allí adentro no es un muñeco, es mi presidente, porque tres veces me di el lujo d verlo anoche, tres veces! Amanecí aquí, y es mentira que está feo, no quedó seco ni feo… bello, hermosos sus ojos, sus cachetes y es mentira que está chupado, que está feo como dicen los majunches, él está bello porque era hermoso! » dice mientras decenas de personas que la escuchan le aplauden. Se llama Dafni Tobar y habla de forma atropellada y se refiere repetidamente a los «majunches» vocablo que, según la Real Academia Española, es alguien “de calidad inferior, deslucido y mediocre” y, últimamente, según el diccionario de la revolución bolivariana, es el término para referirse a la oposición.

Dafni está en el Fuerte Tiuna desde la tarde el miércoles 6 de marzo. Para ese momento lleva más de 30 horas allí, dispuesta a hacer una cuarta vez la fila para ingresar al Salón de Honores donde velan a Chávez. Con un gesto con las manos, Tobar indica a los que aplauden que se callen para que pueda seguir hablando a sus anchas y, aspirando aire a fondo, empieza de nuevo “¡Que sepan esos majunches que no van a volver! ¡No lo vamos a permitir! ¡Porque Chávez no ha muerto!” Ante eso empiezan a corear al unísono “¡Uh ah, Chávez no se va!”. Lo repiten una y otra vez, mientras se empujan para poder aparecer unos segundos en cámara. Intentan alcanzar el micrófono porque todos tienen algo que decir… Antes de eso, se aseguran qué tipo de prensa éramos (privada o pública), de qué país, con qué presidente, para qué estamos ahí. La mayoría se tranquiliza y respira hondo cuando ven la acreditación de Delegación de Prensa Oficial Ecuador (es la acreditación de todos los medios, públicos y privados, que viajan como prensa externa de la Secretaría de Comunicación). Una vez que ven el escudo de Ecuador y el “respaldo” de Presidencia, se tranquilizan y empiezan a halagar a Correa “Dios lo bendiga a Rafael, dígale que en Venezuela lo amamos, que él tiene que seguir con lo que dejó el Comandante porque ellos eran amigos, porque Simón Bolívar tiene que seguir en toda América Latina” dice Yeseni, una mujer que lleva a sus dos pequeños hijos de la mano. Han esperado más de 24 horas para poder ingresar, pero ya están cerca. “Es lo último que tenemos que hacer por nuestro Padre Santo, no lo podemos dejar solo aquí, él tiene que ver desde el cielo como en Venezuela lo amamos”; mientras habla, sus ojos se llenan de lágrimas que empiezan a caer por sus mejillas, pero con la mano las seca violentamente. “No hay que preocuparse, vale, el Comandante nos dejó mucho y eso hay que seguir, vamos a seguir” dice, mientras toma a sus dos hijos de la mano, ambos cargan banderas con la imagen de Chávez y tienen cintas rojas atadas a sus pequeñas cabezas.

Es una marea roja. Al menos diez kilómetros alcanzan las filas de personas que quieren ver al fallecido mandatario. Desde el autobús que nos conduce a Tiuna, vemos cómo se amontonan en las veredas las personas que quieren entrar. Hay soldados por todas partes. Un aire de tensión, de tristeza y de alegría. Es contradictorio; la muerte de una persona usualmente solo trae tristeza, pero en la Academia Militar, se siente alegría, a pesar de que allí no hay cabida para un solo opositor. Todo lo que se asemeje a oposición es el enemigo. Incluida la prensa. Sobre todo la prensa. Para cada pantallazo que vamos a grabar, tenemos cientos de ciudadanos y varios soldados que se acercan para escuchar lo que decimos. Hay que ser cuidadosos con las palabras; cualquier cosa se puede malinterpretar. Con el susto de saber que una periodista y un camarógrafo de una cadena colombiana fueron agredidos con extrema violencia, hasta mandarlos al hospital, procuramos ser cautos con las palabras. En medio de una masa eufórica cualquier malentendido puede terminar en agresión.

Hay ambulancias para brindar atención médica a quienes se desmayan por el calor o la espera, y fuerte despliegue militar; cada cierto tiempo pasan comandos repartiendo agua y otras bebidas a todos quienes allí esperan su turno. El sol es inclemente, la temperatura debe estar estar por los 31 o 32 grados, pero nadie parece inmutarse. Algunos se acuestan en el pasto, en las veredas, a la sombra de un árbol… Hay mucha basura, por todos lados, botellas, plásticos, restos de comida, envases de todo tipo, papeles. A nadie parece molestarle, muchos se acomodan incluso al lado de los basureros repletos, reventados de deshechos; se acuestan allí mismo, comen allí mismo. Los baños públicos están ubicados en varias esquinas, sin embargo algunos prefieren usar los rincones apartados del campo para evitar hacer filas. La pestilencia en ciertos lugares es insoportable, se mezcla con el agua que quedó en charcos en ciertos rincones del fuerte.

“No podemos abandonar lo que dejó Chávez, y por eso estamos aquí todos los venezolanos para recordar todo lo que él nos dio; educación, salud, esperanza… Mira es que Chávez nos dio la vida, mira que te lo digo como joven, él a mi me dio el estudio, sin él yo no sé dónde estaría porque nosotros somos pobres, nos olvidaron hasta que él llegó” dice Jahir, un muchacho de unos 16 o 17 años.

“Nosotros somos discapacitados, tenemos dificultades, pero aquí estamos” dice José desde su silla de ruedas “Queremos mandar un saludo afectuoso al líder Correa, que no desmaye, que no se deje vencer por el Imperio”. A su alrededor, desde otras sillas de ruedas aplauden. Una señora de cerca de 70 años se acerca hacia nosotros y empieza a hablar atropelladamente, “¿Cómo puedo hacer para ver a Correa? ¿Por dónde entró? Quiero decirle que se cuide de que los enemigos no lo maten como hicieron con mi presidente, que no coma en cualquier lugar, que no beba agua, que no acepte nada que él no conozca porque también van a querer meterle el cáncer, que Dios me lo bendiga y me lo cuide, y a ustedes también hermanos de medios dignos que luchan por el pueblo” sin decir más desaparece con la misma rapidez que apareció.

En medio de todo el gentío llaman la atención las milicias y la Guardia del Pueblo que Hugo Chávez creó en 2011 para dar continuidad a su política socialista e intentar paliar los problemas de inseguridad de Venezuela. Con chalecos y boinas color vino tinto, cargan armas de grueso calibre mientras se pasean entre la multitud controlando las disputas entre quienes están en la fila esperando ver a Chávez. Se acercan de vez en cuando a las cámaras de televisión que están grabando el entorno, entrevistando, haciendo informes, escuchan lo que dicen, se acercan a preguntar de dónde venimos, intentan indagar qué opinamos de Chávez. De rato en rato pasan rápidamente en motos más militares dando órdenes.

La tarima de la prensa internacional está al lado de la Escuela de Oficiales de la Guardia Nacional Bolivariana, pero casi no hay espacio para poder ubicarse ahí, pues hay enorme cantidad de periodistas, camarógrafos, fotógrafos de Chile, India, Rusia, España, Argentina, Colombia, Ecuador, Brasil, Francia, Perú, Estados Unidos y varios otros países.

Aquí no hay cabida para la oposición. Los que no sufren por la muerte de Chávez son enemigos, le deseaban el mal, se alegran de que se fuera. “Esos majunches traidores quieren ahora volver, pero no lo vamos a permitir” dice Evelina “¡Chávez te juro, yo voto por Maduro!” corea y se le unen cientos de personas. Alzan la mano como señal de juramento. Una niña pequeña con bucles dorados viste entera de Chávez y tiene el rostro pintado. También jura que votará por Maduro. “Esta revolución ya es de todos nosotros, no es solo de Chávez, él nos enseñó a luchar y a amar la revolución y eso nadie nos lo quita” dice una joven madre con un bebé de apenas dos meses en sus brazos. “Todos nosotros somos Chávez y por eso estamos aquí, para cuidar que Nicolás siga haciendo todo lo que Chávez hizo por nosotros”.

Unos pasos más adelante un grupo de jóvenes comparten bebidas y comidas. Uno de ellos dice que llora la pérdida de Chávez como la de su propio padre: “Rezo por el Comandante que fue como mi papá porque yo al que me dio la vida nunca lo conocí, pero Hugo lo reemplazó, porque él me dio todo lo que da un padre: estudio, hospital, trabajo, familia… Porque Chávez era mi familia y sus hijos lo son, y mis hermanos venezolanos socialistas son mi familia”.

En los alrededores del fuerte, en las calles aledañas, en los ingresos hay una cantidad impresionante de vendedores. Todos ofrecen algo relacionado con Hugo Chávez: posters, CDs, DVDs, camisetas, gorras, banderas, pañuelos, juguetes. Venden también comida, agua, café. Los olores se mezclan. Hace un calor insoportable y el ambiente se hace pesado.

La noche anterior se pudo ver en pantallas gigantes como llegaba Rafael Correa hasta el féretro del mandatario. Es que no se puede ingresar al Salón de Honores donde están los restos de Chávez. Solo prensa oficial venezolana: Telesur y Venevisión. Nadie más. Guardias y militares con cara de pocos amigos se encargan del registro a la entrada, si hay cámaras, nadie ingresa, apagan los teléfonos, en algunos casos retiran las pilas de todo aparato que pueda registrar una imagen. Una muchacha intenta tomar una foto, se acerca un uniformado y de muy mala gana ordena: “Guarda eso o te sales inmediatamente. No se puede registrar nada, por respeto a mi Comandante y su familia. No te lo repito”. Así, todos obedecen. No hay como detenerse frente a los restos de Chávez. Es pasar, ojear a la velocidad de un rayo y seguir, o vuelve el uniformado.

Muchos observan desde afuera los funerales del Comandante, en las pantallas gigantes se captan los sentimientos, los gestos, las lágrimas de todos quienes entran a verlo. Es un espectáculo tragicómico. “No termino de creer que sea él que está ahí dormidito… Un hombre con tanta energía, con tanta fuerza… Pensamos que hasta vencería a la muerte” dice Josué.

Al caer la noche calma el calor. Será al día siguiente que llegarán los jefes de Estado para el tributo oficial. Y entonces veremos a un Rafael Correa conmovido, acompañando el féretro junto a Evo Morales. Veremos en primera fila al heredero político de Chávez, Maduro, sentado junto a Raúl Castro, el presidente iraní Mahmoud Ahmadinejad y su homólogo bielorruso Alexander Lukashenko, oiremos el Himno Nacional dirigido por la batuta del maestro venezolano Gustavo Dudamel, director de la filarmónica de Los Ángeles, de origen humilde y formado en el Sistema Nacional de Orquestas Infantiles y Juveniles de Venezuela, programa al que el gobierno de Chávez impulsó con importantes recursos.

Una réplica de la espada de Bolívar fue colocada sobre el féretro de Chávez cubierto con la bandera venezolana, ante los ojos llorosos de la madre y los hijos del fallecido presidente. En varias filas fueron pasando los mandatarios para hacer guardias de honor, entre las primeras estuvo Correa. Entre las últimas un lagrimoso Ahmadinejad.

El Príncipe de Asturias estuvo también de pie junto al féretro del mandatario venezolano, en una de las gurdias de honor, haciendo inevitable que regrese a la memoria el recuerdo de su padre, el Rey de España, diciéndole a un sorprendido Chávez: ”¿Por qué no te callas?”. Quizás esas palabras volvieron a la memoria de los venezolanos que apostados a las afueras del Salón de Honor chiflaron al escuchar el nombre de Felipe de Borbón.

Fue monseñor Mario Moronta, Obispo de San Cristobal y amigo personal de Chávez quien presidió el oficio religioso en el que también participó el reverendo estadounidense Jesse Jackson. Detrás de él, una de las cámaras oficiales, enfocaba cada tanto a un abatido Sean Penn.

Maduro no desaprovechó la ocasión para recordar a los venezolanos que deben ser “leales más allá de la muerte” con Chávez. Quizás cumpliendo su última voluntad política, permitiéndolo a él, a un corpulento ex conductor de camiones, que pueda dirigir Venezuela. No olvidó tampoco recordar que en Venezuela no ha habido otro líder tan atacado como Chávez que habría logrado vencer las injurias, según sus propias palabras, gracias a un «escudo de pureza».

“¡La batalla continúa, Chávez vive, la lucha sigue. Hasta la victoria siempre, comandante!”, gritó con todo el histrionismo del caso, al terminar su discurso.

La presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, primera en arribar a Venezuela el miércoles 6 de marzo, regresó a su país el jueves, aduciendo problemas de salud, mientras que Dilma Roussef visitó los restos de Chávez el jueves en la noche y retornó a Brasil el viernes a tempranas horas de la mañana.

El mundo pudo seguir paso a paso los honores al Comandante, mientras la silenciosa oposición no tiene cabida en un país divido, en el que criticar a un muerto, peor si es Chávez, es casi como cometer un crimen. No hay espacio para estar en desacuerdo, para ser incrédulo, para ser crítico. Todos esos son enemigos. Las masas de venezolanos llegadas de todas las regiones del país no tolerarían una palabra negativa de su líder, porque muchos de ellos, en sus palabras, están convencidos que Chávez les dio la vida.

Un venezolano con el que pude conversar, que no está de acuerdo con todo el show, como él llama, de los funerales, cree que Chávez murió hace rato y que esto es nada más el circo que necesita el pueblo. Otro considera que es casi la forma de santificarlo y, así, convertir todo lo que hizo en palabra santa. Pero eso no lo dicen en voz alta, lo dicen con cuidado, asustados, a nosotros que no somos de aquí, que no diremos nada a las autoridades, que no los denunciaremos como si fueran enemigos de la patria… Porque para quienes no están de acuerdo, lo que hay, es miedo y silencio. Para quienes no están de acuerdo, no hay voz. O la hay muy bajita, casi en susurro, cuando un líder opositor se atreve a hablar, se presenta con altura a dar las condolencias por la muerte de un presidente que muchos aman y muchos odian. Las pasiones que crean estos líderes son incomprensibles. No hay medias tintas: o eres chavista o eres enemigo.

Y en esa misma línea, como de los monarcas de la antigüedad se tratara, Chávez no puede caer en olvido. El culto a la personalidad tiene que seguir, y la muestra es que su cuerpo será embalsamado y posteriormente expuesto en el Museo de la Revolución de Caracas, que funcionará en el Cuartel 4 de Febrero, en el edifcio donde funcionaba el Museo Histórico Militar, sitio utilizado como base de operaciones por Chávez durante el fallido golpe de Estado de 1992. Así todos quienes en los próximos años escuchen hablar de Chávez casi como una leyenda, podrán ir a verlo, como ahora vamos a los museos a intentar ver los restos de los monarcas egipcios, como prueba de que alguna vez vivieron en esa opulencia que cuentan las leyendas, en medio de guerras y disputas por poder, riquezas y territorio. Así podremos ver a Chávez e intentar recordar cómo fue en vida, qué dijo, qué lo hizo célebre, cómo murió, quién lo lloró y cómo actuaron sus enemigos. Dicen que un personaje no muere cuando su corazón deja de latir, si no cuando quienes lo conocieron, dejan de recordarlo. Será difícil entonces que Chávez muera en un largo tiempo, pues es un personaje que amado u odiado, no pasa desapercibido.

Y cuando ya nadie que lo haya conocido quede para recordarlo y mantener viva su historia, o para contar el amor que desató en unos y el odio que provocó en otros, quedará quizás como una leyenda, y, entonces, el juicio final lo hará la historia.

María Sol Borja