Fotos de Luis Zanchi
En un punto enigmático del Ecuador, en la provincia del Guayas, duerme desde 1972 una leyenda. Cuentan los lugareños que durante más de cien años, el cadáver de Narcisa de Jesús Martillo permaneció incorrupto, como si solo estuviese dormida. La ahora Santa de Nobol se ha convertido en un referente que ha trascendido barreras limítrofes e incluso religiosas.
Sabes que has llegado a Nobol cuando la imagen de un Cristo Crucificado que mira con ternura a una pequeña niña se logra divisar entre los carros. Un poco más adelante, una escultura de varios metros de altura con características de una jovencita de pueblo te reafirma que has llegado a tu destino, “La Ciudad Narcisa”.
Nobol podría ser un pueblo cualquiera, pero no lo es. Lleva en sus calles la historia de una joven cuyo sacrificio la convirtió en una leyenda Latinoamericana. La niña Narcisa, como se conoce a la Santa, está por todas partes. Imágenes, relicarios, esculturas, cuadros, medallas, la vida misma de Nobol gira en torno a este personaje.
Luis enciende una vela azul, es emelecista y su equipo juega esa noche. “Tienes que rezarle a la vela” grita a una joven reacia al catolicismo y a todo lo que esto implica. La joven no ha venido a Nobol por la fe pero sí por la Narcisa. Prende una vela blanca, “yo no creo en esto, pero mi madre sí y está enferma, algo puede ocurrir”, dice mientras se va a recoger hojas del árbol de guayabo donde la Santa se flagelaba.
“Aquí vienen de todos lados a pedir por milagros. La niña cura cáncer, tumores, enfermedades graves. Muchos dejan sus fotos allí, en el árbol, para que ella obre sobre sus pedidos”, comenta Armando Torres guardián de la Hacienda San José, lugar de nacimiento de la Santa.
Algunos metros más allá de la Hacienda se encuentra el Santuario de Narcisa de Jesús. Un sacerdote regordete espera en la casa parroquial hasta la próxima misa. Hay algo muy especial en este lugar. No es cualquier iglesia. Al entrar existe como una pared invisible, como una carga pesada, tal vez de los miles de creyentes que van a pedir por una intervención divina. El corazón late despacio, como entristecido, al menos el mío. Los sentimientos encontrados del no creyente se intensifican a medida que uno se da cuenta de lo que sucede a su alrededor. Entran y salen del Santuario personas cargadas de fe y de problemas. Lágrimas verdaderas caen de rostros suplicantes. Esto no es fanatismo, es esperanza.
El Padre Stanley Henriques, rector del Santuario, cuenta que ha sido testigo de muchos casos de redescubrimiento de la fe. Afuera del Santuario venden desde ropa hasta comida. Los negocios informales que se generan en torno a la leyenda de Narcisa sobrepasan el centenar. Probablemente este también sea uno de los milagros de la Santa. Aquí se respira folclor, también saumerio, para la buena energía.
Nobol es pequeñito. Está a 38 km de Guayaquil, a unos 20 minutos en carro. Familias enteras llegan en busca de ese algo que los haga vivir una experiencia espiritual.
Nobol, a parte de la Narcisita, también es reconocido por exquisita gastronomía. Maduro con queso, humita, fritada, seco de gallina, seco de pato, y otros platos más se exhiben en fila india a lo largo de la carretera que cruza en medio del cantón.
Doña Francisca lleva más de 15 años atendiendo turistas. Ella sonríe la mayor parte del tiempo. No tiene riquezas pero es feliz. Trabaja con sus hijas, quienes aprendieron de ella a cocinar. Dice que prefiere no quejarse de lo que dicen que le falta, porque si sigue viva es porque no le hace falta nada. Me quedo callada. El turismo, es una experiencia y si se hace bien, una enseñanza. Es el campo y hace calor, Francisca me ofrece una cerveza “la vida es para disfrutar, no para sobrevivir”.
A Nobol uno puede entrar vacío y salir lleno, ya sea de espiritualidad o de comida. No se necesita practicar una religión para sentir un cambio, este recorrido es una mirada interna que nos puede ayudar a reencontrar una humildad que solemos olvidar.
Kristel Freire