Cuando uno piensa en “paz”, normalmente, uno se imagina algo estático o que apenas se mueve. Ella en cambio fluye sin muchas pausas, los músculos de su rostro trabajan sin parar, gesticula, abre los ojos, ríe, ríe y vuelve a reír. Ahí está su paz, luce feliz.

Ana María Gilbert Jiménez me muestra su espacio creativo, uno donde encuentra su paz. Un ático lleno de pinturas, pinceles, lápices, borradores, muchos libros de arte y cientos de mandalas, círculos a través de los cuales ella busca, y enseña a buscar, el equilibrio.

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La palabra mandala proviene del sánscrito y significa círculo. Ana María lo reafirma con su perspectiva de ver mandalas en todas partes: el sol, la luna, el centro de una flor, las pupilas de los ojos, las ollas, la médula, el ombligo… El cuerpo humano puede formar un círculo, resalta Ana María, refiriendo al gráfico de la divina proporción, de Leonardo da Vinci.

Ana María, después varias décadas de descubrir su sensibilidad para percibir el sufrimiento ajeno o a aquello que no es evidente para todos, de aprender meditación y distintas técnicas de sanación espiritual, encontró en un círculo aquella enseñanza con la cual siente que mejor ayuda puede brindar a los demás.

Mandalas del Ático, es el lugar donde ella da clases o, mejor, donde ella guía a las personas durante un proceso de descubrimientos, no siempre felices pero que a larga producen que aquello que esconde nuestro inconsciente surja y exista la oportunidad de sanarlo.

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La primera persona quien sanó a través de esta técnica fue ella misma. Describe que hace unos cinco años, ella atravesó una etapa de depresión de la cual logró salir cuando empezó a pintar mandalas. Luego, ante la insistencia de amigos, y después de investigar y prepararse, decidió abrir su ático y compartir la experiencia, guiar a otros hacia lo que ella llama, una sanación espiritual.

Mientras se pinta, la concentración llega sola. No hay que imaginar ninguna luz, como en la meditación, no debemos visualizar ni luchar con el torbellino de pensamientos… la calma llega poco a poco, es una meditación con movimiento.

“El mandala se lo usa como un nombre genérico, pero son círculos mágicos, son templos del espíritu”, expresa Ana María con una mirada vivaz, llena de luz, de entusiasmo por compartir lo que sabe, lo experimentado, siempre sugiriendo una búsqueda persona, aclarando que lo que ella conoce se puede encontrar en otro lado.

Ana María habla también de magia, pero no de una fantasía. La magia es hacer el bien sin mirar a quién, amar al prójimo como a ti mismo, mirar la viga en tu ojo y no la paja en el ojo ajeno, dice, ahí se produce la magia en ti y en el otro.