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@IvonneGuzmn


Si yo fuese Rafael Correa tendría un único propósito para cumplir en el 2013 (la reelección no creo que sea un asunto que le quite el sueño). No tiene nada que ver con dietas milagrosas ni con la obtención de goces terrenales (del todo incompatibles con la frugalidad que predica la ética revolucionaria), es algo muchísimo más sencillo y viable: dejar de parecerse a las caricaturas que de él hacen Chamorro, Bonil, Luján, Toño, Pancho y un largo etcétera de hombres talentosos, cuyas tesituras les impiden no reírse del poder. A ver, me explico.

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Crédito: Bonil

Estos caricaturistas mordaces e implacables han puesto todo su arte en transfigurar al Presidente, logrando que su exageración –que es la esencia de toda caricatura– se convierta en profecía.

Y si no fuese porque prefiero creer en lo tangible y lo comprobable, estaría convencida de que se trata de un maleficio en el cual el hechizado se va convirtiendo, en la vida real, en una versión grotesca de sí mismo que alguien ha dibujado con anterioridad.

Es espeluznante comprobar, semana tras semana, durante seis años, cómo la persona, a quien muchos con cariño llaman Rafael, se va pareciendo más y más a esa criatura caricaturesca de ceño profundo e irremediable, a fuerza de pasar fruncido, en señal de enojo (al parecer, profundo e irremediable también).

Coincidirán conmigo en que Rafael ha sabido interpretar a la perfección el rictus bélico de la mirada y la boca dibujadas por la mano de los caricaturistas. Y, claro, infunde miedo igual que su caricatura, que a veces también provoca risa. Aunque, a mí, Rafael me da pena porque debe ser horrible presenciar frente al espejo (o las cámaras) cómo la amargura nos ha arañado la cara hasta volverla otra.

Por ahora, la buena noticia es que Rafael no puede meter presos a Luján, a Bonil, a Toño, a Chamorro, como en son de broma sugirió alguien, por retratarle con la descomunal cabeza en forma de pera, los pómulos salientes como amenazadoras puntas de lanza, los cuatro pelos que limitan con la frente, la lacerante lengua viperina, la capita afelpada de emperador… Porque es el mismo Rafael quien ha elegido parecerse a sus caricaturas.

Como escribió Rosa Montero, allá por 1983, «(…) al nacer todos recibimos un cuerpo agraciado o desgraciado por azar, y que es después, al ir viviendo, cuando vamos conformando no solo nuestro destino, sino también nuestra apariencia física. Que todos nos tallamos el rostro, día a día, hasta convertirlo en algo propio, fruto de mi decisión de ser quien soy».

Entonces, debe ser difícil para quienes conocen y quieren a Rafael encontrarse con su caricatura en el periódico, pero también en las cadenas sabatinas, y ahora en los incontables pueblos que visita durante la campaña, en algún acto social o en la calle… Corrijo, más que difícil debe ser aterrador descubrir que la caricatura, además, habla, se mueve, respira.

 

Ivonne Guzmán