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Crédito: www.desmotivado.es
El hombre estaba deshecho, no sabía por qué él era tan malo y despreciable, y ella un ángel. En ese instante supe que la mujer no tenía ningún mérito. Si era buena, lo era por antonomasia y punto. Probablemente ya había nacido así, con una extra habilidad para discernir inconscientemente entre el bien y el mal, y simplemente hacía las cosas bien porque así le salían. Él en cambio, pese a que era a mis ojos un nerd, pues al parecer le costaba muelas hacer el bien. O al menos eso quería hacerme entender. (By the way, ¿quién ha dicho que los nerds son buenos?) Cosa que no le creí mucho pero igual atiné a tranquilizarle de la siguiente forma: Tu esposa no es maravillosamente buena por voluntad, no es ningún mérito de su parte. Ella es buena porque así le sale. Tú por el contrario, consciente de tus fallas, te esfuerzas por hacer las cosas bien. Tienes una conciencia que busca el perfeccionamiento. Eso sí que es un mérito.
Por supuesto no le convencí en lo absoluto. Es más, nunca volvió a hablarme en su vida. Yo por mi parte, me quedé con esa idea rondándome la cabeza. El ser bueno por antonomasia versus la compulsiva necesidad de ser bueno. Siempre he desconfiado de los abanderados del bien, quizás porque ya hemos tenido demasiadas decepciones colectivas, tipo Maharishi y los Beatles o el pastor Jimmy Swaggart y las prostitutas… No me fío de esa gente que anda pregonando por la vida cuánto beneficio le está aportando al mundo, con su viciado “granito de arena”, con sus trescientas fundaciones hippies que no han logrado salvar un solo tiburón. En fin, aquellos que un día amanecieron héroes y quieren que el universo entero lo sepa. Pero sin ir más lejos ni adentrarnos en los grandes fraudes de la bondad, el individuo que hoy por hoy atrae mi dudosa atención es aquel fulano hijo de vecino que proclámase ser un buen ser humano porque rescata perros en la calle, porque quiere construir un mundo mejor reciclando botellas o porque su alma está trascendiendo la materia gracias al yoga.
Siempre he pensado que la necesidad de hacer el bien es algo enfermiza y obedece más a ciertas histerias personales que a un espíritu altruista y desinteresado. Desde que se nos dijo que nos ganaríamos el cielo si hacíamos caridad, pues eso, creemos que nos ganaremos el cielo dando centavos en la calle (hoy, claro está, el gesto tenía que refinarse para pasar a dar esos centavos en una Fybeca). Los priostes del bien tienen todos la misma careta: sonrisa perpetua, ojos forzadamente vivaces y un tonito al hablar que recuerda a vendedor de jarabes para la tos de los años 50. Ese optimismo edulcorado que funciona perfecto mediáticamente. Vamos, que están intentando salvar su alma de las llamas del infierno, aunque no lo sepan, aunque no lo entiendan, aunque no lo acepten.
Todo esto no viene de otra parte si no obviamente de la concepción judeo-cristiana del bien y el mal. Durante muchos siglos se creyó que la única forma de corregir al hombre de su inevitable camino hacia el mal era la amenaza. Ya saben, la serpiente y la tal manzanita que nos cagó, porque antes de eso todos éramos naturalmente buenos, como la ex esposa del nerd caído en desgracia
No tengo nada en contra de respetar los principios básicos de convivencia y los márgenes de la ética común y moral colectiva, siempre y cuando tengan una base laica y no se meta a divinidad alguna de por medio. El asunto está en esa propaganda new age en la que muchos han caído, que no los salva de la mega-ingenuidad de creerse “los elegidos en un mundo cada vez más podrido”. A lo que voy: hay una actitud obsesivo-compulsiva producto de los nuevos tiempos, en la que tienes que donar tu plata, tu tiempo, tu trabajo, tu alma, tus creencias, a una entelequia que nadie puede explicar exactamente que es, pero seguramente tiene que ver con que estamos destruyendo el planeta y nos estamos tragando más de lo que la naturaleza puede regenerar, o porque nos estamos convirtiendo en unos cochinos materialistas consumistas, y nos estamos olvidando de lo esencial que, dicho sea de paso, ya nadie sabe qué es puesto que lo que pocos entienden es que somos producto de una constante evolución no solo biológica sino ética, estética, idiosincrática, material, dialéctica, histórica, etc. Lo que fuimos ayer ya no es lo que somos hoy.
Probablemente me equivoque en varios de los casos, pero sospecho que muchos de los abanderados del bien obedecen a un ego desmesurado que busca alimento en la omnipotencia. Otros, por su parte, buscan ser ejemplo divino de lo que es ser un gran ser humano y aplastar con su grandeza desinteresada a todo aquel que no llega a evolucionar como ellos, tal cual la ex esposa del tipo del comienzo… Estos evolucionados espirituales creen ya poder morir en paz pues han hecho todo el bien suficiente para engordar sus arcas celestiales. ¿Qué será del pobre mortal que es honesto consigo mismo y con el mundo, y que acepta que su amo y señor es su propio bienestar? Díganme ustedes.
Rocío Carpio