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Los sobrevivientes a las tragedias nos volvemos de ficción. Pasamos a ser una posibilidad en el imaginario de los que nos recuerdan mientras estamos en esa línea invisible entre la vida y la muerte. Reconstruir se ha vuelto una constante desde el día en que desperté.

Dicen que todo el día 26 de febrero estuve con dolor terrible de cabeza. Yo no lo recuerdo. Siempre he sido muy sana. A duras penas me enfermaba de gripe una vez al año. Nunca había sentido una molestia tan intensa. Eso tampoco lo recuerdo, pero fue la descripción que le di a mi madre. Para calmarlo, en la noche, me dio una Mesulid que no resultó. Ella estaba viendo la entrega de los Óscar en la TV. Yo me fui a mi cuarto a dormir.

Lo poco que he logrado reconstruir de esa madrugada del 27 de febrero de 2012 es que logré salir de mi cuarto, caminé y caí desplomada, convulsionando. Mi cabeza se golpeó contra la punta del velador en la habitación de mi madre. Eso descubrí cuando me encontré un tremendo chichón cuando desperté, parecía el personaje del cuento La doble y única mujer de Pablo Palacio, pero eso es adelantarme a los hechos. Era la 1:33 de la madrugada. Empezó la cuenta regresiva.

27 de febrero 2:30am. Omni Hospital.

Diagnóstico:

“Infarto occipital izquierdo que afecta el cúneo, el lóbulo lingual, el área estirada (calcarina) y que incluso rebasa el borde del surco parieto occipital afectando parte del precúneo. Se aprecia además el infarto temporal y un pequeño infarto talámico, como consecuencia de las ramas arteriales comprometidas en este infarto. Su ojo derecho, parcialmente cerrado con leve lefaroespasmo”.  Lo que ellos no sabían es que yo tengo un ojo gacho bien sexy.

Diagnóstico final después de tanto lenguaje chino: aneurisma grande en la arteria cerebral posterior izquierda. Una de las venas del cerebro se reventó y seguía derramando sangre. Estuve así por 13 horas.

El doctor Luis Jairala Zunino, neurocirujano – intervencionista, me embolizó a las 3 de la tarde. Él y su equipo demoraron en empezar la intervención ya que esperaban una de las herramientas (coils) que me iban a ubicar en el cerebro para tapar la vena que explotó. Salí a las 7 de la noche. Un éxito, según el experto.

La operación consiste en introducir un catéter por la ingle. Por una de las arterias, llegar al cerebro, taponar la vena rota con el famoso coils que no llegaba. Suena sencillo, pero no.

En terapia intensiva vinieron las complicaciones: tenía principios de hidrocefalia, el cerebro estaba lleno de sangre y los pulmones llenos de vómito. Después de dos días, de manera milagrosa, fui poco a poco reabsorbiendo la sustancia de los pulmones y parte de la sangre de la cabeza.

Si no lo hacía, tenían que abrirme el cráneo, sacarme un hueso y dejar reposar. Si mis pulmones no mejoraban tenían que abrir un hueco y con una manguera, sacar el liquido que había dentro. ¡Y lo logré por mí misma!

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Cada día era un diagnóstico diferente. Cuando has tenido algún problema en el cerebro, la recuperación es igual de demorona a un cassette que retrocedes. A ver si das con la canción que buscas. Es cuestión de suerte atinar… y cuestión de tiempo.

¿Qué sucede con tu cotidianidad mientras duermes por una semana, sin despertar? ¿Con tus obligaciones diarias?  ¿Con el orden lógico de despertar y dormir todos los días? Sin duda, uno despierta con tremendo dolor de espalda.

Ya llevaba cuatro días en coma inducido. Jairala dijo que era hora de despertarme. Dio el aviso para que no me sigan sedando. Al quinto día, él decidió que era hora de cerrarme el oxígeno y corroborar si yo podía respirar por mi propia cuenta. Para eso, llamó a mi mamá y a mi hermana Vivi.

Dio el aviso. Las dos entraron a terapia intensiva. El doctor hizo la prueba de cerrar poco a poco el oxígeno para ver si yo respiraba. Dice mi madre que fueron los segundos más largos de su vida. Hasta que por fin, logré hacerlo por mi propia cuenta. 20% máquina 80% yo. Ese mismo día, por la tarde, me quitaron el respirador por completo. ¡Logré hacerlo sola!

Al día siguiente ya estaba dando bala. Desperté alterada. Les decía a las enfermeras que me tenían secuestrada. Saqué la mala seña a la que me limpiaba la nalga. El médico internista, preocupado, le dijo a mi madre y a mi hermana que me había despertado alterada. Las dos pegaron un grito al cielo de la felicidad. ¡Había vuelto!

Noboa, un neurólogo que yo llamaba Dalí, por sus bigotes, iba a visitarme y a hacerme preguntas. – ¿En qué mes estamos?. Yo, extendí la mano y dije – Mucho gusto, acabas de conocer a alguien que no sabe en qué mes vive.

“Lo que cuesta ser sensual.” “Soy un ángel terrible.” Esas son las frases célebres que dije antes de que me pasaran al cuarto.

Jairala, apenas se enteró de eso, decidió sacarme de terapia intensiva y dio la orden de que me pasen a una habitación. Me levanté pensando que tenía 25 años y que me había dado un ataque al corazón. Después de 15 días en la clínica, por fin, me dieron de alta. ¡Ya era hora de ir a casa!

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No recuerdo nada de la clínica, ni el primer mes que estuve en casa. Todo lo he reconstruido por lo que me cuenta mi madre, hermana, familia y amigos. No recuerdo quiénes me fueron a visitar los primeros días, ni las cosas que conversé con ellos. Algunos me dicen que repetía mucho preguntas y conversaciones. Una persona muy querida me enviaba fotos de Dory, la pescadita que se olvida de las cosas en la película Finding Nemo. Yo me emocionaba cada vez que veía la foto como si hubiera sido la primera vez que la observaba.  Y le decía lo mismo siempre: “¡igualita a mí!”.

¿Qué día es hoy? ¿En qué mes estamos? ¿Qué hora es? Fueron preguntas repetitivas. Empecé a reconstruir sobre una línea de tiempo entrecortada y caótica. Recordar a ciegas y armar rompecabezas se volvió una constante. La memoria es un nudo que puede deshacerse fácilmente. La fragilidad me apretaba la nuca. No quiero olvidarme nunca de que soy una sobreviviente, marcada por la inusualidad.

Me convertí en pirata. Parte de la terapia para la visión era intercalar un parche en cada ojo, dos horas en cada uno. Era cuestión de tiempo dejar de ver triple. Mi cerebro poco a poco se estaba desinflamando.

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Unos amigos me fueron a visitar a casa. Todos éramos unos personajes, yo estaba con el gorro de fiesta y con el parche de pirata que me acompañó por algunos meses. No tuve que disfrazarme. Era la versión criolla de la película Freaks. Un gran amigo, subversivo, comunista, gruñón, verraco, hablaba sobre Marxismo y revolución con nariz de payaso y gorro de colores. Sus brazos sirvieron de agarradera para que yo pueda reventar la piñata -que para rematar- era de Dora la Exploradora.

La visión puede herirse. Esa es la conclusión de todo este suceso. Las heridas que no se ven son las más dolorosas. Así como las que aparecen en las hendiduras o en las extremidades que flexionamos. Demoran en sanarse, para moverse, hay que ponerlas a trabajar en carne viva.

Cuando no recuerdas, tienes el privilegio de reconstruir lo que te venga en gana y recrear historias a tu conveniencia. Ese es el oficio de un escritor. No podía morir. Tengo la obligación y la responsabilidad de rehacer identidades NN no identificadas en espacios funerarios con Reaparecidos, mi próximo documental, escribir muchos cuentos y hacer más películas.

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Agradezco a todos aquellos que estuvieron pendientes de mi salud, a mi madre, padre, hermanos, familia, amigos y tuiteros -que en diferentes formas- me apoyaron a salir de ésta, ustedes saben quiénes son.

Dicen que de 10, sobreviven 2 y 8 mueren. Muchos de ese pequeño número logran sobrevivir con secuelas terribles. Yo soy la excepción. Yo tuve suerte. Las heridas que me dejó el aneurisma están, pero son invisibles.

Diana Varas