Estimada Gabriela,
Gracias por tu carta y por el esfuerzo que hacen en Gkillcity por mostrarnos que es posible salir de los moldes y llegar a los ecuatorianos y ecuatorianas con una propuesta periodística no solamente rigurosa sino alegre y entretenida.
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Quiero comenzar por valorar nuestras discrepancias ideológicas, pues comprendo que a partir de ellas podemos tener una discusión profunda de los temas que plasmas en la carta. Además, son estas divergencias las que me llevan a plantear nuestras propuestas con más convicción -acaso hasta convenzo a quienes discrepan conmigo de que soy capaz de ofrecerle a este país otras alternativas a las que vivimos-.
Voy directo al grano: estoy de acuerdo con que las mayorías son circunstanciales, y sobre todo con tu afirmación de que esas mayorías mal podrían “…decidir sobre tantos aspectos de la vida de personas que ni siquiera han nacido…”. Sin embargo, es importante separar dos cosas: por un lado, las mayorías, que dentro del concepto más básico de democracia son quienes deciden dentro de un colectivo (cualquier otro mecanismo nos llevaría a la tiranía o la dictadura, cosas con las cuales no suscribo en lo absoluto). Por otra lado, la individualidad, donde no es adecuado argumentar que las mayorías también toman decisiones sobre la vida de las personas. Quiero dejar en claro que ni el Estado, ni ninguna institución de ningún tipo, ni puede ni debe entrometerse en las decisiones individuales, y eso incluye qué estudiar, dónde vivir, con quién formar una pareja (con la obvia salvedad de que estas decisiones no afecten ni la seguridad ni la soberanía personal de quienes las rodean). Tradicionalmente se ha utilizado el argumento de la libertad de forma maniquea. La libertad no solo se limita a la de los agentes de la economía para desarrollar sus emprendimientos, sino que significa el pilar fundamental del ser humano. Qué sería de nosotros sin libertad para elegir, para tomar nuestras propias decisiones sobre nuestra vida, para definir nuestros gustos, nuestra vida al fin.
El proceso de Montecristi, más allá de habernos entregado una nueva Constitución, fue un momento de catarsis social: a Ciudad Alfaro acudían permanentemente personas y colectivos interesados en mostrar sus propuestas, en pedir solución a sus problemas. Muchas de esas personas sintieron tener voz luego de que la historia del Ecuador nos mostró cómo las constituciones se construían en espacios cerrados y con debates limitados a unos cuantos iluminados. El proceso de construcción se realizaba en función de ideales de Estado muy lejanos a nuestra realidad o estructuras positivistas ajenas a la sociedad. Esta última constituyente marcó el cambio ya que determinó la apropiación social del sentido de un país diverso y logró procesar muchos de los conflictos sociales que estaban latentes durante años.
No me aventuro a elucubrar sobre las convicciones políticas o ideológicas de los habitantes del Ecuador que nacerán en el 2013. Las decisiones sobre la construcción del Estado se toman en función de las realidades, circunstancias políticas del momento y el acumulado histórico. Sin embargo, sí estoy convencido de que las instituciones y conceptos incorporados en la Constitución de Montecristi tendrán un efecto muy importante en el desarrollo de esos ecuatorianos que quizá voten por una nueva constitución en el 2029. Ellos se verán beneficiados de una mayor experiencia, y sobre todo, bajo el enfoque neoconstitucionalista, habremos superado el problema ligado al positivismo e institucionalismo característicos de la Constitución de 1998 sobre todo.
Sería iluso decir que con una Constitución basta para que las cosas cambien. El neoconstitucionalismo, por ejemplo, depende en mucho de una Función Judicial fuerte e independiente. Por ello, comparto la preocupación de los peligros que conlleva la falta de independencia de las funciones del Estado. Y no solamente la comparto, sino que es de conocimiento público, que la organización en la que milito, Ruptura 25, decidió separarse del acuerdo político que teníamos con el Gobierno de Alianza País, porque creemos en una democracia radical, en todos los espacios y formas, y por tanto que riñe directamente con la decisión del Presidente Correa de meterle las manos a la Justicia. La sola idea de que ser jefe de gobierno implica ser jefe de todas las funciones del Estado no es aceptable.
Discrepo con tu punto de vista de que la Constitución de Montecristi acabó con “lo que quedaba de institucionalidad a principios del 2007”. Creo que esa institucionalidad era simplemente formal. Desde su diseño en el año 1978, los poderes del Estado no tenían atisbo alguno de independencia, y gran parte del poder Legislativo, con pocas excepciones, se limitaba a una especie de agente de aduana corrupta, en el cual se transaba la gobernabilidad a cambio de dádivas. Peor aún la independencia de la Función Judicial y de la Corte Constitucional de ese entonces: sus jueces emanaban de ese poder legislativo que utilizaba cualquier mecanismo como medio de presión para establecer agendas, que no necesariamente respondían a los intereses del país. Las tanquetas en el tristemente recordado gobierno de León Febres Cordero o las innumerables veces que nos encontramos con funcionarios prorrogados en sus puestos por la falta de acuerdos legislativos, son ejemplos clásicos.
Con respecto a la alternancia, comparto tu crítica a la forma como el Presidente de la República ha manipulado mecanismos de democracia directa para validar acciones que claramente intervienen en otras funciones del Estado. Pero esto no significa que esos mecanismos, constitucionales y universales, sean malos por sí mismos. Cada vez que escucho que el Presidente Correa pretende modificar la Constitución, siento que estoy en lo correcto, pues donde nosotros los Asambleístas pusimos mecanismos de control al poder, el Presidente Correa ha encontrado trabas para llevar a delante su proyecto político. Ese proyecto que se parece más a “la Caverna” de Platón que a un cambio verdadero y sólido. Es una pena que los elementos positivos que ha tenido este Gobierno, y que han derivado en la confianza que tiene mucha gente hoy en el Presidente Correa, hayan pasado a ser abuso de confianza con claras intenciones de lesionar los límites al poder. La posición firme de Ruptura 25 es que los límites al poder son tan necesarios en este como en cualquier proyecto de cambio que pretenda construir una sociedad mejor.
Los resultados visibles, es decir las obras, y la gran maquinaria de publicidad desplegada por el régimen impactan en gran parte de una población. La gente tiene necesidades y prioridades, y en el momento en el que nos encontramos esas prioridades se han visto parcialmente satisfechas con varias acciones del gobierno (podemos después discutir sobre lo clientelar de las acciones, de sus impactos económicos a largo plazo o de la suerte de tener un precio del petróleo sin precedentes). A partir de este capital político al Presidente le es más fácil acumular poder. Ya sea por buscarle el resquicio jurídico a esta o cualquier Constitución, o por el llamado a consultas populares, la búsqueda del poder tiene vía libre y no repara en las consecuencia a futuro.
¿Cómo lograr que alguien con capital político grande tenga límites y pare de destruir las instituciones? ¿Cómo evitar que los “peores estén a la cabeza”? No tengo la receta para ello, pero se me viene a la mente algunos ejemplos que ilustran que es posible. El Presidente Lula en Brasil, cuando los cantos de sirena le pedían armar algún vericueto para reelegirse fuera de los límites constitucionales, se negó argumentando que en la alternabilidad de los gobiernos del Partido de los Trabajadores se encontrarían mejor las respuestas a un Brasil cambiante; la Presidenta Bachelet en Chile, cuando parte del Partido Socialista planteaba modificaciones constitucionales para extender su poder, respondió con grandes carcajadas; la Corte Constitucional Colombiana, cuando a pesar de la enorme popularidad del ex Presidente Uribe, fue capaz de sentar fuerte su credibilidad al negarle una segunda reelección. Al menos estoy seguro que optar por un iluminado no es buena idea, escoger a un gurú que nos ofrece mejorarnos hasta la dentadura de ser electo, puede terminar muy mal.
Lo esencial de la actual Constitución es que define que los gobernantes y las instituciones deben poner su esfuerzo para cambiar las condiciones de desigualdad que tiene este país. La obligación del Estado es hacer que se cumplan los derechos pensando en los olvidados, desamparados y pobres del Ecuador. En el futuro, tras un ejercicio responsable de nuestra Constitución, las generaciones que han tenido iguales oportunidades para escoger su proyecto de vida, tendrán criterios distintos y más enfocados hacia la importancia de la institucionalidad para el futuro y estabilidad de un país.
Los elementos de la tradición constitucionalista en América Latina son relativos en función al momento histórico. La diferencia entre el “socialismo del siglo XXI” y nuestra propuesta radica en la forma cómo se construyen la política pública. Nosotros planteamos que dentro de los esquemas de la democracia representativa, se deben aprovechar los mecanismos de democracia participativa para definir las políticas, es decir, con la participación y vigilancia de la gente en construir e involucrarse en las políticas que marcan su desarrollo.
No comparto, sin embargo, tu argumento que relaciona modelo de desarrollo con corrupción. Afirmar que existe esta relación causal excluye de la realidad que durante las medidas de ajuste estructural y liberalización de la economía (en Ecuador y en América Latina) no existió corrupción, lo cual dista muchísimo de ser verdad. El poder y el dinero son factores de corrupción que son independientes a la ideología o modelo de desarrollo que se quiera proponer. La energía y contundencia con que un gobierno enfrente denuncias de posibles actos de corrupción son elementos disuasivos para los que venían en fila por dinero mal habido. Transparencia, reglas claras y control social son tres puntos de partida, que eliminan esos espacios que fomentan la aparición de oportunidades para que malos funcionarios y políticos sean corruptos. Nosotros ni ningún gobierno puede asegurar que no existirá corrupción, pero nosotros sí podemos asegurar que al sospechoso por corrupción se le debe investigar y no homenajear o proteger.
Del otro lado, discrepo profundamente con que se diga que la Constitución plantee un modelo de desarrollo únicamente “estatista”. Creo que existen fases necesarias en donde la intervención del Estado se hace indispensable (por ejemplo, en la construcción de infraestructura, en la oferta de crédito, en la fijación de reglas claras, en la seguridad, etc.); pero estoy convencido de que el Estado por sí mismo, no genera desarrollo. El sector privado es indispensable también, el de los pequeños y medianos sobretodo, el emprendimiento colectivo que debe contar (al igual que las personas) de las mismas condiciones justas de punto de partida para que pueda generar emprendimientos.
Partimos de que es indispensable una simbiosis del sector público y privado, pero no solo para que la economía crezca, sino también para que las personas puedan generar condiciones de mejoramiento personal en cada emprendimiento que inicien. También estoy seguro que en ningún lugar del mundo el mercado es libre, y tampoco que la diferencia entre que existan más vacas que ballenas azules en el mundo, sea que las vacas tienen dueño y las ballenas no.
El Estado crece inevitablemente de forma normal en función del crecimiento de la población. Creo que está bien, si existe una relación entre cuántos habitantes tengo y cómo presto servicios a esa población en relación a cantidad y por supuesto calidad- la primera casi inexistente en los gobiernos anteriores y la segunda el gran pendiente del gobierno actual- . El crecimiento que se basa en factores de eficiencia, en la garantía de derechos y dotación de servicios es indispensable. Solo que regreso a ver los ejemplos de crecimiento macroeconómico continental como Perú y al recorrer sus calles me doy cuenta de que ese dinero no llega a quienes más lo necesitan. Es necesario que ese gran crecimiento que necesitan todas nuestras economías en América Latina, no solo gotee, sino chorree en quienes más dura la tienen durante tantos siglos.
Hoy, es innegable que la estructura de la Función Ejecutiva ha crecido, el problema es que no me queda claro en qué medida ese crecimiento responde a elementos de eficiencia, y mucho menos si responde a criterios de beneficio estatal. El ejemplo más claro de la diferencia entre gobierno y Estado es el manejo de los canales de televisión o los medios escritos en manos del gobierno. Mirar hoy sus programaciones u hojas impresas es casi acercarnos a la sociedad utópica soñada por Tomás Moro, ya nada queda en ellos para retratar la realidad, generar espacios críticos, en resumen, ser de todos nosotros y no solo de quienes hoy visten el Verde flex.
Sin embargo, es necesario recordar a los lectores que el crecimiento de la Función Ejecutiva depende exclusivamente, por potestad legal, al Presidente de la República. La Constitución, en este caso, no establece esa condición de que para desarrollar el país debe crecer el Estado. Es el gobierno, quien mantiene como política esa decisión y quien cargará con sus consecuencias cuando carezca de liquidez para cumplir con sus obligaciones corrientes.
No solo comparto tu idea de la necesidad de hacer un pacto mínimo entre todos los sectores, sino que en Ruptura creemos que es indispensable que los distintos tomemos la decisión de llegar a básicos acuerdos, para poder construir un horizonte mejor. Sin embargo, también vivimos en una atmósfera política en donde imaginar que todos los actores políticos van a “llevar la fiesta en paz” es un poco iluso. Creo que es indispensable llegar a acuerdo mínimos con los sectores, reconocer donde estamos de acuerdo y reconocer en qué discrepamos. Eso ya será un avance básico que proponga unas reglas del juego que eleven el nivel de debate político. Si ese acuerdo se logra con legítimos representantes de nuestra sociedad, que han trabajado y trabajan para llevar propuestas y necesidades que surjan de los distintos espacios y estratos el sueño se realizará. Si dichos representantes son cantantes, famosos o futbolistas que juntaron popularidad para ser electos, el acuerdo puede ser más difícil de concretar.
Finalmente, quiero proponerte una nueva metáfora para la Constitución de Montecristi. En lugar de asociar las constituciones a armas, te propongo pensar en la Constitución como una caja de herramientas. Esta caja de herramientas tiene las dimensiones que la historia ha planteado, y las herramientas que se encuentra en ella responden a las conquistas de las personas a lo largo de la historia. Con ese tamaño de caja y con las herramientas que están en ellas, se pueden hacer maravillas. Todo depende del estilo y del criterio de los constructores. Podemos hacer un edificio horrible, con bases que se ven fuertes pero que se socavan con las coyunturas. Si algo convierte en maestro al constructor, es su experiencia y creatividad para usar las herramientas. Si además el maestro está dispuesto a escuchar a sus distintos y con ellos vincular miles y millones de imaginaciones en el edificio cabremos todos. Estamos a tiempo de utilizar esas herramientas para construir algo solido y sostenible, algo que puede servir para llegar a esa sociedad ideal que tú deseas para el 2029 o para muchos años después.
En esa construcción, si los habitantes de este tan querido país piensan en Ruptura como alternativa de ideas y acciones para llevar al Ecuador donde merece, nosotros hoy te garantizamos que todas tus discrepancias las responderé con la misma convicción que hoy respondo tus letras. Solo así creo que es posible juntar un solo Ecuador.
Saludos cordiales,
Norman Wray
P.D: Algunos de los lectores de Gkillcity pedían que nos disculpemos por haber sido parte del Gobierno del Presidente Correa y lo más sencillo sería llevarnos lo bueno y decir que nada tuvimos que ver con lo malo. Creemos que hay muchas cosas que se han hecho muy bien, al mismo tiempo que tememos porque las que se han hecho mal pueden dejarnos en el peor de los caminos. Lo que nos queda por decir es que lo que hicimos y lo que está por hacerse, parte de la convicción de que esta realidad se cambia en la cancha con gente buena comprometida y formada y que en la cancha estaremos hasta que ustedes lo decidan.
Norman Wray