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@Carlos_SilvaK

La cuestión es que el criminal siempre será inocente.

Discutir sobre el crimen o el criminal, es un asunto complejo desde las diferentes miradas que podamos otorgarle: social, antropológica, psicológica, entro otros.  Pero se debe estar al tanto, que lo único que se indican en los libros de historia, es que la historia misma del hombre comprende en su esencia un cúmulo de sucesos criminales: violencia, discrimen, explotación, genocidio.

Sería pertinente empezar por la discusión más primaria en términos de “normalidad-anormalidad”. Términos que han estado en manos de la ciencia, la religión, la salud y la estadística para determinar, lo enfermo y lo sano, lo bueno y lo malo, el buen chico o el delincuente.  Sin embargo, podría sostenerse que por ningún motivo se debería asignar categorías salúbricas o patológicas a lo normal y anormal respectivamente, porque se trataría de una cuestión contextual colindando con lo axiológico.

Qué desastre escuchar de un asalto en un lugar donde jamás ha ocurrido tal.  Éste, a través de su regularidad se iría normalizando. O es que ¿Nos seguimos horrorizando con las masacres en tal o cual lugar? ¿Con los asesinatos de por aquí o por allá? ¿Con el secuestro del uno o del otro? Aquí es muy normal que maten gente, y al decir o aceptar esto, somos tan canallas como los mismos asesinos.  Por consiguiente, lo normal o la cuestión de la salud, inclusive de la enfermedad, quedarían en la intemperie de la relatividad del sentido que se le otorgue social o subjetivamente.

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El crimen por mano propia, un acto en resumidas cuentas de justicia; incluso el delito, si se quiere algo menos grave. Es la muestra del cliché de la sociedad injusta.  El delincuente por tanto tomaría el nombre de justiciero, un héroe para muchos en su contexto de procedencia o para él mismo. No lo entenderíamos y lo demostramos en la lucha discursiva constante contra los nuevos bárbaros de la época; también conocidos como enfermos sociales.  Un superviviente del aislamiento social y psicológico.

-Uno no sabe lo que es capaz de hacer cuando tiene hambre- dice Pi, en un bote salvavidas junto al tigre de bengala (Life of Pi). Es que todos tenemos algo de eso que se llama “criminal” por dentro: un tigre asesino.  El estar por encima de la ley se manifiesta en las fantasías, en los sueños, pero hay otros que lo materializan.  Que solo lo soñemos, es porque quizá no nos conozcamos en absoluto.  En definitiva, existen también los criminales enmascarados, esperando al apocalipsis para saquear, violar, destruir o matar.  Somos los monstruos tímidos que llamamos monstruos a los asesinos en serie, al sicario o al dictador. Somos los mismos que mataríamos por celos, por dinero, por política, por religión, por territorio y entre muchos otros; el tigre siempre está ahí. ¿O es que alguien se apena por la muerte de un criminal? En todo caso, sería la muerte de otro ser humano.

La profesión criminal, bien podría inscribirse dentro de una dinámica concreta en el lenguaje, en cuanto sujeto, sujetado al discurso del otro. En términos freudianos un superyó va imprimiéndose de cierta manera, remontándonos así a la dinámica edípica que no es otra cosa que la situación familiar, por consiguiente, engranada al aparataje social.  Un asunto superyoico, la ley de ese uno.  Es la justicia llevada a cabo por la ley de ese singular.

El crimen entonces surge como síntoma, dígase, como respuesta a algo que no anda bien en lo social, y posteriormente lo que se hace es callarlo con la píldora del castigo -la cárcel-, muy parecida a la tradición médica donde sus más penosos casos del silenciamiento de síntomas, provienen de la mano de la psiquiatría.  El mal va tomando forma.

Freud en su escrito “Los delincuentes por sentimiento de culpabilidad” (1915), menciona que los delitos eran ejecutados por el alivio que este les ocasionaba a sus autores.  El autor del delito tenía un sentimiento de culpa de procedencia desconocida, que se aliviaba con la ejecución del delito.  Cabe decir que el sentimiento de culpa antecedía a la acción delictiva y no se originaba a partir de este.  El delito era un producto de la culpabilidad, que proviene originalmente del idilio edípico.  Lo que bien tendrían en común Hamlet y Los Hermanos Karamazov.

De esta forma el castigo que se asigna luego el acto del llamado malhechor, produce un alivio. Así, si esto quisiera convertirse en un asunto de comprobación, se lo puede fácilmente observar en los crímenes y/o delitos que son de índole reiterativa y que no podemos darle explicación objetiva alguna. Amor por el castigo del amo, si se le quiere dar algún nombre.  Entonces se invalida la idea de proporcionarle un estímulo negativo a la conducta que queremos extinguir, porque es ese estímulo negativo –el castigo-, que el “chico malo” está buscando.

No podemos ser deterministas en esta clase de asuntos.  Sabemos que existen muchas variables en cuestión, que siempre se escabullen ante nuestros ojos, siendo esta la única constante.  Creemos que el crimen es una enfermedad que soporta la sociedad, pero en realidad es que, la sociedad misma es una enfermedad.  Nos ponemos en la posición de espectadores y de víctimas con las atrocidades de los otros; habrá que pensar en qué otra posición podríamos ubicarnos.  Por lo que queda en decir, nos hemos adaptado a vivir entre el crimen y el delito.  Sin embargo, seguimos sin reconocer al delincuente como sujeto, siendo nosotros de la misma especie.

 

Carlos Silva K.