¿Alguien ha escuchado hablar alguna vez de Abby Wambach?, pregunté a unos amigos este fin de semana. Ni idea, contestaron casi al unísono. Me disponía a iluminarlos con el impresionante currículum de la susodicha, cuando la sabelotodo del grupo me interrumpió con su respuesta (siempre tiene una) ¿No es esa modelo alemana que descubrió Mario Testino, la nueva Claudia Schiffer? Estoy segura de que lo mismo hubiera pasado si les preguntaba por Marta Vieira da Silva. Algunos habrían “adivinado” que era la novia de Neymar o del Nine, o la prima recién llegada de Paloma Fiuza. ¿Y Alex Morgan? ¿Quién será Alex Morgan? ¿La nueva gringa Miss Universo? ¿Una actriz ganadora del Globo de Oro? ¿O Alex es hombre? Con ese nombre, podría ser, ¿no?
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Abby, Marta y Alex no son modelos, actrices, volantuzas o ningún otro estereotipo de la farándula, sino tres grandes futbolistas nominadas para recibir este mes el Balón de Oro 2012, premio que otorga la FIFA a los mejores jugadores del año; tan nominadas al prestigioso galardón como Messi, Ronaldo e Iniesta, a quienes ni siquiera tengo que identificar con su nombre para que la mayoría los reconozca. Así es el fútbol. Una institución misógina y machista, que genera cobertura mediática de iguales características, con poquísima difusión de las ligas y torneos femeninos alrededor del mundo. Todas las comunicaciones en torno a este deporte están dirigidas hacia el público objetivo masculino, lo que genera desigualdades abismales en rubros como “merchandising”, difusión y contratos publicitarios para sus estrellas. Pero en ningún país es esa disparidad tan chocante como en Estados Unidos, donde la selección nacional de fútbol de mujeres se ha convertido en superpotencia con 4 medallas de oro olímpicas y 2 mundiales a su haber versus la de hombres que nunca ha logrado destacar, y sin embargo la famosa MLS (liga mayor de fútbol masculino) recibe muchísimo más apoyo comercial y publicidad en los medios que la hoy desaparecida “Women’s Professional Soccer League” (liga de fútbol femenino). Ya se quisiera Abby Wambach, estrella del equipo estadounidense que finalmente recibió el Balón de Oro, ganar la cuarta parte de lo que le pagan a David Beckham en los LA Galaxy. Pero el machismo y la misoginia no son las únicas taras de las que adolece nuestro deporte de bandera. No olvidemos la homofobia rampante que impera a todo nivel, desde las canchas y camerinos, hasta las redacciones deportivas y las oficinas de los altos directivos. Porque así como hay rubros igual de mediáticos que el fútbol en los que cada día más personas deciden salir del clóset (Hollywood, el mundo de la música, la política y las artes), a veces incluso obteniendo un impacto positivo en sus carreras profesionales, el “deporte rey” sólo ha producido un jugador abiertamente gay en toda su historia: el inglés Justin Fashanu que jugó en la liga Premier durante los años 90. Cómo será de intensa la hostilidad en el ambiente futbolístico, para que se genere ese nivel de represión. Es cierto que últimamente se está propagando un discurso de apertura en algunas ligas europeas, y cada día se escuchan más declaraciones favorables por parte de personalidades como Cristiano Ronaldo, Manuel Neuer, Vicente del Bosque y Angela Merkel, quien se dirigió directamente a los futbolistas gays que juegan en Alemania, diciéndoles que “viven en un país donde no deben tener miedo de aceptar su homosexualidad públicamente”. Uli Hoeness, presidente del Bayern Múnich, hizo lo propio y dijo “no puedo imaginar que un jugador gay pueda tener problemas con nuestros fans. FC Bayern está listo. La sociedad está mucho más avanzada en este tema de lo que los medios sugieren”. Y como parte de una campaña para promover la inclusión, los 18 equipos más importantes de la Bundesliga jugaron un fin de semana con camisetas que decían: “go your own way”, que traducido literalmente significa “anda por tu propio camino”. Y aún así, nada. Ningún futbolista más se ha atrevido a liberarse del yugo de la doble vida, ni en Alemania, ni en ningún lado.
No puedo seguir hablando de fútbol sin mencionar dos lacras más: la violencia y el racismo, siempre tan presentes en los estadios. Recuerdo algunos hechos recientes, como el joven peruano que empujó y mató a un hincha del equipo contrario después de un partido entre Universitario de Deportes y Alianza Lima, los fanáticos holandeses del SV Nieuw Sloten que mataron a golpes a un juez de línea después de que su equipo perdiera un partido, las brutales peleas entre jugadores en el fútbol uruguayo, la muerte de 74 personas durante un partido en Egipto, y en casa, la muerte de George Michael Murillo, hincha de Barcelona, a manos de Byron Velásquez de Emelec. Insultos, puñetes, patadas, botellas, cuchillos, pistolas. Un microclima de horror que sintetiza lo peor de nuestra sociedad, todos los fines de semana por señal abierta.
Y sin embargo, yo me rindo. Feminista, progresista y pacifista, confieso que me rindo ante el espectáculo; ante la sinfonía de pases del Barza, la belleza de los “hat tricks” de Messi y la contundencia de los goles de Cristiano Ronaldo. Ante el juego vigoroso y preciso de Alemania, la pasión de Argentina y la esperanza de Ecuador. Me entrego, como una de esas enamoradas que no ven lo que no quieren ver.
Susana Pareja