Me maravilla saber que existen seres humanos que dedican todos los días de su vida a alegrar la existencia de la gente más frágil. Me los imagino llenando de fuerza los pulmones y las entrañas para hacer una broma y brindar una sonrisa a un niño de 5 años, en sus últimos minutos de agonía, a causa del sida.
El miércoles 9 de enero, yo esperaba en el lobby de un edificio en el norte de Quito, cuando el auto se estacionó y de él salió, con mucha dificultad, un hombre de casi 2 metros de altura. El Dr. Patch Adams había llegado a nuestro lugar de encuentro. Físicamente, en nada se parece al personaje principal de la película Hollywoodense estrenada en 1998 y personificada por Robin Williams. El verdadero Patch Adams tiene una presencia de una fuerza implacable. Llevaba una explosión de colores psicodélicos como pantalón, que le llegaba solo un poco más abajo de la rodillas, por lo que se podía ver sus blancas, casi transparentes pantorrillas. Unos zapatos deportivos rojo con negro, una camisa rosada, un abrigo que parecía ser cuatro tallas más grande y unos gigantescos lentes rojos, como aquellos que usaban algunas mujeres en los años sesenta.
Llegó al Ecuador, fiel a la costumbre que ha adquirido desde el año 2006, de visitar el país anualmente. Vino con el propósito de dictar un taller de “clowning”. Más allá de eso, su sola presencia y la historia de su vida traen consigo un mensaje refrescante para los ecuatorianos. Patch Adams invita a realizar el acto más radical de todos: ser felices. Algunos pensarán que es un consejo inoportuno, dado que tenemos un país que aún sufre de pobreza extrema, altos índices de desempleo e inseguridad. Sin embargo, su opinión surge desde un total conocimiento de causa. Él se ha enfrentado con los dolores más profundos. Los conoce bien. Los ha visto cara a cara. Y ahora tiene el valor de abofetearlos y pararse erguido frente al mundo.
Huérfano de padre, y tras el suicidio de un tío muy cercano, en 1963, Patch Adams intentó suicidarse también. Se rehusaba a vivir en un mundo en el que la única norma general parecía ser el sufrimiento y el dolor. Su madre lo internó en un hospital psiquiátrico, y es ahí donde tuvo las experiencias que más tarde lo influenciaron para que revolucione el mundo de la medicina. Adams, dentro del hospital psiquiátrico, descubrió que las relaciones interpersonales con los internos pueden ser más beneficiosas para su rehabilitación que prácticamente cualquier otro método. Que el tratamiento de los casos de enfermedades más severas, debe ir necesariamente acompañado de un servicio más humano, en donde el humor, y más específicamente la risa, son de vital importancia.
Esta experiencia lo inspiró a ingresar a la facultad de medicina, con la convicción de que los doctores se preocupan mucho de la enfermedad y poco de los pacientes. Y es así como en el año 1971, Fundó el Instituto Gesundheit, el mismo que funcionó como un hospital de comunidad durante 12 años. Un lugar alegre, en donde los pacientes iban a curarse sin tener que pagar. Un concepto diametralmente opuesto al de los hospitales de paredes blancas, pasillos largos y fríos, doctores con caras serias, y ambiente fúnebre.
Es precisamente el Instituto Gesundheit el que se encargó de organizar su visita al Ecuador en este año, y el que facilitó mi encuentro con él. Conversamos de cosas diversas. Sus vivencias pasadas, su realidad y sus proyecciones personales. Patch Adams es uno de esos seres humanos no muy recurrentes, que brinda un tipo de confianza que solo se tendría con un amigo de años. Él, por su lado, también tiene una facilidad notable para compartir esos temas que son muy suyos, y sin embargo los expone con una absoluta claridad y transparencia, cualidad que lo caracteriza. Me cuenta, por ejemplo, con un brillo en los ojos color de lágrimas, que le preocupa sobremanera no saber cómo irá a pagar las cuentas del próximo mes.
Resulta que, tras dedicar gran parte de su vida a servir a los grupos más vulnerables del planeta, llega a su vejez con una cuenta de banco con cifras negativas. Da la impresión, sin que él mencione nada al respecto, de que habría una importante dosis de ingratitud por parte de organizaciones privadas y gubernamentales con las que él ha colaborado siempre de manera desinteresada.
Aunque bordea los 70 años de edad, tiene una vitalidad que cualquier joven envidiaría. Me comentó que no ha tenido un solo día libre en los últimos 42 años. Creo yo, sin temor a equivocarme, que con esa misma viada sabrá encontrar la salida a cualquier situación difícil que se le cruce.
En los últimos 27 años, Adams no ha pasado más de dos semanas en un mismo país. Recorre el mundo dictando conferencias, seminarios y talleres para difundir su forma de ver la vida. Y cuenta que entre las cosas que más llaman su atención, está el hecho de que en ningún país ha conocido una sola escuela que tenga en su malla curricular una materia que enseñe sobre el amor. Adams afirma que el amor debería ser visto como una inteligencia y no como algo subjetivo, o sólo como un sentimiento. Una persona que entiende sobre la solidaridad, el buen humor, y el amor, obtendrá beneficios no solamente en su salud, sino también en la calidad de vida propia y de la gente que le rodea, incluso afectando positivamente la productividad en las actividades que realice.
Conversamos a gusto en un ambiente sumamente cálido. Comentaba sobre la maravillosa experiencia de su estadía en el país. En 5 días estuvo en el Hospital Baca Ortiz, en el Centro de Jóvenes Contra el Cáncer, con los adultos mayores del Sesenta y Piquito, en el hospital de Otavalo, en el de Cotacachi, en la Escuela Pedro Moncayo, en la Cárcel de Mujeres en Quito, y en un hospital psiquiátrico. Tras viajar y conocer muchos países por todo el mundo, Adams quisiera que el Ecuador sea la ¨primera nación del amor¨. Esto quiere decir ser el primer país reconocido por su gente solidaria, creativa, y feliz. De hecho, tiene aún la idea de crear un “Centro de Atención Permanente” en la Provincia de Imbabura. De llegar a conseguir el financiamiento para el proyecto, ya sea por vía pública o privada, Patch Adams vendría a radicarse por tres años en nuestro país.
Le decía yo que me gustaría seguir en contacto con él. Me quita mi libreta de apuntes de las manos y escribe: 122 Franklin St. Urbana, Il 61801. Afirma que él no lee cartas que lleguen por internet. Las que llegan escritas a mano, las lee absolutamente todas. Me pide de favor que le ponga lindas estampillas, que eso, en especial, le gusta mucho.
Varias personas entraron al restaurante donde nos encontrábamos, con la intención de tomarse una foto con él. Adams accedía a todas, con la única condición de que en la foto salgan, él incluido, metiéndose los dedos a la nariz, o bajándose el pantalón hasta mostrar la línea de la nalga…como invitando sutilmente a encontrar, en cada momento, una diferente alternativa de enfrentar la realidad, a dejar las poses, y cuestionar lo establecido. Para él, nada debe sobreponer al amor y cree que ya es hora de que comencemos a discutir seriamente sobre la importancia del humor.