Las fotografías están boca abajo. Se leen las marcas: Kodak y Fujifilm. Unas son blancas y otras ya tienen tono amarillento. La más amarilla supongo que debe tener unos 21 años porque la imagen –que ahora no se ve pero recuerdo que traje- es de cuando tenía 4. Estos pensamientos insignificantes llegan mientras de frente está Jenny Vallejo. A diferencia de mi inquieta mirada, sus ojos están cerrados, luce concentrada. Sus manos extendidas y sus palmas hacia la mesa redonda con mantel lila. Recorre la superficie sin tocar las fotografías, con sus dedos abiertos, como si fuera una imposición.
Tiene que pedirle permiso a las personas de las fotos que la dejen entrar, dice. Lo que vaya a salir solo será lo que ellos quieran, dice. Qué será lo que me dirá y por qué accedí a esto, pienso.
Entre la incredulidad y el escepticismo la escucho. Como no tengo tantas fotos impresas, traje todas. Son 10. Jenny me había pedido que traiga mías y de personas cercanas. Entre las escasas 10 hay una del equipo de GKillcity.
Las voltea poco a poco y muestra esas imágenes que dejaron mi repisa vacía. Jenny, trigueña y pecosa, observa la primera fotografía que viró y empieza a describir a mi hermana, quien aparece en la foto.
Ya no recuerda cuántas fotografías ha analizado en su vida. Lo que sí recuerda es como empezó a utilizar este extraño y mágico don. Era finales de los 90 y ella había decidido migrar a España. En las reuniones sociales con amigos y compañeros de trabajo era una práctica común mostrar fotografías de aquellas personas que estaban lejos. Era como una presentación cuerpo físico-foto; hermanos, padres, tíos, primos, abuelos… Los dueños de las imágenes introducían a sus seres queridos a través de estas capturas.
“Empecé a sentir que me decían algo. Que la imagen no era plana sino que se movía y transmitía cosas”, comenta y agrega que al comienzo creía que estaba loca y se negaba a aceptar la situación. Hoy ya no se niega, “me lo creo”, dice y agrega que todavía se siente un poco loca pero se ríe de eso. Se ríe al recordar que cuando vio Harry Potter, la escena en que las fotos se mueven y hablan, se sintió identificada.
Empezó pidiéndole a sus amigos que le hagan preguntas sobre el personaje de la fotografía que ella no conocía. Consultas de monosílabos; sí o no fue lo que empezó a responder frente a los cuestionamientos de los dueños de las fotografías.
No se equivocaba sino que de lo contrario sentía que le llegaba más información, pero se la guardaba. Eso fue al comienzo, cuando no sabía qué hacer con esa cualidad que había descubierto.
En el fondo, Jenny reconoce un poco avergonzada que desde mucho antes se había dado cuenta que podía ver lo que otros no. Su recuerdo más remoto fue hace 35 años. Tenía apenas siete y había ido a visitar a un familiar a un albergue. Una enfermera le pidió que visite a una viejita que estaba sola, casi agonizando, que lo único que pedía para irse en paz era ver por última vez a su nieta, de una edad cercana a la de ella. La mamá de Jenny accedió y la llevó donde la anciana.
“Llegué y la abracé. Me dijo mi nietecita y al instante yo observé cómo un humo de color se desprendió del cuerpo. Entendí que había muerto”. No se lo comentó a nadie. Hasta hace poco guardaba ese recuerdo como un invento de niñez.
Otro episodio similar llega a su mente. Sus ojos saltones y su cabello esponjoso rojizo con un copete, causan que sus expresiones sean más exageradas. Con unas manos que no dejan de acompañar sus palabras, comenta sobre su pasado. Parecería que ahora sí le gusta recordar esas escenas. Esta vez narra cuando llegó donde una tía que ya estaba muy enferma y su madre le pidió que la salude. La anciana estaba en cama, todos creían que aún respiraba. Solo ella, de apenas 10 años, sentía que ya no estaba con ellos.
Y así, con total naturalidad, Jenny acepta que tiene esa capacidad. Clarividencia, telepatía, intuición…la llaman de muchas maneras y a ella no le gusta etiquetar. Está segura que los seres humanos tenemos esas capacidades pero que no las desarrollamos porque no queremos.
Ella no quiso sino hasta que cumplió 27 años. Antes su vida no tuvo una característica paranormal. Creció en un hogar de una pareja de quiteños, es la mayor de tres hermanos, los otros dos son hombres. En la universidad eligió estudiar Trabajo Social. En realidad no eligió sino que fue lo más cercano a su carrera predilecta que no pudo cursar.
Todavía recuerda con un poco de frustración cuando fue hasta la Universidad Central para inscribirse en Psicología pero como se había graduado en el colegio de Físico Matemático, no la aceptaron. Quiero ayudar a los demás, se dijo a sí misma y resolvió que Trabajo Social podía ser esa herramienta para hacerlo.
Nunca ejerció la profesión. Se graduó y decidió que quería irse. No sabía qué quería exactamente solo sintió que su espíritu independiente le pedía viajar. A España llegó sin planes. Al comienzo, para subsistir, trabajó como empleada doméstica. Al poco tiempo consiguió un trabajo como camarera de un hotel en las Islas Canarias. Por alguna razón estuvo en tres hoteles diferentes ejerciendo el mismo cargo, le parecía entretenido, fácil, ganaba bien…era una etapa en la que no tenía tan claro qué quería.
Ahora tampoco lo tiene tan claro. Lo que sabe es que después de 15 años regresó a Ecuador y que está empezando una nueva etapa. Lleva apenas seis meses e intenta seguir practicando las terapias alternativas que aprendió allá: técnica metamórfica y cristaloterapia.
Sobre el mantel lila, junto a las fotografías bocabajo hay dos piedras y un péndulo. Jenny levanta la más grande, que cabe en su puño, y la muestra. Es negra y brillante, su nombre es turmalina. Aunque parece un trozo de mineral insignificante, para ella representa protección. Una amiga, con conocimiento en cristales, se la recomendó para blindarse de energías negativas. Jenny siente que absorbe las vibraciones de otras personas o presencias.
Desde niña se considera hipersensible al sufrimiento de los demás. Por eso evita visitar cementerios, hospitales y centros psiquiátricos. “Siempre salgo como desgastada de ahí. Es una sensación fea, me siento descompuesta”, detalla y dice que la piedra la ayuda a no absorber la mala energía.
Como no puede llevar ese pedazo de roca con ella siempre, consiguió un trozo pequeño que lleva como dije, colgado en el cuello. Confía en los minerales y en su poder curativo. Desde hace cinco años, además de la consulta psíquica con fotografías, brinda terapia con cristales. Estos estudios los cursó cuando decidió que debía tomarse en serio la lectura de las fotos y abandonar los trabajos superficiales en los hoteles.
Dejó Canarias y migró hacia Pamplona. Allí sin saber muy bien qué le deparaba, empezó a promocionar la consulta con fotografías. Antes no había cobrado un centavo, de hecho tuvo un jefe que la convirtió en una suerte asesora de contratación. Además de mesera contribuía con el departamento de Recursos Humanos. “Como las personas que buscaban trabajo llevaban currículo con foto, él me pedía que las vea y que diga si convenía contratarlos o no”, cuenta. Durante esta experiencia confiesa que aprendió un montón sobre su oficio porque descubrió cómo sus prejuicios podían afectar a su lectura.
En los rostros de la gente, comenta, podía leer rasgos de personalidad y hasta inclinaciones sexuales. Cita una ocasión en la que se dio cuenta que un postulante al trabajo era gay. No se considera homofóbica pero su intuición le decía que sería una persona conflictiva entonces aconsejó a su jefe que no lo contrate. “Después me sentí muy mal porque noté que estaba mi subjetividad, mi prejuicio ahí. Lo que hice desde ese momento fue tomar en cuenta solo las características relevantes para la contratación, nada personal que no afectara al trabajo”.
Todavía se enfrenta a esos conflictos internos. Hay imágenes e imágenes, dice. Algunas le transmiten mucha información, incluso datos que percibe que no debe compartir con el consultante. Otras veces tiene una fotografía de frente y es como si fuera un recuadro blanco. No siente nada, cree que esa persona bloquea esa conexión y simplemente no puede hacer su trabajo. “Es como si las páginas de un libro estuvieran cerradas y yo no puedo abrirlas y leer qué hay dentro”.
Jenny intenta que su don sirva para ayudar, no dañar. En Pamplona abrió su primer consultorio y empezó a recibir personas. Personas no pacientes, recalca y agrega que ella solo es un canal entre la imagen y el consultante.
Durante estos años ha conocido a mucha gente y siente que su trabajo la ha ayudado a superar uno de sus mayores miedos: la timidez. Como vidente, médium o canal no es tímida. Habla lento mientras describe a los personajes de las fotos, a veces hace pausas largas y continúa dando más información. Otras frunce el ceño y se toca la sien con el índice, dice que hay algo ‘raro’ o no se siente bien con esa persona.
Cuenta que ha atendido a gente cuya consulta dura muy poco porque desde el inicio ella se da cuenta que “han hecho travesuras, que no se han portado bien, que no han cumplido su misión en la vida y sabe que se equivocan pero lo siguen haciendo”.
Jenny aconseja o más bien recomienda sobre decisiones del consultante. “Sería mejor que no concurras tanto a estos compañeros; ten cuidado con las cosas que ella te dice; debes dejarle claro lo que haces en tu trabajo…”. Sabe que guarda una responsabilidad muy grande cuando sugiere, por eso prefiere ofrecer alternativas: “puedes hacer A o B porque al final la decisión está en ti”.
No se considera de ninguna religión ni tampoco la menciona durante la consulta. Cuando intenta explicar de dónde obtuvo esa cualidad mira arriba, abajo y a los lados y dice dios, energía, luz… no tiene claro porqué ni cómo es que cuenta con esa capacidad pero a diario intenta emplearla de una manera productiva.
Cree que en su oficio también ha sufrido un proceso, que desde que se aceptó como ‘intermediaria’ su canal se abrió más, que sus percepciones sensoriales se ampliaron, que su intuición es ahora más aguda…
Esa agudeza le ha permitido trabajar incluso sin fotos. El consultante le describe a la persona y ella comienza a visualizarla. En un momento siente que tiene la imagen mental y comienza a dar detalles que su consultante no le ha dicho. Prefiere trabajar con las emociones y está segura que todo lo que le transmiten y transmite se origina ahí en los sentimientos de los demás.
Las palabras también llegan: magnesio, ojo, pierna. A veces las asocia con la salud y pregunta si hay algún problema, deficiencia o complicación. Estas palabras, explica, llegan a través de las emociones. “No es que yo veo físicamente un dolor sino que el individuo revela esa dolencia mediante lo que siente. Eso yo siento”.
Para equilibrarse aprendió a meditar. A veces después de las consultas se siente cansada…manejar emociones ajenas resulta agotador.
Mientras conversa conmigo sobre lo que ve y siente también se ríe. Repite, más de una vez, si tengo alguna pregunta, si hay algo que quiero saber, si quiero que amplíe información. La consulta psíquica de fotos dura más de una hora. Algunas de sus descripciones de personajes me sorprenden por lo atinadas. Otras me decepcionan porque parecen forzadas y no concuerdan. Al final todas son mis expectativas, pienso y la escucho con atención.
La foto de Gkillcity es la última que voltea. Dice que se ven los rostros muy pequeños. Hace un esfuerzo y se acerca a la cara de cada uno. Para confirmar datos toma el péndulo de cristal ahumado y lo pasea sobre la foto. “Son un equipo y se nota que cada uno hace su trabajo, se esfuerza y lo hace bien. Veo que están bien pero en fase piloto”, comenta y sigue…“¿Alguna pregunta?”, me dice y por primera vez me dan ganas de hacerle una consulta. Sobre las otras fotos sentí que no quería más datos pero ahora, ahora sí. “¿Duraremos como equipo?”, pregunto y responde: “No lo sé, pero lo que hacen ahora lo hacen bien”.
La consulta termina y nos ponemos de pie. Jenny, de estatura más baja que la mía, me abraza y yo le agradezco. Salgo de su casa-consultorio con la mente a mil y María José, mi amiga fotógrafa, descompuesta. Cuenta que durante las dos horas y pico que estuvimos ahí se sintió un poco mareada.
Conversamos y las dos dudamos de lo que acaba de suceder pero enseguida recuerdo lo que Jenny reiteró en varias ocasiones. Al final le dice a sus consultantes que ellos decidan; “si quieren tómenlo, sino no”.
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*Fotos: María José Guzmán
Isabela Ponce Ycaza