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Son las 23:30 del sábado 5 de enero. Las luces de los postes de la calle entran por la ventana e iluminan el interior de mi habitación. Sombras dispersas se proyectan sobre la pared. De repente,  una llamada inesperada. Es Esteban, uno de mis mejores amigos. Me cuenta que no puede dormir, que no sabe que tomar para conciliar el sueño. Busca una respuesta. Se la doy. Le agrada. Emocionado, dice que no existe mejor idea que escuchar algo de Philip Glass antes de ir a la cama para así  crear un universo trágico y melodramático, algo muy necesario en estos días en los que él se prepara para defender su tesis y ser “un bastardo licenciado”, como él mismo dice.

 

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Ahora que lo pienso bien, mi amistad con Esteban fue posible gracias a esas tardes eternas  en las que volvíamos a ver una y otra vez ‘El show de Truman’ y ‘Las horas’. No lo hacíamos por una pasión por los trabajos de Peter Weir o Stephen Daldry. Era sencillamente la manía por escuchar esas bandas sonoras ideadas por Glass; por extasiar nuestros oídos con composiciones que en nuestras mentes nos remitían a aquellas cinco Metamorphosis escritas e interpretadas por Glass como parte de su álbum ‘Solo piano’ (1989).

Tras charlar un rato con Esteban, los dos recordamos algo: 1968. Fue exactamente en ese año cuando Glass presentó Two pages (for Steve Reich), obra que significó en su carrera el primer encuadramiento en materia de composición. Desde entonces, y hasta la actualidad, lo llaman minimalista. Esto a pesar de que en 1987 estrenó su Concierto para violín No. 1, creación tildada como neobarroca y a partir de la cual comenzó a estrechar lazos con formas de composición más tradicional (como la passacaglia en cuanto contrapuntística se trata).

Un momento. Tal vez la gente sí tiene parcialmente la razón al identificar a Glass con el minimalismo. Basta recordar ‘Einstein on the beach’, su ópera estrenada en 1976 con una duración aproximada de cinco horas en la que la falta de personajes y trama específicos la hicieron una pieza aclamada por la crítica. En ésta, los intérpretes cantan números y símbolos relacionados con Einstein. Su éxito le mereció un documental dirigido por Mark Obenhaus y titulado ‘Einstein on the Beach: The Changing Image of Opera’.

En un instante de extrema lucidez, Esteban recuerda que ‘Einstein on the beach’ fue la primera obra de una trilogía musical sobre personajes históricos. Las siguientes fueron ‘Satyagraha’, inspirada en la vida de Mahatma Gandhi y con un libreto fue escrito en sánscrito, y ‘Akenatón’, sobre la vida del faraón cuya vida fue cantada en egipcio antiguo, acadio y hebreo.

Pasan los minutos y Esteban y yo parecemos no desconectarnos de la figura de Philip Glass y su paso por la ópera. Nos damos cuenta que de este maestro también vale mencionar su relación con el cine. De hecho, ‘Kundun’ (Martin Scorsese, 1997), ‘El show de Truman’ (1998) y ‘Las Horas’ (2002) han sido sus composiciones candidatas al Oscar y a los Globos de Oro. De éstas, nuestra preferida siempre será ‘Las horas’

Cerca de las doce de la noche, el sueño parece vencerme. Intento despedirme de Esteban y no puedo. Me doy cuenta que no era él quien me había llamado. De hecho nadie lo había hecho. Entonces recuerdo que él está encerrado en su casa, aislado por completo puesto que tiene la idea de que es mejor alejarse de todo para concentrarse en los estudios. ¿Entonces quién era? Pues mi alter ego alimentándose de cierta locura que deja en mí el escuchar una y otra vez la Novena Sinfonía de Glass, su más reciente producción. Bueno, no tan reciente al tener en cuenta que este 22 de enero estrena su ópera número 24 dedicada a la vida y obra de Walt Disney. Solo espero no recaer en un nuevo episodio esquizofrénico cuando logre escucharla.

 

Diego Ortiz