Probablemente son más los intelectuales no católicos quienes se acercan a los textos de Benedicto XVI que los mismos creyentes. Probablemente son más los profesores universitarios -que han tenido discusiones de altísimo nivel con el teólogo Ratzinger- quienes siguen las reflexiones del máximo líder católico que los que se ven en las caras los domingos o alardean en la plaza pública de ser los guardianes de la doctrina de Jesucristo. Y, por ejemplo, la homilía que pronunció el 24 de diciembre por Navidad es una de esas que sabes que la escribió él y no un bartleby. Un texto que seguramente ocupó horas de su agenda y en el que se lo puede ver cara a cara, sin mediaciones de pseudovaticanistas ni de fanáticos.
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Lógicamente, el texto toma como base los relatos navideños que cobran vida en los pesebres que se instalan en muchas casas, lo que nos va a eximir de la necesidad de ponerlos por escrito.
1. LA POSADA O EL ESPACIO DE DIOS
Sabemos de oídas que Jesús nonato y sus padres no encontraron posada en Belén cuando acudieron a empadronarse allí. Aquí Ratzinger hace la primera relación de textos que siempre termina por increpar al lector: i) texto del evangelista Lucas en el que se relata que en los hostales y albergues no cabía un niño más, ii) texto teológico de san Juan en el que dice que señala que la Palabra vino a su casa y no fue recibida, iii) ¿Hay en nosotros un puesto para Dios?
Esta pregunta es interesante no solo desde el punto de vista de la vida del creyente, sino también para –al responderla– conocer cuáles son los intereses de la sociedad nuestra. Podemos hablar de un Dios aristotélico que mueve todo sin moverse, un Dios judío que mantiene la promesa de la salvación a su pueblo o un Dios cristiano que ama individualmente a todos. ¿En nuestra sociedad hay un puesto para Dios? Y si lo hay, ¿este puesto es de pura decoración curuchupa y poco racional o verdaderamente libera y acerca a los demás?
La respuesta del Papa viene por acá:
“La metodología de nuestro pensar está planteada de tal manera que, en el fondo, él no debe existir”.
“Aunque parece llamar a la puerta de nuestro pensamiento, debe ser rechazado con algún razonamiento”.
“Para que sea considerado serio, el pensamiento debe estar configurado de manera que la ‘hipótesis Dios’ sea superflua”.
Él cree que en el hombre actual no hay espacio para Dios ni en el tiempo, ni en el pensamiento, ni en los sentimientos y deseos. No tenemos tiempo para los demás ya que estamos siempre ocupados, pensar racionalmente en Dios cuestionaría conductas, no se busca más que éxitos egoístas. “Transformaos por la renovación de la mente”, cita a san Pablo, sugiriendo una conversión que surja de las profundidades de nuestra relación con la realidad.
2. LOS ÁNGELES O EL MONOTEÍSMO COMO VIOLENCIA
“Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres”, dice el relato. ¿Qué tan cierto es eso? ¿Cuántos que se dicen adoradores de Dios lo único que traen es guerra y muerte? Para actualizar esta cuestión, ¿cuántos candidatos presidenciales dicen dar gloria a Dios y lo que tranzan no es precisamente para conseguir paz? Ratzinger comprende que muchas veces el monoteísmo sea visto como prepotencia e intolerancia. “Una religión puede enfermar -dice el Papa- y llegar a oponerse a su naturaleza más profunda, cuando el hombre piensa que debe tomar en sus manos la causa de Dios, haciendo así de Dios su propiedad privada”. Una religión puede enfermar. ¿Dónde quedó la paz de los hombres?
La respuesta del Benedicto XVI viene por acá: si no existe Dios, no existe la dignidad divina del hombre, no existe la elevación de la criatura –quien sea- hasta hacerla única e inviolable. Si no existe Dios, los discapacitados y los ancianos pueden ser vistos a menos, pueden existir razas parcialmente inferiores, la pobreza y la discriminación podrían tener explicaciones racionales exentas de culpa. La ausencia de Dios debe dar razones para una radical igualdad entre los hombres. Razones a futuro y justificaciones a los desastres del pasado.
3. EL DÉBIL, EL EXTRANJERO, EL POBRE
Este último subtítulo no hace alusión a ningún personaje concreto del relato navideño, ni se encuentra cronológicamente en el texto de Ratzinger de la noche del 24 de diciembre. Lo incluyo porque ser repite varias veces a lo largo del mismo y cada reflexión termina con su aplicación social. Por ejemplo –y refiriéndome a los anteriores apartados– el Papa cree que el hombre de hoy no tiene ni tiempo, ni pensamientos, ni deseos de acoger al débil, extranjero o pobre. No lo ve y eso requiere conversión. Si la dignidad humana no está construida sobre una naturaleza supraterrenal, el débil, extranjero o desamparado no tiene necesariamente que ser visto y tratado como un igual. Y ambas cosas aplican para cualquier tipo discriminación: no hay verdadero interés es superar los clichés, la presencia de Dios eximiría a todos, sin excepción, de un trato indigno de criatura deificada. Es interesante, desde el estricto análisis del discurso, el constante sentido social de los textos de Ratzinger.
Andrés Cárdenas