La ausencia de Hugo Chávez plantea un escenario inédito en el ajedrez político y legal de Venezuela. ¿Podrá juramentarse para su tercer período o su salud se lo impedirá para siempre? El chavismo cierra filas para subsistir sin su líder.
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Venezuela vive a la expectativa y sin certezas como Frodo en la Tierra Media. Va a la deriva como Chuck Noland -Tom Hanks- en El Náufrago. Sostiene el aliento como Schindler ante los nazis. Es hoy presa y esclava de la zozobra. Y su ansiedad tiene nombre y apellido: Hugo Chávez Frías.
El presidente venezolano, alfa y omega de la política venezolana en los últimos 14 años, convalece en una sala de cuidados intensivos de La Haba, Cuba, mientras 29 millones de sus gobernados, un puñado de países aliados y otros tantos de perfil “antirrevolucionario” se mantienen expectantes sobre su salud.
El debate político es simple: el líder, reelecto con un saco gigantesco de votos en octubre pasado pero agobiado por un cáncer que no se cansa de remontar, se debate entre la vida y la muerte a 2.162 kilómetros de Caracas y no podrá juramentarse para un nuevo período el 10 de enero de este año. La pregunta general es aún más sencilla que la propia diatriba: ¿Chávez asumirá entonces un nuevo período dentro de algunos meses o definitivamente no podrá mandar nunca más desde el Palacio de Miraflores?
Formalismo o golpe
Es allí donde entra el miedo en los huesos de sus partidarios. Es ahí donde cala la duda de un país entero. ¿Qué pasará en el futuro inmediato y a largo plazo en una nación acostumbrada al dirigente más mesiánico, influyente y determinante de su historia?
Nicolás Maduro, vicepresidente y figura ungida por el mismo Chávez para sucederlo en caso de que esté inhabilitado para ejercer, aclaró el horizonte hace pocas horas.
Con Constitución nacional en mano, el hombre de confianza del Presidente esgrimió que la juramentación de Chávez es un “formalismo” y que puede asumir su cargo de nuevo ante los magistrados del Poder Judicial.
También dijo que no había causales para determinar la ausencia absoluta del mandatario y acusó a la oposición de querer dar “un golpe” en el que el presidente de la Asamblea Nacional y segundo hombre fuerte de la revolución, Diosdado Cabello, jurara como presidente interino el 10 de enero ante la ausencia de Chávez y mientras se convocan elecciones para renovar el cargo, como lo establece el artículo 231 de la Carta Magna.
Según el espigado funcionario, el período de Chávez no acaba y no habrá nuevas elecciones porque el dignatario está activo en su silla.
Reto inhóspito
Ese paisaje político es inédito en Venezuela y el terreno legal para delinearlo es virgen e inhóspito. Oficialismo y oposición encaran mil retos ante él. Instituciones como el Tribunal Supremo de Justicia deberán interpretar las normas constitucionales para establecer las reglas del juego que vendrá.
Y el chavismo juega a un ajedrez de dos tableros: en el primero, Chávez retorna en unas semanas o meses y jura ante el TSJ; y en el otro, el más probable en estos momentos, no puede regresar por motivos de salud y el Consejo Nacional Electoral debe convocar a nuevos comicios.
En cualquier terreno, la ventaja está del lado rojo. El Presidente se reeligió, sus abanderados ganaron 20 de 23 gobernaciones en las provincias en diciembre pasado, el oficialismo controla los poderes legislativo, judicial y electoral. El chavismo es hoy, sin duda, un puño unificado por la convalecencia de su líder. Tiene la capacidad de golpear en lo electoral y en la calle.
En la oposición hablan de una tesis de implosión del chavismo, de enemistades por el poder entre Maduro y Cabello. Pero ambos han derrumbado tales hipótesis, al menos en lo público, donde se les ve abrazados, trabajando codo a codo y jurando lealtad máxima a Chávez.
¿Qué ocurrirá? Dice un refrán popular en Venezuela que “solo Dios y Chávez lo saben”. Un dirigente opositor hace unos días confesó, indignado, lo que espera en las próximas horas: “Pasará lo que al chavismo le venga en gana, aún si eso contraviene la Constitución”. Pero, hasta entonces, los Frodo, Noland y Schindler de Venezuela tendrán la incertidumbre enquistada en sus vientres.
Gustavo Ocando