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@itsabela

Héctor tiene los ojos cerrados y el ceño fruncido. Emite sonidos de queja y con el puño cerrado se golpea el cachete y la frente con fuerza. Lourdes, quien lo carga en sus brazos, lo detiene, agarra la mano del chiquillo con delicadeza y lo mueve despacio para calmarlo… “sh sh sh”, repite.

Héctor tiene autismo y Lourdes es una de sus cuidadoras en el centro de acogimiento donde él vive. Recién llegó hace tres meses, desde Manta,direccionado por la Dinapen. El organismo, que recepta denuncias de maltrato a niños y niñas, determinó que Héctor debía salir de su hogar y vivir en un sitio que le garantizara seguridad.

Ese sitio lo encontró en el norte de Quito en un orfanato (hoy llamado centro de acogida) donde además de techo y alimentación, Héctor recibe terapias físicas y cognitivas para mejorar su desarrollo.

El niño, que  tiene los nudillos lastimados por sus propias mordidas, vive en este centro junto con 23 niños –con y sin discapacidad- que también están privados de su medio familiar. Las razones de su llegada son varias, la principal: el abandono.

El abandono ha llevado a cerca de 5000 niños a vivir en los 130 centros de acogimiento que hay en Ecuador. Para que estos centros (antes llamados orfanatos) funcionen adecuadamente deben cumplir una serie de requerimientos que incluyen brindar alimentación, educación y contar con un equipo técnico conformado por psicóloga, educadora, doctor…

No todos lo cumplen. El Instituto de la Niñez y la Familia (Infa) no sabe cuántos de estos centros podrían considerarse como tal pero se encuentra recabando esa información mediante visitas a nivel nacional. Lo que quiere el Infa es esclarecer los aproximados. Esos cerca de 5000 niños, cerca de 130 centros, en casi todas las provincias. Pero el Infa tarda, tarda porque apenas 79 técnicos están destinados para estas visitas.

La parte administrativa resulta un poco desordenada: el país no tiene un registro claro de cuántos niños no viven con sus padres por causas de abandono.

Héctor vive ahora en Quito y aunque ya no volverá con sus padres biológicos, el objetivo es que tenga un nuevo hogar de padres adoptivos.

La palabra adopción, aunque la conocemos perfectamente y sabemos de qué se trata, pulula  en realidades ajenas a las nuestras: novelas, películas y en la vida real está por allá, en otros países.

En nuestro país también pasa, poco, pero pasa. Para que suceda se dan dos procesos, como en todo el mundo. El primero involucra a los padres; el segundo, a los niños.

Los padres atraviesan por talleres, pruebas, tests, visitas, cuestionarios y un sinnúmero de procesos que intentan garantizar que la pareja o la mujer (sí es válido que mujeres solteras adopten) estén listos y comprometidos para recibir un nuevo miembro en casa. Este proceso puede tardar hasta un año. La tardanza depende de la frecuencia de las capacitaciones obligatorias impartidas por el Infa, del cumplimiento del papeleo, de la insistencia de los padres solicitantes…

Aunque es un proceso que demanda paciencia, no es el que más la requiere. El segundo procedimiento, el que involucra a los niños es peor.

Cuando un niño es abandonado –en un centro de acogimiento, en una maternidad, en un hospital, en un parque, en una calle- debe ser recogido por la Policía. El siguiente paso consiste en buscar referentes familiares del niño, para confirmar su condición de abandono. Según el Código de la Niñez y Adolescencia, es válido que un pariente hasta cuarto grado de consanguineidad se haga cargo del pequeño.

La búsqueda tarda demasiado. La carpeta del caso se coloca en un escritorio con decenas de folios de casos de niñez y adolescencia. Su gran mayoría corresponden a juicios de alimentos y son esos los que se resuelven más rápido.

¿Por qué?

Porque tanto el padre como la madre insisten al juez que culmine el caso que ejecute la sentencia. ¿Y quién está atrás de los jueces para que agiliten la declaratoria de adoptabilidad si el niño no tiene ni papá ni mamá?

Hace dos meses el Infa firmó un convenio con el Consejo de la Judicatura precisamente para esto, para agilitar los procesos, para que existan plazos dignos, para que un niño no tenga que esperar 11 años para ser apto de adoptar. Sí, once. Es el caso más extremo pero revela la ineficiencia del sistema.

El problema de esperar tanto no solo es la niñez del chico sin padres sino toda la vida. En Ecuador las parejas quieren adoptar a niños entre 0 y 3 años, si son más grandes ya no quieren porque dicen que quieren cambiar pañales, vivir esa primera etapa o dicen que es muy difícil criar a un niño tan grande.

Conversé con dos parejas de padres adoptivos. Ambas estuvieron convencidas desde el inicio que quería adoptar por eso fueron bastante insistentes durante el curso, la obtención del diploma de aquel curso y luego el papeleo. De todas maneras coinciden en que el procedimiento tarda demasiado y que conocen parejas que desisten a la mitad de él. Es cierto que es posible que no hayan estado preparadas pero qué injusto es que por una demora un niño pierda la oportunidad de tener un hogar.

¿A quién le importa todo esto? Como mencioné más arriba el número de adopciones es bajo, hasta octubre de este año entre parejas extranjeras y nacionales 68 niños fueron adoptados. El problema no solo es que se adopten pocos, es la actitud de los demás frente a esta situación.

Aunque parezca patético más de una vez, gente muy imprudente le ha preguntado a Marcia que por qué adoptó, que por qué su hija es morena, que mejor se hubiera comprado un perro. Eso me hace pensar que el tema de adopciones no es realmente bidireccional (el niño y la familia) sino que estamos todos incluidos desde la actitud frente a ella.

La gran mayoría de estos centros por no decir todos requieren de ayuda económica permanente porque el Infa subvenciona una pequeñísima parte de los gastos. Conozco personas que a veces quieren hacer voluntariado por épocas y no saben dónde ir…Muchas parejas que no pueden tener hijos ni siquiera se lo plantean quién sabe porqué razón. Una que escuché fue “no voy a ser tan feliz porque no es biológico”…pero qué hay de los niños, es como si nadie se pusiera a pensar la oportunidad que se le da al adoptarlo.

Parecería que la adopción es un tema de unos pocos pero que debería importarnos a todos. Preguntarnos qué podemos hacer para cambiar esto. “Por suerte” al menos en el país hay algunas personas a quiénes les importa el tema y trabajan en torno a él. Si Héctor no hubiese sido rescatado probablemente su vida se hubiese acortado con tanto automaltrato. Aunque son solo cinco meses que vive ahí Lourdes asegura que ha mejorado, que ya no está tan flaco. No solo por las terapias y la alimentación está mejor, él recibe atención. A veces lo único que ellos requieren es eso un poco de atención e interés de nuestra parte.

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Isabela Ponce Ycaza