Siempre me ha encantado el fútbol. En un apego genético.
La fascinación con el juego y el estadio es de familia. Cuando chiquita mi papá me regaló un cuadro de un paisaje con lagos y cisnes. Es un cuadro femenino, digno de una niña que empezó a usar carteras antes de poder caminar. Pero si se mira de cerca, detrás de los cisnes, está la parte más importante: el escudo de un equipo, un escudo de ese azul intenso que caracteriza al equipo que tanto queremos. Hace mucho tiempo mi padre me enseñó lo que significa el amor por el fútbol y, desde que tengo memoria, comparto con él su pasión por Millonarios.
La penúltima vez que Millos ganó el campeonato colombiano fue en diciembre de 1988. Hay una foto donde, cachetona y sin todavía poderme sentar sola, salgo sonriente con una camiseta del equipo. En una foto del pasado 16 de diciembre salgo igual de sonriente, si bien ya no tan cachetona. Fue tomada en El Campín. Al lado de mi papá quien lloraba viendo a su equipo del alma quedar nuevamente campeón.
Millonarios ganó su décimo cuarto titulo después de una sequía espantosa de más de dos décadas. Las lágrimas y gritos de euforia en El Campín fueron prueba que 24 años más tarde sus hinchas aún vibran por el Equipo Embajador.
Bajo el nombre Club Deportivo Los Millonarios, el equipo fue fundado el 18 de junio de 1946. La historia de Millos –como la de Colombia- ha estado llena de altibajos, de sucesos y derrotas, de momentos de gloria y de humillación. En los años 50s, «El Ballet Azul» era considerado el «mejor equipo del mundo.» El nombre no fue en vano. Alfredo Di Stefano, Pipo Rossi y Adolfo Pedernera fueron solo algunas de las leyendas que hicieron parte del equipo en es época. De sus 11 titulares, apenas uno era colombiano. El resto eran extranjeros, casi todos argentinos.
Los que vieron jugar alguna vez a Di Stefano en Millonarios, comparan la experiencia con ver, hoy en día, a Messi en el Barcelona. Simple analogía -el mejor jugador del mundo jugando para el mejor equipo.
Ese fue el Millonarios del que tantos se enamoraron.
En los 60s el equipo brilló con figuras como Efraín ‘El Caimán’ Sánchez quien en 1964 ganaría el título como arquero y luego técnico tras una lesión en la rodilla que lo dejaría afuera de la cancha durante ese torneo. Lo acompañó en el triunfo de 1964 Delio «Maravilla» Gamboa, quien también salió campeón con Millonarios en el 61, 62 y 63. De la mano de Willington Ortiz, a quien muchos consideran el mejor jugador colombiano de toda la historia, Millonarios se corona campeón en 1972 y en 1978.
Atónitos habrán quedado los seguidores de Millonarios cuando, no habiendo clasificado a las finales en 1979, el equipo se ve en la obligación de vender al Viejo Willy al Deportivo Cali. Pocos se imaginarían que esa y otras transacciones daban inicio a una nueva etapa, no solo para Millonarios sino para todo el fútbol de nuestro país.
El verdadero melodrama de Millos comienza a mediados de los 80s, cuando uno de los narcotraficantes más notorios de Colombia, José Gonzalo Rodríguez Gacha alías «El Mexicano» se hace dueño del equipo. Fanático empedernido del fútbol y del dinero sucio, Gacha introduce al equipo el «traquetismo» colombiano.
Esta década simboliza mejor que ninguna otra la era del narcotráfico en el fútbol. Los dineros de la mafia se infiltran en varios equipos, siendo América, Nacional y Millonarios los que atraen el interés de los narcotraficantes más conocidos y, probablemente, los más adinerados. Bajo el control del “El Mexicano” Millonarios se corona nuevamente campeón en 1987 y 1988. En 1989, con la estrella 14 al alcance de la mano del equipo azul, se suspende el campeonato como única respuesta razonable al asesinato del árbitro Álvaro Ortega, aparentemente a manos de sicarios al servicio del narcotráfico.
En 1989 es dado de baja “El Mexicano”, el equipo se vuelve un lodazar de deudas, torneos echados a perder e hinchas frustrados. Por casi un cuarto de siglo, «El Ballet Azul» paró de bailar.
Llega entonces el domingo 16 de diciembre del 2012.
Con una de las hinchadas más grandes del país, Bogotá recibió a Millonarios con un estadio pintado de azul. Muchos de los que estaban ese día en El Campín, incluido mi hermano, quien también es hincha heredero de Millos, jamás habían visto al equipo salir campeón. Para ellos un nuevo título significaba conocer esa euforia que trae el sentimiento de ser campeones. Para los mayores era una reivindicación, una confirmación de que hicieron bien en nunca abandonar al Equipo Embajador, una ratificación de que era posible dejar atrás el estigma de las estrellas del 87 y el 88.
Era un partido a muerte contra el Deportivo Medellín.
La fecha anterior se había jugado en Medellín, donde el resultado había sido 0-0. El que ganara el 16, ganaba todo.
El primer tiempo fue favorable al local y el estadio casi se viene a pique cuando, al unísono, 40 mil hinchas celebraron el gol sobre el final de la primera mitad. Entre abrazos y lágrimas sentimos que la estrella 14 era nuestra. Pero esto es fútbol y la cosa nunca es así de fácil. Comienza el segundo tiempo y en una jugada aislada el Medellín empata el juego. Empiezan los dolores de estómago y la falta de aire. 90 minutos y seguimos 1-1. Pita el árbitro y confirma el final que nadie quería porque un partido que se define por penaltis tiene un solo nombre: una tortura.
Me encuentro con la mirada de mi papá. Entiendo que este es uno de los momentos más importantes de su vida y que, si no ganamos hoy, más vale que el mundo sí se acabe porque la decepción sería muy difícil de llevar. Tiene en una mano un paraguas azul que con seguridad es lo único que lo está sosteniendo para que no se caiga. En la otra mano tiene la bandera de Millos. La agarra fuerte; tan fuerte como si su vida dependiera de ello. Lo que sucede después es un sufrimiento inimaginable que termina cuando Luis Delgado tapa un último penalti y Millonarios gana 5-4.
Millos vuelve a ser el equipo colombiano con más estrellas en el torneo nacional, revive sus días de gloria y nos hace soñar a sus hinchas que en el 2013 obtendremos la estrella 15 y daremos mucho de qué hablar en la Copa Libertadores. Y si ese no fuese el caso el próximo año, Millonarios tiene como prueba una mala racha de 24 años para dar cuenta de la fidelidad de sus hinchadas y estamos acá para quedarnos.
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Laura Steiner