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«Temo que no vamos a desembarzarnos de Dios porque continuamos creyendo en la gramática”

– Friedrich Nietzche

 

El Ecuador deberá votar el 17 de febrero de 2013, entre otras dignidades, para presidente.

Son ocho binomios que buscan el favor popular. De ese total, seis reivindican una postura moral religiosa y, lejos de mantenerla para su fuero privado, han dicho en reiteradas ocasiones, que piensan llevarla a niveles de políticas públicas. Es más, hay un claro esfuerzo (sino una estrategia electoral) de marcar una distancia con las causas que las minorías ciudadanas en este país defienden.

Eso responde a una lógica electorera despiadada, pues en el país donde la política y la religión están acostadas en la  misma cama,  fundidas en un abrazo tan estrecho que cabría una tercera persona (parafraseando al buen Kent Brockman), ganar una elección significa sintonizar no sólo las necesidades de las mayorías, sino presentarse como seres creados a imagen y semejanza de las mismas.

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Entonces, los candidatos saben que reivindicar cosas que el rancio abolengo moralista cristiano de este país ha declarado como proscritas, es un harakiri político. A las elecciones se va a ganar y punto.

Los binomios presidenciales han adoptado por proclamar su devoción religiosa y de incorporarla a su propuesta de campaña. Eso que parece una mala noticia, y lo es, tiene un lado positivo: Si las causas por el matrimonio igualitario, las familias diversas, la despenalización del aborto y la reforma de la lucha contra las drogas, no estuviesen en su momento histórico más alto, con más atención mediática y servidas a la mesa del debate público ecuatoriano, los políticos no se apurarían tanto en desligarse de esas iniciativas de baja popularidad, pero de suprema necesidad si queremos convertir a este país en un lugar más justo e incluyente.

Esa es la única parte favorable de todo el asunto, porque de ahí en más, uno de estos binomios liderará el Ejecutivo durante los próximos cuatro años. Eso quiere decir que es poco probable que la normativa necesaria para erradicar la ciudadanía de segunda clase, la clandestinidad y la violencia salga de la legislatura, por lo que el camino que deban emprender los activistas sea el tortuoso litigio.

Mientras tanto, el país ve cómo la religión se toma las candidaturas presidenciales y lo que es peor: el discurso sigue inundado de esa vieja referencia, impuesta principalmente por la jerarquía eclesiástica, de que la ausencia de una creencia religiosa vuelve mala a la gente.

Aún peor que eso: el status quo se ha adueñado de palabras como “valores”, “familia” y “vida” para sí mismo. Y esas palabras son repetidas, en esos mismos términos, por las candidaturas presidenciales que avalan la interpretación restrictiva de conceptos que, en cualquier sociedad civilizada, deberían ser más bien amplios. Porque el conservadurismo local no entiende que la hiperregularización de la que acusan a este gobierno, es la misma que ellos quieren aplicar en el fuero interno de las personas. Tampoco entiende que este gobierno milita, firmemente, con ellos. Este gobierno es par, pata y confidente de la misma Iglesia Católica que prepara ya un manifiesto para la “defensa de la familia, los niños y la vida” y, por supuesto, la prensa tradicional se limita a reseñarlo, jamás a criticarlo.

Entonces, desde esa misma vereda se dicta qué es lo bueno y qué es lo malo. Así, estar a favor de las familias diversas es estar contra la familia. Nadie explica el porqué, especialmente si los creyentes adoran a una familia formada por una virgen palestina que concibió un hijo cuyo padre no era su futuro esposo.

El problema está ahí, nada más: en las definiciones aceptadas sobre el bien y el mal. Y en esa dicotomía del bien y del mal es que se inscriben, desde la moral de “los buenos”, los ideales ciudadanos. Es decir, en lugar de actuar desde las responsabilidades, los funcionarios públicos (o los que quieren serlo) actúan por sus morales. Por sus definiciones de bondad. Ya Nietzche explicó en La genealogía de la moral que “fueron <<los buenos>> mismos, es decir, los nobles, los poderosos, los hombres de posición superior y elevados sentimientos quienes se sintieron y se valoraron a sí mismos y a su obrar como buenos, o sea, como algo de primer rango, en contraposición a todo lo bajo, abyecto, vulgar y plebeyo”.

Es la explicación del momento actual de las libertades civiles en el Ecuador, definidas por “los buenos”, como algo malo, por resultarles simplemente ajenas.

Así, en esta elección, el casi seguro ganador es el binomio que encabeza el presidente Correa (de quien me pregunto qué pensará de su par uruguayo, el buen Mujica). Definido desde inicios de su gobierno como un “humanista cristiano”, Correa ha reiterado varias veces que vetará “por convicción” cualquier intento de despenalizar el aborto. Basta revisar un par de tuits del presidente para notarlo:

https://twitter.com/MashiRafael/status/275714734857273344

Es decir, discutir, lo que sea, pero cambiar las realidades, no. Eso no. El presidente desconoce las cifras de los abortos clandestinos, la inutilidad del delito –no hay mujer presa en el Ecuador por aborto- y, por sobre todo, desconoce el derecho de una mujer a tomar sus propias decisiones sin la amenaza de la cárcel.

En esa misma línea, Guillermo Lasso, súper numerario de la organización Opus Dei (así lo reseña El Mundo de España), ha dicho, en entrevista con Fernando Ampuero para GkillCity, que no va presentar ninguna iniciativa que iguale en derechos a los ecuatorianos, aunque en la carta que le contestó a Verónica Potes afirmaba que jamás impondría sus convicciones personales “por medio de ninguna ley a nadie”. Desconoce el súper numerario Lasso que la omisión es, también, una forma de discriminar y de negar el acceso a la igualdad ante la ley. Su argumento estrella de respetar la intimidad de los homosexuales pero no modificar la ley, es, sin duda alguna, guetizarlos, esconderlos y avergonzarse de ellos. Como se hacía con los hijos con discapacidad en los años cincuenta, cuando se les decía retardados.

Lucio Gutiérrez anda por los mismos andariveles. Dice que con Lucio (parece que conoce el popular hashtag) estábamos mejor; que con él la moral regresará al país. Su binomio, la manabita Pearl Ann Boyes ha dicho que “una sociedad sin dios es un barco a la deriva” y que ella participa en estas elecciones porque “Dios busca que sus hijos participen en las contiendas electorales”. Qué obediente, como dice María Sol Borja.

El otro binomio que tiene un elemento religioso, es el de la ambientalista Inés Manzano, candidata a vicepresidente de quien ella definió como Mauricio “el Pobre” Rodas. Declarada “mujer, pero no feminista”, ha reiterado que es pro-vida y católica. Es la misma dinámica: primero dejar claro que no se es una feminista loca come niños comunista como herramienta de legitimación y después, ya veremos.

Del pastor Zavala, ni hablar. Qué se puede esperar de un hombre que busca, frontalmente, volver al Ecuador en una teocracia fundamentalista. No me quiero ni imaginar quién sería nuestro Ayatollah en el caso de que Zavala sea nuestro presidente. Zavala ha acusado a este gobierno de “ateo” y a Rafael Correa de “practicante del mal”. Como en todo fundamentalista cristiano, las declaraciones de Zavala rayan en el odio: cree que la homosexualidad se puede curar, que está en una cruzada como “defensor de la familia” y a quien el inefable monseñor Arregui deseó suerte, a la vez que dijo que le parecían anacrónicas las disposiciones del Código Penal que prohíben a los ministros de un culto hacer proselitismo político, según esta nota. Esto me genera una duda, ciertamente, porque tenía entendido que por orden vaticana los sacerdotes eran pastores de almas y no militantes políticos (¿o sólo aplica para los de la Teología de la Liberación?).

Y para cerrar, la cereza del pastel de la cristiandad electoral: el que se cree el enviado directo de dios, Álvaro Noboa ¿De verdad hay que escribir algo aquí?

Me preocupa profundamente esta estrategia electoral (que en algunos es más que una mera estrategia y una verdadera convicción personal, lo cual es espeluznante) porque implica una definición de los buenos y de los malos, hecha, por supuesto, por  “los buenos”, basada en la creencia en una deidad. Los “buenos” cristianos llamados a liderar el mundo frente a los ateos que practican el mal; como si no fuese posible ser ateo y bueno. Eso es inflamatorio y denigrante. La idea del laicismo no es proscribir la religión, sino excluirla de los espacios y políticas públicos, al mismo tiempo que garantiza su pleno ejercicio en los espacios privados e, inclusive, sus manifestaciones públicas.

No sé por qué no podemos trazar los límites ahí.

Yo no soy ateo, por la sencilla razón de que así como dios no me ha dado ninguna muestra de que existe, los ateos no me han probado lo contrario (aunque la carga de la prueba esté, en todo rigor, en quien afirma algo). Digamos que soy un ateo en construcción que aún se siente un verdadero agnóstico. Es posible que dios esté  escuchando, ahí, afuera, como dicen los creyentes. Así que, de ser así, por el bien, la tolerancia, el respeto y la sanidad de la sociedad ecuatoriana elevo mi oración y le ruego: Dios, si existes, aléjate de las elecciones.