En los ritos de celebración se puede descubrir la esencia de los pueblos. Son estas manifestaciones aparentemente inocentes las que en gran medida nos dicen bajito al oído si es que somos el fiel cómplice de nuestra historia o nuestro enemigo más íntimo. Durante sus fiestas de fundación la extravagante y hermosa ciudad colonial de Quito se muestra ambigua ante la feria taurina, y susceptible a la superficialidad de un certamen de belleza. Estos dos eventos son los más difundidos durante las festividades, y los que nos delatan frente al mundo con detallada precisión.
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Este año, la empresa organizadora suspendió la feria taurina ¨Jesús del gran Poder¨. Los motivos para la suspensión de la feria taurina se expusieron en un comunicado oficial de sus organizadores: “Las razones para esta decisión que lamentamos son muy complejas y se manifiestan en el temor y desinterés de taurinos y aficionados frente a corridas en las que están prohibidas la muerte del toro en el ruedo dentro de un ambiente de polémica, amenaza y oposición”.
Obviamente, el debate se inflamó y las diferencias entre los capitalinos se hicieron más visibles que nunca. El 10% de auténticos taurinos y el 90% de noveleros verídicos que solían asistir a la Plaza de Toros se vieron afectados. Innegablemente el ambiente en general dentro de la ciudad fue de desencanto. El pequeño porcentaje de auténticos taurinos deberán ir a otras ciudades a disfrutar de su pasión, y el inmenso porcentaje de noveleros verídicos reemplazarán el próximo diciembre a los toros con un nuevo pasatiempo.
Los entendidos opinan que asistir a una corrida de toros donde se le prohíbe al torero matar al toro es como asistir a un partido de futbol donde se le prohíbe al jugador meter un gol. Los propios clientes frecuentes perdieron el interés por asistir y, por lo tanto, son los propios taurinos los que hicieron que la taquilla de la feria deje de ser un negocio rentable. Por lo tanto, el fin de la feria taurina en la ciudad no es una decisión aleatoria e injustificada como muchos dicen.
El año pasado, Barcelona le dijo adiós al toreo y, este año, le tocó a Quito. Si las sociedades de costumbres arraigadas y entretejidas en las propias venas pueden dar espacio a un ambiente reivindicativo, ¿porqué nosotros no?
El otro evento relevante dentro de los festejos, es el de la elección de la Reina de Quito. Desde la primera elección en 1959 hasta el presente año hemos tenido 53 reinas, de las cuales todas han sido mujeres de una clase social media-alta. No he realizado la investigación meticulosa de la vida de cada una de las soberanas como para afirmar con certeza que todas las 53 son del jet-set capitalino. Por ahí me equivoco y solo son 52.
No dudo que muchas de ellas, hayan tenido la capacidad y el mérito de ganar ese tipo de premio, sin embargo, la belleza y la inteligencia de la mujer quiteña se ven estereotipadas y reducidas al mínimo. El mensaje que se consiente es que la mujer quiteña bella es exclusivamente la mujer de un status superior. Desde que puedo recordar, los jurados nunca han sido capaces de encontrar la vivacidad y sensualidad de una mujer de tez morena proveniente de Carcelén, la capacidad de liderazgo y los ojos almendrados de una participante de San Juan, o la llamativa figura y vocación de servicio de una candidata de Guamaní.
El evento, cada año se vuelve mas fatuo. En el escenario las candidatas se exponen ante los despiadados ojos de la muchedumbre para ser devoradas a punta de críticas. La naturalidad es su peor enemiga y, con un empaste de maquillaje en la cara, comienzan una caminata fingida o temblorosa, responden alguna pregunta para ver cual ha sido la inteligente y de las 12 participantes, se elige entre las 3 que desde un principio eran las únicas con verdaderas oportunidades de ganar. Bien duro, pero bien cierto.
Pensar que la frase trillada de “debemos mantener nuestras costumbres” es una verdad absoluta puede someternos a nuestro propia condena.Que se quede intacto el Quito del campeonato de cuarenta familiar, de las leyendas, de la sal quiteña, de los cientos de eventos culturales, de las ferias de arte y artesanías. Que viva el Quito del pregón en la plaza de San Francisco, de los desfiles de la confraternidad y de las tribus urbanas. Que muera el Quito que no se cuestiona a sí mismo, solo baja la nuca, calla y acepta.
Andrea Costales