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@IvonneGuzmn

Hay una clase de amigo de la que se habla poco. Un alma generosa y descomplicada que profesa la famosa frase: un tabaco y un polvo no se le niegan a nadie (y mucho menos a un amigo). Ese ser discreto y desinteresado que hace las veces de cura de almas, trajinando con empeño los territorios carnales, merece tener un día para su celebración y reconocimiento. No es necesario que lo celebremos todos a la vez y en una misma fecha, más bien propongo que un día al año, cualquiera, cada uno a su manera homenajee a esta especie digna del más alto de los respetos.

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Que no se confunda al fuckbuddy con el ‘amigo con derechos’, que conocemos en español. Son dos modelos distintos. Mientras con el amigo con derechos, se entabla una especie de relación (con las consiguientes ilusiones y resquemores propios del enamoramiento) que puede o no ser gozosa, con el fuckbuddy todo funciona exclusivamente en el plano del disfrute; como pasa en las amistades sanas. No hay expectativas ni celos ni confusión, todo es clarísimo: somos bastante más que conocidos y también bastante menos que bestfriendsforever, nos atraemos físicamente, disfrutamos razonablemente de la mutua compañía y no estamos interesados en una relación amorosa con el otro. Cero drama. Cero expectativas de llamadas post coito… O sea, perfecto. Y con las posibilidades intactas de que vuelva a pasar (eso sí, muy esporádicamente, sino la situación podría mutar a la de ‘amigos con derechos’).

Visto con detenimiento, tener un fuckbuddy es indispensable (debería ser parte de todo kit de supervivencia). De hecho, contar con esta especie de ángel guardián significa la diferencia entre jugarse la vida en los pantanos inciertos de un bar/fiesta/discoteca o la satisfacción garantizada de las urgencias del cuerpo, sin sobresaltos (que van desde el riesgo de contraer alguna enfermedad de transmisión sexual o irse en la cama con un o una psycho).

Como todo lo que vale la pena, demanda esfuerzo; la relación de fuckbuddies, por lo general, se construye durante años –o por lo menos meses– y suele darse entre personas que en un principio –por un lapso breve– intentaron ser pareja, pero que llegaron a la conclusión de que no, no pueden ser pareja, pero igual se caen bien. Entonces nace un pacto, no dicho, según el cual si alguno de los dos está en necesidad (sexual, se entiende), siempre podrá recurrir al otro para que lo asista (el pacto también incluye, llamadas para desearse feliz cumpleaños, alguna nota o llamada sin propósitos sexuales de vez en cuando, es decir, las cosas que uno hace cuando siente simpatía por alguien).

Llegada la urgencia, la cosa funciona más o menos así: uno de los dos llama para salir a tomar un café, ver una película “que me recomendaron”, tomar una cerveza… O de plano para hacer una visita a domicilio con motivos del estilo: recuperar un libro, mostrar un proyecto en ciernes, conversar de un asunto “que prefiero contarte personalmente”. Ambos saben lo que va a pasar luego del café, el proyecto o la película y entusiastas se ponen en la labor. Sin ‘después’, sin ‘porqués’. ¿No les suena a un plan momentáneo deliciosamente inmejorable?

Es más, yo creo que deberíamos empezar a ver esto de ser fuckbuddies como una opción al servicio militar obligatorio. No se pueden imaginar cuánta más gente feliz –o  menos desdichada– habría circulando por las calles. No es descabellado, ¿o si? Funcionaría como con los donantes voluntarios de sangre de la Cruz Roja. Si todos donamos, todos tenemos acceso fácil, seguro y rápido a sangre. Asimismo, si todos nos convertimos en el fuckbuddy de alguien, obviamente, no moriremos desangrados de calentura, porque ahí estará nuestro fuckbuddy para ponernos a circular la sangre en el cuerpo y devolvernos la sonrisa.

Ivonne Guzmán