Levantó mucho polvo la carta abierta al candidato Guillermo Lasso escrita por Verónica Potes en la edición 70 de GkillCity de 22 de octubre, y la contestación que hiciera el señor Lasso en la edición siguiente, la 71, de 29 de octubre. El día siguiente, dediqué varias horas a leer el intercambio de pareceres de los lectores de GkillCity con respecto a una y otra.
En términos generales, muchos de los comentarios apuntaban a temas ajenos a los contenidos de la correspondencia. Podría pensarse que los ardores políticos y pre-electorales contaminaron la escena y alejaron la discusión de su asunto real. O quizá no, quizá ese era el objetivo. Veamos.
Antecedente
Aparentemente el candidato de CREO mantuvo una entrevista con María Rosa Pólit en Radio Atalaya, y Vero comentó acerca de temas puntuales “como el aborto y la diversidad sexual” y de género. Aparentemente el señor Lasso la invitó a conversar, y el formato escogido por ella fue el de carta abierta (asuntos de interés público ventilados de manera pública) en las páginas (*anacronismo*) de GkillCity.com. Lasso respondió, y su carta apareció en el mismo espacio que el de Vero. Hasta ahí, ambos ejercieron su derecho a manifestar lo que consideraron adecuado, y en términos civilizados (aunque en el caso de Vero, bastante vehementes).
Las cartas
Hasta aquí los hechos. Mi lectura:
En efecto, la candidatura presidencial de Lasso sirve de campo base a Verónica para exponer una larga serie de reclamos con respecto a los derechos de los miembros de la comunidad GLBTI, y el desacuerdo con la óptica con que la Iglesia Católica maneja esos temas. El qué y el por qué se fundamentan en declaraciones de Lasso (en su página personal, en esta entrevista publicada por Vistazo y en este artículo publicado por El Telégrafo, para ilustrarlo) sobre su filiación al Opus Dei y su orientación profundamente católica.
Habla sobre la despenalización tardía de la homosexualidad, sobre el hecho de que el tema GLBTI no está en la agenda de los “grandes problemas nacionales”, denuncia abusos cometidos histórica y recientemente en materia de derechos civiles, la posición del Estado y la Iglesia que va del quemeimportismo al ataque visceral (como el penoso caso del cura Toral). Le emplaza a que asuma posiciones, como candidato que tiene el deber de definirse frente a los votantes, en temas como el de las uniones de personas del mismo sexo, sus hijos, el aborto y otros que omito por cuestión de tiempo. Concluye manifestando su seguridad (que no sus dudas) de que Lasso ignorará estos espinosos asuntos y que su gobierno –de llegar al poder- será de retroceso.
Confío haber recogido el espíritu general de la carta. Pido disculpas a Verónica si he omitido algún tema fundamental.
Lasso responde con una comunicación corta y serena. Asimismo en términos generales, da la razón a Vero en muchos temas que, yo diría, son de cajón: nadie diría que la discriminación por identidad sexual y de género está bien, nadie (con un mínimo de criterio) sostendría que la homosexualidad es una enfermedad. Condena la homofobia y la violencia que son contrarias a los principios básicos del cristianismo, manifiesta. Reitera sus convicciones religiosas, asegura sentir lo que es ser estigmatizado (por haber sido banquero) y que se le endilguen culpas ajenas.
Termina diciendo sutilmente que la salida es el diálogo y no la descalificación, la burla y el ataque personal. Asegura que sus convicciones religiosas pertenecen al ámbito de la intimidad de las personas y que no se le ocurriría tratar de imponerlas al resto. Y finalmente agradece a Verónica.
Hasta aquí lo manifestado por las dos partes. Como mencioné, los comentarios apuntan a todo lado: pareciera una ametralladora fuera de control, “como en las películas”. Hay quienes manifiestan su aprecio o su desprecio hacia el candidato, su ideología, su agrupación política, convirtiendo el espacio en arena electoral. Hay quienes citan las Escrituras como argumento de apoyo. Son pocos los que llaman a la mesura y a mantenerse dentro de los límites de los contenidos de una y otra cartas. Cuando termine revisaré si hay algún otro aspecto en los comentarios que aporte a esta reflexión.
He sabido incluso que se ha atacado –no conozco si en tono serio o de broma- la labor del editor del medio (¿?).
Del cacicazgo moral, la ética ciudadana y la tolerancia
Sin afán de ejercer prelatura sobre lo ocurrido, yo diría que todo el asunto es sintomático de los tiempos que corren. Se nos ha acostumbrado a que las decisiones en política pública emanen de una sola cabeza, a que el rumbo a seguir sea el que el líder establezca. El líder o quien dispute su liderazgo, como en este caso. Es una derivación del vasallaje medieval, en el que el vasallo se sometía a su señor a cambio de protección. El vasallaje siglo XXI anula al individuo en la masa, lo convierte en mediocre espectador mientras goza de los beneficios de un estado paternalista, el estado de bienestar.
Se ha perdido la perspectiva de las cosas a tal punto que la discusión olvida que en una sociedad pluralista, más aún, en una sociedad multicultural, el denominador común es la diferencia. Que las diferencias entre los distintos conglomerados dentro de ella son irreconciliables. Que el término tolerancia alude a una posición tibia y acomodaticia: soy tolerante porque está bien visto, por indiferencia o incluso porque no tengo más alternativa que declararme tal pues no podría imponer mi posición al resto aunque en el fondo es lo que quisiera.
Y lo opuesto a esta mediocre tolerancia es aún más pérfido: la intolerancia, caldo de cultivo de conflictos sociales de naturaleza y alcances históricamente demostrables. El maniqueísmo de si no estás conmigo, estás en mi contra, impuesto por una mayoría pasajera y, como queda dicho, conducida por el líder.
Resulta hasta cansón mirar aquellos programas de entrevistas o debates donde se enfrentan (dialogan, diría el o la presentador/a) dos posiciones irreconciliables. Ya que el tema dominante en este caso es el político, digamos como ejemplo que por un lado está un defensor de la revolución ciudadana y por el otro un opositor. Cada uno defenderá con argumentos (idealmente) su postura, con la supuesta intención de que los espectadores tengan los elementos de juicio necesarios para tomar la decisión de apoyar al candidato presidente o al candidato banquero. Demás está decir que el prejuicio implícito (presidente versus banquero) es real y es promovido gracias al supuesto diálogo.
Los dos contrincantes “dialogan”, aunque llegaron con la intención de imponer sus tesis y al finalizar se van sin haber cambiado sus posturas un ápice. Partieron del desacuerdo sin la intención de llegar a un consenso. El espectador permanece en la incertidumbre, esperando que la posición oficial, aquella que servirá de referencia tanto a unos como a otros, se manifieste: ya sea para criticarla o apoyarla, pero siempre será referencial.
Es en ese sentido que funciona la carta de Verónica, secundada por quienes sostienen que al candidato presidente también debería pedírsele la toma de posiciones concreta. Se le pide que asuma una postura, cuando no está obligado a ello. Olvidamos u omitimos que en un estado de derecho, las tareas están repartidas: debe haber quien haga la ley, quien la ejecute, y quien sancione el desacato. Mal haría el señor Lasso diciendo que hará tal o cual cosa con relación al matrimonio-institución civil entre personas del mismo sexo si el proceso es mucho más complejo que simplemente decretarlo. Tiene que ver con todos nosotros. Que cada uno asuma su parte de la responsabilidad, que opere la representación política, de tal manera que haya un legislativo que ponga en papel la suma de posiciones individuales, la sistematice y se la pase al ejecutivo. Es en ese proceso que adquiere legitimidad el texto y su aplicación, el legislador y el ejecutivo. La representación es, como digo, una cuestión política, no moral. La opinión de la mayoría o la opinión pública no representan la verdad moral.
Debe partirse de una “ética de mínimos” (siguiendo a Adela Cortina), aquellos puntos básicos en los que sí nos podemos poner de acuerdo, aunque no coincidamos en la posición final. En la correspondencia entre Vero y Lasso, un ejemplo es la postura frente a los derechos humanos, al menos hasta los de segunda generación. Ambos, lo mismo que todos nosotros, están de acuerdo con los derechos fundamentales como a la vida, a la libertad de escoger nuestro destino, a no ser discriminados por razones étnicas, sexuales, políticas o religiosas, y así. Son propios de la naturaleza humana. Los derechos de segunda generación: a tener una vida digna, trabajo, cultura… los llamados derechos sociales y culturales. Con esos puntos mínimos de acuerdo se puede empezar a construir una sociedad no tolerante sino incluyente (realmente) y armoniosa, de mutuo respeto y aprecio aunque –repito- no lleguemos a ponernos de acuerdo.
A los políticos les corresponde actuar en la esfera política. Los políticos no son los agentes de moralización en una sociedad pluralista. Están llamados para gestionar la cosa pública. Por esto no puede exigírsele a un político adoptar una postura eminentemente subjetiva a su jerarquía de principios éticos. Ser representante político confiere legitimidad política, pero ni remotamente legitimidad moral: no tienen mayor autoridad moral que cualquier ciudadano. Tampoco los intelectuales.
Esta visión se fundamenta en la ética kantiana, de defensa de la libertad más que la del deber: toda persona es un fin en sí mismo y esto es un valor absoluto, no es un medio. Apunta hacia la necesidad de no relativizar en exceso la jerarquía de principios.
Por otro lado, hay que tener cuidado de no llegar al otro extremo, el de la acción afirmativa exagerada. Por ella tenemos excesos en la construcción de la nueva institucionalidad, y en su nombre se han cometido injusticias (la justicia es un valor jerárquicamente superior). El colectivo GLBTI (gays, lesbianas, bisexuales, transexuales e intersexuales) enfrenta aún una tremenda discriminación que deriva del desconocimiento. Incluso de la diferencia entre sexo (que no sexualidad) e identidad sexual o de género. La segunda es una construcción social. La indignación que producen y produjeron voces destempladas como las del abogado Macías y el cura Toral no justifican, sin embargo, el promover los mismos niveles de odio, pero a la inversa. Desde su perspectiva, Macías y Toral son fieles a sus principios y los defienden. Desde la subjetividad. Objetivamente, es claro que están practicando una intolerancia que raya en el oscurantismo, que niega hechos científicos comprobados e imparables transformaciones sociales.
Repitamos de nuevo, o mejor citemos la Constitución, que en este caso está en consonancia con instrumentos internacionales. Artículo 11, numeral 2, inciso segundo:
Nadie podrá ser discriminado por razones de etnia, lugar de nacimiento, edad, sexo, identidad de género, identidad cultural, estado civil, idioma, religión, ideología, filiación política, pasado judicial, condición socio-económica, condición migratoria, orientación sexual, estado de salud, portar VIH, discapacidad, diferencia física; ni por cualquier otra distinción, personal o colectiva, temporal o permanente, que tenga por objeto o resultado menoscabar o anular el reconocimiento, goce o ejercicio de los derechos. La ley sancionará toda forma de discriminación.
¿Qué observo yo aquí? Que se reclama la no discriminación por sexo, identidad de género y orientación sexual, pero se discrimina sin ambages por religión e ideología.
Sobre el editor
Como epílogo, el editor de GkillCity ha hecho lo que debía hacer: recibió y publicó el artículo de Verónica Potes, y recibió y publicó la contestación. El tema es sumamente interesante, lleva a la reflexión aunque el tono sea inflamado: a palos, pero cumple con su cometido, es decir informa y le informa a su interlocutor. La respuesta de una persona con todos los méritos para llegar y ejercer la presidencia de la República es totalmente atinada. No dice nada más de lo que debe decir, aunque, como señalaban varios comentarios, sí hace precisiones importantes. Pero sin sangre.
Juan Fernando Jervis