@IvonneGuzmn
La ecuación es simple (creo que es tan simple que ni siquiera es ecuación). Las dictaduras solo son posibles en determinados tipos de sociedades: las que las permiten. Eso fue lo primero que pensé cuando cayó en mis manos el libro ‘Dictaduras del siglo XXI’, que Osvaldo Hurtado presentó la semana pasada en Quito. Y después de pensar lo pensado, y leer 219 páginas, no me tocó más que escribir para vaciar mi cabeza de una idea que me martiriza.
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Gras Cube, Hans Haacke
Si están hipersensibles, les recomiendo parar aquí. Pero si están en modo de autocrítica, quizá les interese esta teoría. Antes de empezar, vamos al libro: resumidísimo, el texto gira alrededor de la tesis de que Ecuador está viviendo una dictadura desde que Rafael Correa está en el poder; el autor tiene el cuidado de abundar en datos para comprobar lo que dice (como el cierre del Congreso el 2007, por poner un solo ejemplo).
Dictadura o no (depende del cristal con que se mire y del tamaño de las entendederas), a mí lo que realmente me quita el sueño es por qué la sociedad ecuatoriana se muestra mayoritariamente tan cómoda con un estilo innegablemente autoritario. Se me ocurren dos razones principales: Tenemos una vocación autoritaria y no creemos en los valores democráticos.
Yo no sé ustedes, pero yo crecí escuchando a gente cercana y a extraños que salían en la televisión, entrevistados al apuro y en la calle, decir que el remedio para todos los males del Ecuador era: “mano dura” y/o “un dictador”. Aunque dé vergüenza admitirlo, el ‘sueño ecuatoriano’ (no el recientemente fabricado por la Secom) ha sido, desde hace rato, vivir la dictadura perfecta, disfrazada de democracia –como decía Vargas Llosa del México del PRI.
Y aquí es donde esto se pone bueno, porque no se trata únicamente de una actitud política. No. La vocación autoritaria que rezumamos por cada poro se nos nota igualito en los ámbitos productivo y familiar. Es una forma de entender y ejercer el poder en todas nuestras relaciones.
Si se detienen un momento y miran a su alrededor se van a dar cuenta. Sea grande, chiquita o mediana, la empresa ecuatoriana se caracteriza (hay excepciones, como en todo) por mantener la estructura de la hacienda: un patrón, unos indios, cero debate, pura jerarquía. La familia ecuatoriana está igualmente cruzada por el machismo, el maltrato y el racismo. Nada más lejos de una sociedad que defiende valores democráticos. Y ojo, que esos son los semilleros de donde salen los políticos que nos gobiernan.
Es cierto, y coincido en eso con Hurtado, que el Gobierno cae en autoritarismos, con mucha más frecuencia de lo deseable, pero no es menos cierto que millones de ecuatorianos se lo están (estamos) permitiendo. Seguramente porque viven lo mismo en sus realidades personales y entienden que esa es la manera de gobernar y de relacionarse.
Y no es cuestión de buenos versus malos, aquí lo único que hay es responsables. Si la calidad democrática del país se sigue deteriorando (en todos los ámbitos y no solo en el político-partidista), aquí no va a quedar nadie apto para tirar la primera piedra…
Por lo pronto, y para ir avanzando, yo propongo que nos preguntemos (y además de contestar sinceramente, hagamos algo al respecto): ¿Hay democracias sólidas, sostenidas en los pilares de la coima y las palancas? ¿Es posible construir democracia sin responsabilizarse por nada, sin ser activos, sumidos en la cultura del ‘dame haciendo’ y convencidos de que la culpa siempre es del otro? Obvio que no.
Por eso, para espantar al fantasma (cada vez más de carne y hueso) de la dictadura me parece que hay que comenzar por podar las malas hierbas que crecen en nuestro patio y sacarnos la viga del ojo propio. Eso, o quedarnos estancados viendo como se repite ad-infinitum la maldita ecuación.
Ivonne Guzmán