La temperatura debe ser cero grados o menos. Mientras camino por el parqueadero del Centro de Negocios Mc.Cormick, esquivando charcos de lluvia, ruego porque adentro no haga tanto frío. A pesar de las botas, suéter, chompa y guantes, la noche en Chicago se interna en mis huesos. En el estacionamiento de este sitio de convenciones hay cerca de 40 furgonetas, con grandes antenas. Los logos en sus puertas revelan los nombres de diferentes cadenas de televisión estadounidenses. Todos esos medios y periodistas, como yo, quieren tener la mejor señal para transmitir en vivo la celebración (o lamento) de Barack Obama una vez que se releven los resultados de las elecciones presidenciales.
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Al final del mojado estacionamiento hay unas escaleras y una columna de 30 personas. Antes de ingresar a la primera puerta me piden que muestre la credencial blanca que reza “Election Night – november 6, 2012 – Chicago – Media”. La tipografía cursiva y el diseño parecen de una invitación a un baile de máscaras.
En la puerta solicitan que saque mi laptop y la prenda. También me quitan la cartera y la revisan minuciosamente. Atravieso el control invasivo y avanzo hasta el centro de soporte para acceder al wifi. Recibo la clave, la ingreso y aparece un mensaje de error. Días antes los organizadores de Obama for America habían prometido que habría internet inalámbrico para todos. La señal falla, viene y va; mi ánimo, debido a este inconveniente, también.
Avanzo hasta la zona de medios. Hay cinco largas mesas rectangulares y encima pequeñas lámparas e interruptores. No todos los puestos están ocupados pero a mi rededor debe haber unas 200 personas. Algunos escriben en sus laptops, otros están sumergidos en sus smartphones, unos cuantos comen algún snack, otros duermen en sus sillas y un numeroso grupo se aglomera alrededor de un plasma que transmite la señal de CNN con una programación especial sobre las elecciones.
Son las 6:00pm, la temperatura en el primer piso de McCormick es agradable -ya no hace frío-, y el ambiente es de tensión. Los periodistas conversan entre ellos un poco estresados, otros llaman por sus celulares y al hablar es posible escuchar francés, italiano, portugués, turco, ruso y otros idiomas que no logro identificar.
Subo al segundo piso donde está ubicada la tarima a la que subirá Obama en un par de horas y descubro que arriba también hay una sala de prensa tres veces más grande que la de abajo. De frente hay seis pantallas de televisión con diferentes canales con programación de noticieros que transmiten análisis o muestran los simpatizantes de cada candidato en diferentes ciudades del país.
Junto a estas largas mesas hay alrededor de diez grandes carpas cerradas para canales locales que han alquilado esos espacios. A lado de a esas carpas hay otra tarima para medios, sobre la que están ubicadas las cámaras de televisión y algunos periodistas. Como ésa, hay tres más, todas repletas de fotógrafos, camarógrafos, reporteros… Nunca he visto tantos periodistas, de tantas nacionalidades, en un mismo lugar. Al consultar me indican que son 2500 que han llegado desde Omán, Sierra León, Malasia, Haití, Zimbabue, Pakistán, Serbia, Bulgaria, Rumania, Argentina, Venezuela, Austria, Brasil, Portugal, Italia…
Imagino que debe haber mínimo un periodista por país. Frente a mí hay un italiano que, en su idioma, se queja e insulta porque los resultados preliminares que muestra CNN en la pantalla no coinciden con las cifras que ha consultado en su computadora.
Mi colega chilena se encuentra con dos coterráneos y conversan como si se conocieran de siempre. Yo no encuentro a nadie de Ecuador, tampoco busco. Busco señal de internet y no logro conectarme. Transcurren 30 minutos o más y los intentos son inútiles. Resignada guardo el celular y, decepcionada por no poder tuitear más, agarro mi pluma, libreta, cámara y continúo recorriendo el espacio.
En el segundo piso, delante del espacio para medios está el escenario. A los lados hay gradas metálicas y frente a él un amplio proscenio vacío. El telón es rojo brillante y a los lados cuelgan telas azules anchas. Seis enormes pantallas hacen las veces de marco del escenario. En ellas se transmite la señal de tres canales de televisión nacionales que proyectan contenidos relacionados a las elecciones.
En las gradas, el lugar frente al escenario y el espacio que ocupan los medios hay capacidad para cerca de 18.000 personas. El número es 13 veces menor a la cantidad de personas que celebraron la victoria de Obama en el 2008, en Grand Park, Chicago.
Hasta ahora, en Mc.Cormick, somos cerca de 5000. A las 7:30pm abren la puerta al público y el segundo piso comienza a llenarse. Para acceder al sitio es necesario tener algún tipo de pase. Dependiendo de la categoría, cada persona puede ingresar en determinado lugar: las gradas, la zona frente al escenario, las tarimas, y un amplio espacio más alejado. En este último empiezan a llegar seguidores del incumbent demócrata, en las tarimas estamos los medios y ese amplio espacio frente al escenario se empieza a llenar de voluntarios que trabajaron para la campaña de Obama.
Me ubico en una de las tarimas, una que está repleta de cámaras de televisión y periodistas impecables listos para transmitir en vivo. Apoyada en una baranda observo cómo, a mi derecha, se empieza a llenar rápidamente la amplia zona para los simpatizantes. Frente a esta tarima para medios hay otra, en un nivel más bajo, cuyo acceso es una rampa. Es una zona exclusiva para personas con discapacidad física. Ellos también comienzan a llegar.
Entre las dos tarimas hay un corredor por donde pasan todos los que tienen una invitación exclusiva, ellos estarán en el espacio frente al escenario, ese escenario al que Obama llegará en pocas horas.
Ese corredor parece una alfombra roja. Quienes la caminan llegan sonriendo, conversando, observando lo que los rodea. Negros, blancos, chinos, mujeres y hombres, viejos, jóvenes y niños, con jean y camiseta o vestido de etiqueta, abrigo de piel, tacos y cartera dorada. Llegan solos y otros acompañados. Son tan diferentes el uno del otro, parecería que lo único que comparten es su apoyo a Obama.
Mientras los invitados especiales –que son los voluntarios de campaña- siguen llegando, el espacio para el otro público también se llena. La bulla aumenta cada vez más. De repente eligen gritar alguna frase alusiva al candidato como “Forward”, su slogan de campaña, su nombre “O-ba-ma”, o simplemente U-S-A. Están animados y ese ambiente festivo empieza a contagiarnos a algunos.
De fondo hay música en volumen muy alto. Para pasar el tiempo los asistentes bailan o cantan. Se divierten.
La alegría se interrumpe cuando la pantalla de televisión muestra “CNN Proyection”. El periodista aparece en la tele con un mapa de Estados Unidos de fondo y da resultados preliminares de algunos estados. Un solo grito se escucha cada vez que la tira azul -con el rostro y el nombre del candidato demócrata- aparece por encima de la roja con el nombre de Mitt Romney. La gente salta, grita, se abraza, se besa, llora.
Cuando la franja roja se impone sobre la azul el grito desaparece pero los rostros no se transforman sino que continúan festivos.
Luego de cada resultado preliminar en algunos estados, se muestra el número de votos electorales. En esta ocasión Mitt Romney está por encima. El público luce un poco preocupado pero continúa disfrutando del ambiente y empieza a ondear pequeñas banderas de Estados Unidos que han sido repartidas.
Los instantes se tornan más tensos cuando CNN muestra resultados preliminares como el de Virginia; 49% para cada uno de los candidatos… y un “uhhh” de los presentes. En la tarima de al frente, una señora sentada en una silla de ruedas se agarra la cabeza en señal de preocupación. Entre los simpatizantes es repetido un gesto de seriedad. La tensión es contagiosa. Los periodistas de televisión están ocupados transmitiendo, yo estoy ocupada observando y contagiándome.
Los asistentes continúan llegando y el espacio se torna más bullicioso y caluroso. Algunos de los que caminan por el corredor debajo de la tarima donde estoy, se detienen a conversar con los medios. Todos, sin excepción, se muestran entusiasmados, emocionados. Parecería que ellos, a pesar de los resultados previos que se han mostrado, están seguros del triunfo de su candidato.
Ahora en tres de las pantallas se transmite un video de campaña de Obama. Es un resumen de sus discursos más importantes en los últimos meses. Además del mapa de Estados Unidos que muestra dónde estuvo el candidato últimamente, se ven fragmentos de simpatizantes sosteniendo carteles o solo observando a Obama hablar. Jóvenes con cartulinas que dicen “I love you” y otros contemplando y aplaudiendo su intervención. Las escenas son conmovedoras. No solo el presidente aparece sino también su esposa, visitando escuelas y abrazando a niños.
El video termina y el silencio invade el centro de convenciones. La gente grita como invocando a Obama. Las luces se atenúan y una silueta sale del costado del escenario. No es Obama, es una mujer negra que, a capela, empieza a cantar el himno de Estados Unidos. Son las 9:42pm y la canción nacional despierta una vez más un sentimiento acaso cívico o una simple emoción pasajera. De nuevo la gente salta, grita, se abraza, se besa, llora.
Los minutos transcurren y casi no siento los pies, mis dedos me reclaman las tres horas de maltrato. Si me siento perderé el puesto que obtuve con una actitud un poco osada. Cuando llegué a la tarima, ya estaba llena, me ubiqué junto a una fotógrafa y delante de decenas de cámaras de televisión. Poco a poco me hice un puesto hasta que sentí que me había ganado el derecho de quedarme.
Ahora el ambiente varía de cuando en vez. Los gritos y saltos y bailes no son permanentes sino que varían luego de la CNN proyection. Los resultados preliminares en la televisión se presentan con un conteo regresivo que los presentes acompañan con gritos “10, 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2, oneeee”. Aparece en la pantalla, con porcentajes, que Obama triunfó en Iwoa y Nuevo México. La euforia de nuevo los posee.
Pocos (¿o muchos? ya perdí la noción del tiempo) minutos después aparecen resultados de votos electorales. Obama 249, Romney 191. El grito invade el auditorio –otra vez- pero esta ocasión de una forma desesperante, mientras más se acerca a 270 (votos de colegios electorales, mínimo necesario para ganar la elección) el público parece perder paciencia y ganar entusiasmo.
Esta emoción se mantiene y estalla cuando en la pantalla aparece “Obama elected”. Son las 10:14pm y decenas de miles de personas gritan, saltan, se abrazan, se besan. Frente a mí, una señora que asiste a un hombre en silla de ruedas no puede contener las lágrimas que limpia con un pañuelo. A mis dos lados los 20 periodistas de televisión transmiten al mismo tiempo en español, chino, polaco, alemán, francés…
Los gritos no cesan. Los invitados que antes llegaban por el pasillo caminando, con calma, ahora corren hacia el centro del lugar, justo frente al escenario. Algunos llegan y se encuentran con conocidos que abrazan y con quienes se chocan las manos. Las sonrisas son como una plaga. Solo los periodistas siguen serios (no todos), el resto ovaciona el nombre del presidente reelecto o simplemente grita frases ininteligibles. Decenas de miles de pequeñas banderas de plástico ondean entre la multitud, un cartel con “We have overcome” resalta entre las cabezas. Suena a todo volumen Twist and shout de Beatles y la gente baila y canta, muy festiva.
Los resultados completos de Ohio y Florida, dos estados decisivos, no están listos pero la victoria está confirmada, Obama ha ganado el colegio electoral.
La emoción de quienes están detrás de la reja, de quienes llegaron a apoyar su candidato pero no tenía un pase previo, literalmente se desborda. Algunos se empujan y otros intentan pasarse esa barrera. Una joven lo hace intentando que no la vean los guardias de seguridad, salta la cerca. No lo logra, le piden que se cruce de nuevo, pues quienes controlan la zona son numerosos y difíciles de convencer. Los periodistas tampoco podemos salirnos de nuestra área. No podemos acercarnos a los invitados ni a los simpatizantes.
Algunos que caminan en el corredor se detienen en la tarima de medios. Todos lucen emocionados.
La seguridad y control que fueron rigurosos al comienzo, se mantienen. La joven, decepcionada, se cruza de nuevo la baranda y por algunos minutos mantiene una expresión de frustración. Detrás y a lado de ella las personas siguen bailando o cantando o simplemente sonriendo. Sus gritos aumentan cuando las cámaras de CNN los enfocan y se ven proyectados en las pantallas gigantes que tienen frente a ellos.
CNN transmite otra proyección; Obama 290 votos electorales. Los alaridos van en aumento. Son las 11:11 y los fanáticos lucen ansiosos por ver a su presidente que tiene 20 votos más de los que necesitaba para ganar. Para entretenerlos, los organizadores transmiten nuevamente videos de su último recorrido de campaña, luego fotos de él, de Michelle, del vicepresidente electo Joe Biden, de seguidores, de carteles. La emoción es contagiosa, difícil de contener.
A las 12:00 ya no siento los pies. Mi cansancio está reflejado en miles de los asistentes que veo a mi rededor: ojos cerrándose, amigos apoyando su cabeza en el hombro de otro, algunos han encontrado un espacio para sentarse…
La música se apaga y el grito se prende. No es Obama, es Mitt Romney quien aparece en las pantallas. Desde Boston, el candidato republicano acepta su derrota, felicita a Obama y lo alienta a que tome las decisiones correctas. El discurso de concesión, que los presentes observamos y escuchamos con atención, no dura más de cinco minutos. Se acaba, y la fiesta continúa. No todos bailan como hace unas horas. Cada vez somos más con semblantes de agotamiento.
Para distraernos vuelven a proyectar otros videos, esta vez una propaganda de campaña con el slogan y la canción de fondo “Fired up”. El video muestra un discurso de Obama en el que le pregunta a su público Fired up? Y ellos responden con furor Fired Up. La misma dinámica ocurre en Mc.Cormick solo que los asistentes, a falta del presidente “en vivo” interactúan con el virtual.
Se acaba el video y nuevamente se apaga la música. El silencio y luego los gritos de emoción denotan que todos esperan la llegada de Obama. Se abre lentamente el telón rojo. No es Obama, son cerca de 300 personas con pequeñas banderas que flamean al ritmo de una melodía de Michael Jackson. Los rostros de decepción de los seguidores son evidentes. Han pasado dos horas desde que se anunció el triunfo de Obama pero él no aparece en el sitio donde prometió estar.
Las 300 personas, colaboradores cercanos del presidente, en el escenario bailan y cantan entusiastas. Esta vez Let’s stay together de Al Green. Ahora son los únicos que mantienen esa actitud de alegría. El resto (al menos la mayoría) transmite ansiedad y cansancio.
Son las 12:36 y el cansancio es tal que algunos de los invitados especiales se empiezan a ir por el mismo corredor –alfombra roja- que llegaron. La música se detiene, de nuevo un silencio, de nuevo los gritos. Esta vez menos gritos, las personas están cansadas y parece que están hartas de que los engañen con la supuesta llegada de Obama.
Se apagan las luces y esta vez una voz masculina anuncia “Ladies and gentleman: The President of the United States”.
La decepción por la tardanza desaparece, la gente se olvida que lleva cinco horas de pie esperando al hombre que aparece en el escenario, con terno, junto a su esposa y sus dos hijas. Michelle, sonriente e impecable como siempre, lleva un vestido concho de vino con un saquito negro. Barack no es el único que genera aplausos y gritos de apoyo, ella saluda y los alaridos son igual de intensos, hasta más fuertes.
Los Obama sonríen, saludan, caminan por el escenario. Además de sonreír, los labios de Barack revelan numerosos “Thank you”. El presidente reelecto sonríe, abraza a sus hijas y esposa y ellas se marchan.
Está solo, frente al pódium, todavía sin poder hablar por la intensidad de los gritos que han durado cerca de cinco minutos.
Escucho su voz melodiosa y siento algo similar a los escalofríos. El cansancio, hasta ese entonces, no me había permitido disfrutar intensamente el triunfo, pero su tono y ritmo de voz me recuerdan cuánto me gustan sus propagandas de campaña del 2008, y me confirman que es un gran orador.
Su discurso aborda los temas que, él sabe, le importan más a la población. “Everyone wants a job” dice y continúa explicando que creará más empleos, que Estados Unidos va a salir adelante, que de todos depende que salga adelante.
Menciona a las mujeres y les agradece por su voto, nombra el tema del aborto y el acceso a la salud. Hace un breve recuento de lo que ha prometido durante su campaña y cada vez que termina una breve intervención, expresa “Forward” y obtiene como respuesta aplausos, chiflidos y gritos de apoyo. En estos momentos, que la bulla no lo deja hablar, aprovecha para saludar y sonreír. Puede fingir estos gestos pero sus ojos reflejan un semblante de agotamiento.
Mientras habla noto que mi posición no es la mejor para observarlo. Bajo de la tarima y camino hacia el otro lado del segundo piso, donde se aglomera otro grupo de personas. Empinada y con los brazos alzados disparando fotos con mi cámara, escucho.
Su dicción y fluidez al hablar son envidiables. Entre su discurso aparecen mensajes que aumentan mi interés por él: “In these four years I have listen and learn from you, and you made me a better president. It doesn´t matter what we have done for us, what matters is what was made by us. We need to be a tolerant America, a compasive America”.
Es un político más, lo sé, pero mientras estoy ahí no pienso eso. Escucho con atención una anécdota de un niño con leucemia que no tenía dinero para el tratamiento y que gracias al seguro que él implementó pudo hacerlo, y vuelvo a conmoverme. Es un político más, lo sé, pero es difícil no conectarse con sus palabras y las personas que me rodean y derrochan alegría. La emoción es contagiosa.
Sus palabras son estratégicas, concuerdan con sus mensajes durante la campaña “No matter if you are black, white, asian, young, old, poor, rich…you can make it here in America. We are and forever will be the most important country in the world”.
Los alaridos son incesantes. Y las banderitas ondulantes crean una marea roja con azul que adorna más el espacio donde el presidente celebra su reelección.
Solo habla 30 minutos y enseguida aparecen Michelle, Biden y su esposa Jill. Los cuatro se abrazan de nuevo. Barack se despide diciendo “I’ve never been so hopeful about America”, se aleja del pódium y mientras se despide, casi sin sonreír, revela preocupación.
Parecería que al presidente le cuesta creer en sus propias palabras, que aunque quisiera que sea así –que se siente muy esperanzado-, no está tan convencido de ello. Parecería que los asistentes no captan ese semblante de su candidato, mientras se despiden de él siguen enfiestados celebrando la victoria y el ambiente inicial de alegría, regresa. Obama desaparece del escenario pero la fiesta continúa, para ellos.
Yo, junto a otros 24 periodistas, también desaparecemos. El calor y temperatura agradable que sentí dentro de Mc.Cormick desaparece al cruzar la puerta. Son las 2:00am y a pesar de las botas, suéter, chompa y guantes, la noche en Chicago se interna en mis huesos. La temperatura debe estar por debajo de cero.
Isabela Ponce Ycaza