Viajar a Ecuador es como entrar en el túnel del tiempo. Prendes la radio y lo más moderno que encuentras –aparte de la balada pop del momento o el reguetón de temporada- es un novedoso set de los ochentas. Los copetes y las vastas enrolladas nunca saldrán de nuestros corazones. Así como tampoco lo harán Joan Jett, Michael Jackson o Tears for Fears, por nombrar unos pocos. Hace algunos años hice un reportaje sobre la industria de la nostalgia en el que intentaba desentrañar el por qué seguimos estancados musicalmente, siguiendo al pie de la letra la frase acuñada por el ¿dj, vj? Geovanny Rosero: (el rey del revival, para los que no son de UIO) “Porque en música, todo tiempo pasado fue mejor”. Las conclusiones a las que llegué fueron algo obvias en un principio: es un negocio basado en la pereza.
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Sí, la dejadez es la madre de todos los vicios de la radio ecuatoriana. Más allá la de ausencia de criterio y demás, está esa miopía endémica de no ver y no querer ver más allá. Lo más fácil es poner lo que ya existe y ya. Es sospechosamente llamativo el hecho de que la música ochentera inunda nuestras almas en el espectro radioeléctrico. ¿La razón? DJ´s y conductores que nacieron en la radio de los 80 y todavía siguen sentados allí creyendo falsamente que esa es la música que hay. No existe la voluntad de investigar la evolución de la música, sin importar el género. No interesa. La gente está enganchada a algo ¿por qué cambiar? Esto no incluye a radios por internet ni a programas especializados, que existen por supuesto, pero que no son escuchados masivamente.
Pero esto no es noticia fresca. Un fenómeno similar sucedió y sigue sucediendo con la música de los 70, la balada del recuerdo, como le llaman. Se segmentó un target perpetuo: el target de la memoria. Siguen siendo ídolos del momento José José, Piero, Camilo Sesto, Sandro y Leonardo Favio… Así es, ya se están muriendo y eso dice mucho. La existencia nos está señalando a gritos que es una generación que ya fue, que hay que avanzar y seguir. Yo no desconozco su calidad musical y a muchos de ellos los he cantado a voz en cuello, pero ciertamente no son lo único. La vida y la música continúan. Hay mucho más del otro lado del arcoíris. Favio murió esta semana. Acá todos lo conocían como cantante y punto. Casi nadie conocía de su verdadera pasión: –según declaró varias veces- el cine. Estoy segura que ni sus más fervientes admiradores ecuatorianos habrán visto un filme suyo. Los diarios argentinos le daban el último adiós diciendo cosas como: “se va uno de los más grandes cineastas de Argentina”. Al final de las notas acotaban “…también fue cantautor”. Él decía que la música le permitió vivir dignamente. Sus canciones sensibleras le servían para llevar el pan a la mesa, cómo no. Los medios acá empezaron a hacerse eco de esa información de forma inédita: Sí, por primera vez en la prensa masiva Leonardo Favio era cineasta. Pero en la radio sigue siendo el cantante de voz quebrada y sufrimiento lírico en la punta de la lengua. Y no está mal. Porque Favio es eso, aún en Argentina y en varios países sudamericanos. Lo que pasa es que, como en el caso de un uruguayo (o un chileno) que decía que allá solo recuerdan a Los Iracundos (o a los Ángeles Negros) cuando se cumplen aniversarios importantes o se muere uno de ellos; Fabio, Sandro, Raphael, etc. son símbolo en sus respectivos países de un pretérito que quedó como tal, pero acá vienen a dar conciertos, algunos de ellos como Camilo Sesto incluso al borde de la muerte. Algo así como Roxette que vino el año pasado y que tenía que hacer cantar el 90% de sus temas al público porque su voz no alcanzaba las notas altas –ni las bajas-. Pero, ¿quién puede poner el dedo a alguien luego de un derrame cerebral? Nadie. Todos necesitamos plata. He ahí el asunto. La industria del recuerdo da plata en un país como el nuestro. De hecho, sí, es una industria. Es un ganar-ganar. Tanto para los artistas de los que nadie se acuerda pero acá siguen en boga como para los productores de shows. La mezcla ganadora de Tormenta, Piero, Los Terrícolas de Venezuela y Los Iracundos siempre dejará réditos. Un “Todas las voces todas” con los “eternamente” revolucionarios cantautores latinoamericanos, o la por años incuestionable simbiosis Sabina-Serrat (este último más del recuerdo que el primero) son fórmulas que se han repetido año tras año con inmenso éxito. No cuestiono su existencia en la medida en la que la oferta fuese amplia para todos los gustos y colores. En realidad, no es una queja ni un “paren de venir o de ponerlos en la radio”. Es más bien un “¿por qué nos encantará tanto vivir del pasado?”. Tal vez porque es más cómodo… Recuerdo a unas señoras gringas de 60 años que conocí hace poco. A ellas les resultaba inconcebible estancarse en la música que escuchaban en su juventud. Ellas seguían consumiendo aquello que salía, pues en su idiosincrasia, no existía el “esto es de mi época”. Su época seguía siendo esta…
Rocio Carpio