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@arduinotomasia

En la penúltima película de Luis Buñuel, titulada “El fantasma de la libertad”, existe una escena memorable de denuncia de la sociedad burguesa. Se mantiene una cena entre la alta burguesía pero que opera con una inversión: en lugar de sillas alrededor de la mesa, lo que hay son retretes (sí, para hacer necesidades); y si alguno quiere ir a comer, pregunta con vergüenza y en voz baja por “aquel lugar”, un cuartito con comida y al cual -para conservar la privacidad- se puede poner llave desde dentro. Una inversión de la relación entre el comer y el defecar, que Buñuel utiliza no solo como ridiculización y sátira de cierta clase social, sino con miras a exponer los consensos ideológicos de la vida cotidiana que pueden, sin problemas, ser desmontados.

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Esta es-cena constituye uno de los puntales de la perspectiva žižekiana en contra de la corriente de pensamiento que afirma, con carácter taxativo, que vivimos en un mundo-posideológico: “es fácil para un académico”, dice Žižek, “afirmar en una mesa redonda que vivimos en un mundo postideológico; pero ni bien va al baño después de la acalorada discusión, vuelve a hundirse hasta el cuello en la ideología”.

Es este razonamiento el que se me vino a la cabeza cuando escuchaba los debates entre los candidatos a la presidencia de Estados Unidos: al menos en lo que respecta a política exterior (lo que, en última instancia, es lo que nos importa a nosotros y al resto de países del mundo), los discursos presidenciales dejaron de discurrir alrededor de la cuestión ideológica para dar paso a cuestiones del orden de los peligros para la democracia (occidental, por supuesto): donde el narcotráfico y el terrorismo han ocupado de manera recurrente los primeros lugares. En ese sentido, Fukuyama tuvo –aunque de manera involuntaria, recordando que luego se retractó- razón.

Tan poco importante puede llegar a ser el tema de política exterior, que el debate Obama-Romney sobre esto fue el menos visto de todos los debates en términos de audiencia. Y es que la brecha entre Obama y Romney en esta materia es de solo unos pocos milímetros. “It’s ideology, stupid!”, replicaría Žižek. Y es probable que acierte, sin descuidar ni olvidar que la crisis de los subprimes iba inevitablemente a ir de la mano con una focalización de propuestas. Pero que no dejó de asombrar a algunos, como al propio Noam Chomsky, que por acá se preguntaba por la completa ausencia de discusiones de temas de interés, como la posibilidad de una guerra nuclear con Irán (acusado de querer desarrollar armamento nuclear).

El maestro Chomsky dijo que fueron temas que se evitaron, y me permito diferir en tanto el evitar implica intencionalidad, como si hubiesen querido ocultar deliberadamente sus posturas: era un tema de menor importancia, en el sentido de que al final no generaría mayor discordia entre ambos candidatos. El discurso sobre el deber-hacer en la región de Oriente Próximo y Medio está casi configurado, diría, desde tiempos en que Eisenhower (entre los ’50 y ’60) se refería a aquella región como “la zona del mundo más importante estratégicamente”; enunciado que encuentra su correlato empírico en su larga tradición de política exterior, que se empecina en mantener la “relación especial” con su aliado Israel.

Tradición que puede ser ciega sin importar lo absurdo de ciertas aristas: Irán –que es acusado de querer desarrollar armamento nuclear- permite que se lo inspeccione y los expertos no llegan aun a consensos sobre si tiene o no la capacidad para desarrollar dichas armas (informes señalan que todavía “no se puede demostrar la ausencia de material nuclear”, lo que es una ridiculez), cuestión/inspecciones que en cambio Israel no permite en su territorio (porque, de hecho, tiene cientos de armas nucleares y un historial de violencia) y que abiertamente se niega a firmar el Tratado de No Proliferación Nuclear por ir en contra de sus intereses.

A eso se refiere Chomsky cuando dice que si un marciano observara lo que ocurre en el mundo, quedaría simplemente astonished por las decisiones y consensos -incluso en el ámbito académico- en tanto no dan cuenta de la realidad. Marciano que hubiese quedado igual de impresionado con las posturas de Obama y de Romney, quienes aseguran que el problema de esa región es Irán y no Israel (aun cuando, y además, en la propia región –es decir, si se hace el ejercicio poco común de preguntarle a la gente qué es lo que piensa o siente- la gente afirma que no hay problemas con Irán sino con Israel).

Posturas, decisiones y discursos sobre el deber-hacer que se extienden prácticamente en todas las regiones: como el caso de Siria, en donde la diferencia entre Obama y Romney es del orden de lo temporal y de la dureza, esto es, cuándo intervenir y qué tan agresivamente para derrocar a Al-Assad. Aun cuando –una vez más- la intervención se dé sin tomar en cuenta lo que la población piense, como sucedió en Libia: un millón de civiles se manifestaron contra la injerencia de la OTAN; protesta que hoy sabemos que fue ampliamente censurado en los grandes medios.

Otro tema que quedó pendiente fue el relativo a América Latina, denominada en décadas pasadas como el “patio trasero” de Estados Unidos. Como señala un bien documentado análisis de Clara Nieto, se tiene una evidente falta de interés en esta región: si bien Obama ha visitado a países de América Latina en varias ocasiones, “tales visitas no producen resultados memorables”. Al contrario, la postura oficial ha sido el apoyo a los golpistas en Honduras y el silencio ante los presuntos asesinatos extrajudiciales de defensores de derechos humanos y periodistas opositores al régimen golpista; el apoyo a la viciada destitución de Lugo en Paraguay y el saludo a Porfirio Lobo; y el hecho de que las relaciones contra Cuba sigan siendo igual de duras e inadmisibles.

Ante este escenario, es probable que lo que ocurra luego de la reelección de Obama sea simplemente más de lo mismo, tanto para América Latina como para la región de Oriente Medio y Próximo. Más de lo mismo, siendo optimistas. Porque sí hay temas que preocupan en los años venideros, como el caso de Irán y la posibilidad de una guerra nuclear; o la respuesta ante la tentativa de otro caso de “desafío exitoso” (término que se utilizaba en documentos internos del departamento de inteligencia de Estados Unidos para referirse al caso cubano) en los gobiernos de Bolivia, Ecuador, Argentina y Venezuela, y de su potencial integración que traduzca menos dependencia de la economía estadounidense.

Son temas a los que se debe prestar atención, aun cuando el discurso predominante –como ocurrió en este proceso electoral- decida obviarlos. Y estar no solo atentos ante los debates sobre el deber-hacer, ya que debajo de éste se inscribe un consenso ideológico sobre el deber-ser; aun cuando, como en el caso de Siria, Libia o Palestina, éste vaya en contra de lo que la propia gente involucrada piense.

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Y toda vez que se nos hable de un mundo postideológico, quizá lo mejor sea reír y recordar el retrete de Buñuel: el político que lo pronuncie irá al baño y se hundirá hasta el cuello en la ideología. Porque al menos nosotros, al igual que varios países del mundo, conocemos muy bien la larga tradición de injerencia y de violencia del gobierno estadounidense con miras a defender sus intereses, incluso cuando éste quiera ponerle a su política exterior la máscara de lo apolítico.

Arduino Tomasi