Fausto: ¿dónde está el infierno?
Mefistófoles: En las entrañas de estos elementos.
Donde somos torturados y permanecemos siempre.
El infierno no tiene límites ni queda circunscrito a un solo lugar,
porque el infierno es aquí donde estamos.
Dr. Fausto
“¡Canabis, canabis!” se escucha mientras uno de los cuatro fieles que ha llegado a la tumba de las Ánimas del Purgatorio en el Cementerio General de Guayaquil, incluida una niña, agita una cajetilla de cigarrillos. La marihuana es usada como elemento de un culto que en las dos últimas décadas ha ganado adeptos que comparten una tradición popular y universal, más antigua que el catecismo: rogar la intercesión de las ánimas del purgatorio.
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El hombre de la hierba responde al apodo de La Ardilla y así se presenta, para, sin interrumpir el liado de su porro de marihuana, hacerlo con su esposa Belén y su pequeña Lady de 11 meses, que sonríen cómplices. La Ardilla visita el sarcófago de las Almas desde hace casi cuatro años.
“A mi me hicieron daño, mi propia familia, y fue mi culpa porque andaba descarriado”, confiesa mientras cierra con saliva la envoltura de su hierba. “Estoy buscando el sitio en el que fui enterrado cuando una tía a la que no le gustaba la vida que llevaba, para ella de delincuente, tomó arbitrariamente una foto que le regalé a mi abuelita, y ella por tenerme encuadrado la dejó a la vista de todos, entonces llegó mi tía y la agarró. Yo creo que la ató en un vaso de agua y me mató”. Según relata, al día siguiente no pudo levantarse de la cama, tumbado por un dolor de cabeza insoportable. La Ardilla está convencido de que lo mataron con brujería y enterraron su frasco y su foto junto al cadáver de un tío, que coincidentemente por esa fecha cambiaron de tumba.
“De pronto, abrí los ojos y vi que en Primer Impacto hablaban de las Almas del Purgatorio, pero de Colombia, entonces dije: Almitas, si ustedes son verdaderas que yo mañana me levante de esta cama y llegue a su tumba”.
Por la fuerza que La Ardilla le atribuye a Las Almas del Purgatorio pudo dar con el lugar, recurriendo al recuerdo de una visita anterior “Antes aquí solo paraban marihuaneros, yo vine una vez con mis panas, ya luego vino la ley y las cosas se calmaron, pero no tenía claro que ésta era la tumba de las Almas”, cuenta. El día que llegó enfermo, para su suerte, lo recibió un curandero que le dio una receta de velas y hierbas, esta vez para fines medicinales. Después de eso se siente mejor, puede caminar, estar con su familia, y todos los lunes llega a este punto del cementerio a cumplir su trato con las Almas: que lo encaminen para encontrar la tumba en la que lo encerraron a cambio de su fidelidad, trayendo nuevos discípulos. Asegura que su suerte es no encontrar trabajo ni tener plata “Ya me han dicho que tengo que encontrar a esos que saben hablar con los muertos para que me diga dónde puedo estar enterrado y terminar con esto”, lamenta mientras su niña comienza a llorar por la incomodidad que le causa el olor que despide el fuego y la hierba quemada.
La Ardilla y los otros feligreses de las Almas son la antítesis de la tranquilidad aparente que pinta deambular por el Cementerio General, sin que este deje de ser un espacio paralelo a la menopausia histérica que vive Guayaquil.
La Ardilla termina su relato para unirse a Miguel, el cuarto feligrés que ha peregrinado esta tarde de lunes, quien ora frente a la tumba milagrosa, distinguida del resto por moldes de antorchas con llamas pintadas de rojo marcando su frontera: dos toman distancia hacia la derecha e izquierda, otras cuatro exaltan su expansión rectangular. El único epitafio que figura es “Almas del Purgatorio”. No hay fechas. A cambio de una lápida hay una reja, que da directo al interior de la fosa donde dos velas se desgastan, junto a una guayaba podrida que en su momento fue una ofrenda.
“…que vayan y vengan mis enemigos, salgan con ojos y no me vean, con armas y no me ofendan, justicia y no me prendan, con el paño que Nuestro Señor Jesucristo fue su cuerpo envuelto sea mi cuerpo, que no sea herido ni preso, ni a la vergüenza de la cárcel puesto…”, repite Miguel mientras sostiene una estampilla en la derecha y su gorra en la izquierda.
“Yo creo en las Almas del Purgatorio, no creo en nada más”, sentencia Miguel luego de confesar que visita este lugar desde los 11 años a pesar de vivir en Santa Elena. La primera vez llegó influenciado por sus amigos y aunque ellos ya no vienen, él ha aprendido a pedir y que las Almas le cumplan sus peticiones “Yo sólo pido y ellas saben”, dice mientras acerca su mano a la de La Ardilla, toma el pucho, golpea un poco y sube unas escalinatas en busca de un familiar, que dice, tiene enterrado cerca.
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La Ardilla ha dado por terminado su encuentro con Las Almas del Purgatorio. Antes de marcharse me anima a convertirme, que traiga mi ofrenda, “Siempre y cuando no sea dinero porque hasta yo me lo cojo, no olvide venir con unas 4 velas blancas, tráigalas de su casa porque se las tiene que pasar por todo el cuerpo y si ya promete, cumpla porque las almas son celosas, ya una vez dejé de venir y estuve 11 meses en la peni”, dice mientras se despide y toma a Lady en brazos.
Detrás y alrededor de la tumba de Las Almas del Purgatorio están las inscripciones de otras lápidas que se registran con año 1400, a pesar de que el Cementerio se fundó en 1843, incrementando el misticismo de estar cerca del purgatorio, con todo el renombre que se han ganado sus almas. Subiendo cincuenta gradas está la Cruz Sargento. Allá, aseguran, suben “los malos”, para hacer brujerías con la ventaja de lograr divisar Guayaquil y pretender la omnipotencia que da esa altura.
Por el contrario, Las Almas del Purgatorio solo cumplen con los buenos deseos “Todos los que vienen aquí son gente buena”, me dijo en otra ocasión Doña Blanquita, una de las floristas que se ha criado en el cementerio.
Ni los guardias, ni las autoridades de la Junta de Beneficencia, consultadas en este caso tienen idea del origen de esta tumba. Sin embargo, los floristas, que como Doña Blanquita han crecido en el cementerio, cuentan que es la tumba del hijo pequeño de un antiguo trabajador y que representa la inocencia y la lucha de quienes murieron sin haber cumplido con su destino. Un guardia asegura que no hay día ni hora para que la gente venga a dejar sus ofrendas, aunque los lunes las visitas son más frecuentes, con la presencia de “puros malandros que le hacen a la fumarola”, aseguró el florista al que le compré flores amarillas como ofrenda para pretender pasar desapercibida.
A mi salida, me topo con el vendedor de mi ofrenda, quien me pregunta si vine a hacer alguna promesa a las almas “Sea lo que sea, las almas son celosas”, me recuerda, de seguro no lo olvido.
Jessica Zambrano