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@adeljar

Y pues tan importante
es acertar en la última partida,
pues penden de este instante
perpetua muerte o sempiterna vida,
ahora ¡oh Lizardo! que el peligro adviertes,
muere dos veces porque alguna aciertes.

Juan Bautista Aguirre, Carta a Lizardo


En Olón, a las siete de la mañana del sábado 3 de noviembre, a la altura de la calle Misericordia de Dios, el cielo sigue de luto y llora tímidamente. Me despierto escuchando el cacareo de un gallo que acompaña la canción “El cholero” de Jaime Enrique Aymara cuyo coro dice «Déjenme vivir la vida» (mil veces), y me pongo de pie, no porque sea hora, sino porque a veces hay que hacerlo.  La música reemplaza el silencio que indica que los olonenses han dejado atrás la tristeza que se vivía los días anteriores.

 

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El día anterior la playa estaba poblada por turistas que con celular en mano se tomaban fotos sobre un cuadrón alquilado, o con toda la familia debajo de una carpa que más bien parecía iba a cubrirlos de la lluvia y no del sol, o finalmente con el individuo enterrado en arena de pies a cabeza que posaba inmóvil —no te muevas, Steven— junto a sus familiares, creo, sin ninguna otra opción.  El enterrado recordará un par de días más tarde su viaje a la playa, cuando de lugares que desconocía existían en su cuerpo siga saliendo arena.

En la playa, un grupo de jinetes de caballos de paso que bebían aguardientico y gritaban “Frío, frío”, avanzaban velozmente y sin importarle la gente que poblaba la escena. Parecían salidos de la telenovela “Pasión de Gavilanes”, pero a mi gusto, sin la pinta de Mario Cimarro. En el mismo lugar, un hombre junto a dos muchachos extranjeros y un olonense provisto de una pala, recorrían la playa con un detector de metales.  El señor se detuvo delante de nosotros ante el sonido escandaloso del aparato y cuando estábamos dispuestos a exhumar un tesoro, su asistente encontró una tapa de cola. El hombre nos contó que «las monedas de un centavo son las que más suenan» y que ha llegado a juntar en un día hasta $8 y una vez halló un reloj.

La playa estaba llena, pero faltan los nativos de Olón, salvo aquéllos que tienen que atender a los visitantes.

Es el segundo Día de los Muertos y la gente se ha reunido en el Cementerio para honrarlos.  Acá, las celebraciones se toman dos días: el 1 de noviembre se recuerda a los niños con flores y velas; y a los adultos se los espera el 2, con la comida que le gustaba al difunto y trago, que eventualmente los asistentes terminan ingiriendo alrededor de fogatas, en una espera que se extiende hasta la madrugada, momento en que los hijos llevan serenata a sus madres y los muertos aparecen, o al menos se espera que lo hagan.

La noche anterior los locales preparan pan, lo velan y lo regalan al día siguiente, para luego dirigirse al Cementerio donde se han improvisado asientos de caña que amortiguan una espera que dependiendo del destino será efímera o eterna. Se prenden veladoras, se pintan las tumbas de colores llamativos como el verde, amarillo y morado. Todos los espacios de este lugar están ornamentados con flores de tela y papel.

Los dos bordes de la carretera forman una procesión gris, los olonenses van y vienen del Cementerio.  Le pregunto a una joven de la panadería que me vende una guagua de pan qué esperan los que asisten al Cementerio y no sabe responderme; para ella, la muerte se ve de lejos.

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Pero somos muchos los personajes que sufrimos el insomnio de la vida. En la literatura, la muerte y la inmortalidad son lugares frecuentes. Por ejemplo, los vampiros y los zombis son primos, ambos muertos en vida, los unos románticos, los otros rebeldes. El primer vampiro de la literatura lo creó el Dr. John Polidori la misma noche en que Mary Shelley creó al monstruo de Frankenstein. Ambos muertos en vida y con una vida rodeada de muerte.

El zombi es un fenómeno más reciente cuyo boom empieza gracias a la película del director George A. Romero “La noche de los muertos vivientes” (1968) en la que, a decir del escritor, crítico y director de cine español José Manuel Serrano Cueto (2009), «el zombi se utiliza como instrumento para articular una crítica social, un análisis de los conflictos humanos, que, no con mucho esfuerzo, puede asociarse con momentos históricos determinados (la guerra del Vietnam en La noche de los muertos vivientes), situaciones comúnmente aceptadas, (…) como pueden ser el consumismo exacerbado (Zombi) y la información sensacionalista (El diario de los muertos), el abuso del poder militar (El día de los muertos) o la lucha de clases (La tierra de los muertos vivientes)».

Volviendo al Día de los muertos, los olonenses parecen desatender lo que dice Elias Canetti en Masa y Poder (1960) “Nada teme más el hombre que ser tocado por lo desconocido”, será porque quizás recuerdan algo importante: al Yo, al ser vivo, al que sí puede reflejarse en el espejo porque posee un cuerpo real, a diferencia del Otro, de quien esperan secretamente no aparezca, aquél cuya corporalidad provoca terror. No pude asistir a la fogata, pero me hubiera gustado escuchar las selecciones musicales de los lagarteros, a ver si entonaban el “Déjenme vivir la vida” de Aymara, o “En vida” de Gerardo Morán.

La tímida lluvia de Olón ha avivado mi reflexión, uno, sobre la perpetuidad y el legado que dejamos para que nos celebren en vida o después de esta; dos, qué hacer para seguir viviendo cuando hemos muerto en vida; y tres, que ojalá a nadie de mis amigos y familia se les ocurra llevarme una serenata porque como dice Juan Bautista Aguirre en su Carta a Lizardo: “¡dos veces muerta!”.

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Nota: El jueves 8 de noviembre, a las 20h00, se realizará el conversatorio “La sociedad de los poetas zombis” en la Facultad de Filosofía de la UCSG, a las 21h00 se proyectará “La noche de los muertos vivientes”.

Fuentes bibliográficas:

FERNÁNDEZ GONZALO, Jorge. (2011) FILOSOFÍA ZOMBI, Barcelona: Anagrama.

REDACCIÓN. (2009) Muertos tan vivientes como leídos, Madrid: Revista Qué leer.

 

Adelaida Jaramilo