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@nessateran

Camino (en honor a la verdad, me arrastro) por las calles del West Village con una resaca importante encima. La noche anterior estuve tomando tequila hasta las 5 de la mañana subida al techo de una humilde vivienda de Brooklyn. Ahora son pasadas las cuatro de la tarde del día siguiente y me estoy replanteando la vida. Para no ir tan lejos, replanteándome el porqué de obligarme a mí misma a hacer turismo en este estado tan nefasto. Una parte de mí quiso quedarse en cama, otra, la hinchahuevos, la turista insoportable que no puede perderse un minuto de nada, esa me trajo hasta acá. Siento que se me está agotando la gasolina. Encima, olvidé traer la cámara de fotos. Pienso qué subte cercano podría tomarme para llegar a casa a dormir la mejor siesta de mi vida. Y ahí es cuando me cruzo con esta mujer. Flaquísima, altísima, y con un par de lentes gigantes que no llegan a cubrirle los ojos y mas bien se balancean cómicamente sobre el puente de su nariz. Camina, rota, de un lado para otro, camisetita negra y un par de pantalones de cuero beige que parecen estar pegados a sus piernas.

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Está empapada, pero sólo me fijo en eso después de detenerme en su mirada. Hay mujeres que van por la calle al borde de un ataque de nervios, pero esta chica está directamente sobrevolando el precipicio de la locura. ¿Desamor? Puede ser. La veo venir e inmediatamente me llama la atención, le tiemblan las manos y por su aspecto parece que se hizo pis encima. Incluso siento algo de empatía con respecto a su estado, yo también habré bebido unos tragos de más. La veo alejarse, sin rumbo, hacia Madison Avenue.

Lo que viene después completa un escenario digno de un set de película en medio de la ciudad. Un kioskito de flores, completamente destruido, pétalos de todos los colores regados por el suelo, baldes enteros chorreando agua desde la vereda hacia la calle y un circulito de curiosos repitiendo una y otra vez la misma historia. Que la chica estaba esperando un taxi en la esquina de 6th Avenue y Houston Street, que se tambaleaba de un lado para otro, ebria, en medio del día, un jueves común y corriente. Que a un taxi que no quiso parar le lanzó una patada karateca y esto provocó que pierda la compostura por completo. Ahí fue que arremetió contra la floristería de un señor asiático, gordito y con cara de buena persona, que no terminaba de asimilar el huracán humano que se había llevado puesto su changuito. Mientras gritaba “ODIO ESTA PUTA CIUDAD”, una y otra vez, con todo el ímpetu de quien ha tenido una noche de mierda. Volaron los ramos de rosas, margaritas, crisantemos y girasoles. Todos al suelo, mientras la mujer se revolcaba entre agua y restos de flores bajo la mirada incrédula de los transeúntes y el gordito oriental que tardó en reaccionar.

Todo el episodio me lo mostró un man que lo había filmado en su iphone y que luego aprovechó para robarse uno de los ramos que quedaron en el suelo, “for my girlfriend”, se excusa, mientras acelera el paso y se aleja. Y luego, como si un director imaginario hubiese gritado ¡corten! y decretado un cambio de escena, todos retoman su camino, vuelven a sus trabajos y a sus vidas, yo a mi resaca inmunda.

And the show must go on.

 

Nessa Teran