cementerio_2.jpg
cementerio_3.jpg
cetedral_de_vinces.jpg
cementerio_1.jpg


Viernes, 4pm. La peor hora para un entierro. El sol ha convertido a Vinces en un horno que escalda lentamente. Pero acá están perfectamente habituados a esta inclemencia. Los deudos que caminan tras el féretro dejaron colgada la ropa negra. La marcha es colorida.

Eso de desfilar tras el féretro no es patrimonio de Guayaquil. El homenaje a la difunta llevó más de dos horas a pie. La han mostrado a lo largo de los 16 kilómetros que separan la casa de los padres, allá en el recinto Villangota, con la iglesia/catedral. Salieron a los 12. A las 15 horas llegaron a la plaza central, donde convergen el municipio, la iglesia y la réplica de la torre Eifel.

https://gkillcity.com/sites/default/files/images/imagenes/71_varias/cementerio%202.jpg

 

Tres en punto. El capellán ofrece una misa para los tres cuerpos presentes. Estoy acá por uno de ellos. Los otros dos no han tenido nada que ver conmigo, pero sus partidas conmueven también a muchos. “Es la hora de los muertitos”, dice un triciclista aparcado en la esquina del parque y en cuyo vehículo se lee “consuelo”. No hay otro horario para honrarlos, para despedirlos ni mandarlos con la bendición de un cura que habla del más allá advirtiendo que no todos irán al mismo lugar… que hay que ser buenos… De un cura que no conoció a los finados, pero que destaca de ellos cosas que al parecer solo él sabía. Lugares y frases comunes que intentan aplacar el dolor de una partida. Los asistentes toman parte de la liturgia flameando cualquier hoja, cualquier carpeta, cualquier pañuelo. El calor no conocede sombras acá, y en el interior de la iglesia parece concentrarse.

El cura honra su puntualidad. Y el dinero pagado solo es por una hora… Luego del amén y la recomendación respectiva de ir en paz… los deudos presurosos se toman la avenida. El cementerio está a la vuelta de la iglesia, por una calle larga que atraviesa seis cuadras. Dos féretros irán al mismo lugar. El otro es llevado por otra ruta. Solo los que lo siguen saben a dónde. El cuerpo que me hizo llegar hasta este punto caliente e histórico de la provincia de Los Ríos va encabezando una marcha en la que se destaca el equipo de sonido de alta fidelidad. Ya no se escucha la canción de la chilena Myriam Hernández, aquella que hiciera más célebre con la muerte del frentón Carlos Muñoz, sino una de Tercer Cielo, que igual de triste, empalaga al sonar una y otra vez…“Yo te extrañaré” (https://www.youtube.com/watch?v=tUliBzzGI60) no era coreada por nadie… solo era escuchada como la triste banda sonara para el final de la esposa amada, de la hija querida, de la madre irremplazable.

El cementerio de Vinces, supongo, es un buen ejemplo de lo que es un camposanto rural. Atiborrado, polvoroso, con cruces unas sobre otras y de caminos improvisados sobretumbas en las que no se sabe dónde empiezan ni terminan. Hay una puerta oficial, pero en realidad está allí solo para el formalismo, porque se puede entrar por cualquier lado. Y la puerta en realidad está cerrada, porque tras de ella las cruces vencidas por miles de vientos dibujan un paisaje lúgubre, triste, solitario, en el que no se puede pasar porque no hay espacio para los cortejos. Dirán que así es un cementerio. Cierto, pero acá las tumbas tienen muertos felices. Sonrientes. Bonitos. Este cementerio no es serio. O hay una nueva manera de encarar la muerte de la cual yo he estado completamente desprevenido.

https://gkillcity.com/sites/default/files/images/imagenes/71_varias/cementerio%203.jpg

El camposanto es como el pueblo. Nada queda de aquella época de la “pepa de oro”. La gente millonaria de aquel tiempo prefirió construir mausoleos diseñados por europeos en el cementerio de Guayaquil antes que acá. Y de cierta forma se los puede entender… En invierno dicen los vinceños que buena parte del cementerio queda bajo agua… Solo la parte alta de la sabana permanece seca. Igual “a los muertos no les importa cómo son sus funerales”, reza una frase de Eurípides colocada precisamente, a la entrada…

Y este cementerio sigue igual. Poco ha cambiado desde hace décadas, dicen los lugareños. Quizá lo único moderno son los detalles de amor y reverencia que hay en ciertas tumbas. Pocas son las que tienen placas de mármol con los nombres de los finados. En la mayoría se resaltan las fotos de sus ocupantes, pero no esas de tamaño carnet y a blanco/negro, sino grandes y a colores. Fotos en vida, en vida… de finados felices, con ropa de fiesta, sonrientes… Extraño y contradictorio este lugar. Las fotos contradicen el hábitat, donde todo es ocre. Hasta los árboles se niegan a mostrarse verdes. Marcelo N. sale bien peinado. Feliz. De fondo está su segunda casa: El estadio Capwell con un lleno a reventar. Emelecista fue y es para siempre, y sus deudos han querido hacerlo saber a propios y extraños. Sobre un lado de la torre donde está su bóveda han pintado un escudo enorme de Emelec. Un par de tumbas más al sur, a Magaly S. se la recuerda así, como toda una auténtica tecnocumbiera. La foto de ella es la portada de un cd que sacó su grupo.

https://gkillcity.com/sites/default/files/images/imagenes/71_varias/cetedral%20de%20vinces.jpg

El cortejo en el que participo, a distancia, ha tomado un camino largo para darle vuelta al cementerio. Pensé que había espacio al final… pero no. La tumba donde depositarán el cuerpo está sobre otra. Rodeada de pequeños habitáculos levantados desordenadamente, donde había espacio suficiente para hacerlo. Por eso, el caminar obligado sobre los muertos es incesante. Nadie se persigna ni ofrece disculpas. Solo caminan. Caminan y conversan agarrando las cruces de madera como si de pasamanos se trataran, para no caer.

El silencio reina sobre la hora misma del nicho final. A las 5 pm el sol ha decidido no dar tregua aún. La despedida final siempre es la misma. Una que otra vecina rompe el letargo… pide cerciorarse de que a la finada le hayan quitado el rosario “para poder realizar los rezos”. Otra, grita que no pongan las flores sobre el féretro de madera porque eso podrirá la caja. Algunos acompañantes se encaraman entre las tumbas y filman. Toman fotos. De los deudos, del entorno. Luego, otra vez, un silencio disimulado en murmullos. Una pancarta con la foto gigante de la finada es izada con un pensamiento: “no estoy muerta, solo duermo… moriré el día en que me olviden”… y luego la proclama de los amigos que ella siempre vivirá…No transcurre mucho de eso cuando el bailejo empieza a agitarse en las manos del sepulturero a quien le piden tiempo…

Viernes, 6pm… el sepelio que empezó hace tres días, tiene su punto final. De a poco la gente toma la salida. Vuelven por los mismos pasos para no perderse… otra vez, el mismo recorrido y las mismas caras felices de las tumbas despiden a los visitantes. Afuera del camposanto, la música que sale de las barras ubicadas a pocos metros, golpea el dolor con canciones tan desenfrenadas como estridentes… y los que antes desfilaban en un solo sentir en el cortejo, se pierden cada uno por su lado, a seguir viviendo, a su modo, a su tiempo…

https://gkillcity.com/sites/default/files/images/imagenes/71_varias/cementerio%201.jpg

 

Daniel Solórzano