(O de cómo critico una película sin contar la trama para no arruinar la fiesta)
Cada vez que voy al cine a ver una película ecuatoriana, sí, ecuatoriana (no voy a entrar en absurdas apologías de la “universalidad” del cine y de la ausencia de un cine ecuatoriano como terminología) confieso que voy con tremenda expectativa. Siempre le apuesto al bien. Este año más que nunca, pues los filmes nacionales por estrenarse hacen cola. En este preciso momento, estamos frente a algo nunca antes visto: dos películas ecuatorianas simultáneamente en cartelera.
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Crédito: https://www.lallamada-lapelicula.com/
Los motivos para emocionarse eran hartos. Los paralelos, unos cuantos. Dos filmes dirigidos por guayaquileños, ambas óperas primas, ambas coproducciones. Hasta ahí el cuento, el resto, dos películas absolutamente divergentes, lo cual es una gran noticia: hay más riesgo en las propuestas. La una, un filme unívoco en el que todos los motores dramáticos alimentan a un único personaje, y la otra, una cinta coral en la que los motores dramáticos se alimentan entre sí. Y aunque parezca lo contrario a simple vista, considero que La Llamada de David Nieto es la que más riesgos corrió a la hora del cómo contar la historia. Esa “historia mínima” –como un medio de prensa escrita la catalogó- cronológica, aristotélica, redonda, sin duda tenía muchas más camisas de fuerza que Sin Otoño, Sin Primavera de Iván Mora, la cual, por su trama desarticulada podía darse más licencias (y de hecho se las da). La Llamada persigue una narrativa clásica en la que todo debe calzar a contrarreloj. Es sí, una historia mínima, no por lo que cuenta sino por su lenguaje audiovisual, el cual a ratos roza lo televisivo (una estética que me recuerda de lejos a ciertas series dramáticas), aunque quizás lo más certero sea el comentario de alguien que vio la película: “parece cine B”. Y con lo de B no pretendo menospreciar el filme, para nada, hablo simplemente de otra estética, una que queda velada entre la espectacularización del cine de gran presupuesto y las expectativas del público. No obstante, la sensación de que la pantalla grande le quedó demasiado grande a La Llamada es algo que flota en el aire luego de haberla visto. He ahí el riesgo.
Sin Otoño, Sin Primavera, por el contrario, no arriesga tanto en ese aspecto, pues al elegir una estética labrada, laboriosa, complicada, exultante -y por momentos, brillante- garantiza una empatía con el espectador. O al menos lo intenta. Se trata de un filme muy visual -quizás deba decir audio-visual pero en el sentido estricto de ambos términos- que está más cercano al lenguaje del video clip que al del cine. Y lo está no por la propuesta audiovisual únicamente, obvio, sino por la articulación entre forma y fondo que logra que esta última termine diluyéndose entre el oropel. La falta de solidez argumental hace que las historias entrelazadas sean timoratas, algo endebles, injustificadas. Se justifican únicamente en ese vaivén de imágenes preciosistas que finalmente logran parchar las resquebrajaduras. La impecable fotografía no detiene, sin embargo, las caídas de ritmo narrativo que sepultan esas historias. El abuso de elipsis temporales, flash backs y flash forwards solo logra desviar la atención: una canción punkera a todo volumen acompañada de imágenes entrañables es un recurso lo suficientemente ensordecedor. Pero es cascarón.
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Crédito: http//www.larepublicainvisible.org/pelicula.html/
En conclusión, le falta potencia a las historias. Los personajes buscan a toda costa ese vigor pero no lo encuentran pues su génesis misma está ausente. Es entonces cuando se instala el melodrama y el manejo de una estética narrativa que de lejos –también- me recuerda a los culebrones cinematográficos coreanos (o asiáticos). Un tipo de cine “Jason”, que parece que se acaba como cinco veces antes de acabarse definitivamente. Y cada oleada con olor a “the end” busca sublimarse más que la otra. Intuyo un guión que terminó de cocinarse en la edición. Tal vez se lanzaron demasiadas cartas al ensamblaje final.
Sin Otoño Sin Primavera era la gran esperada de la temporada, La Llamada pasó desapercibida hasta su estreno. Ambas son inversamente proporcionales. La primera es audiovisualmente impecable, la segunda, es narrativamente sólida: cuenta lo que quiere contar y no se va por las ramas. Pero ninguna tiene el paquete completo. No obstante, ambas películas tienen su valor dentro de todo este proceso que voy a llamar Cine ecuatoriano. Corren riesgos y buscan refrescar las historias, estéticas, dialécticas y referentes cinematográficos locales. Nada de esto es personal. He ahí la clave.
Rocio Carpio