En un escrito contra Marx, Bakunin escribió sobre “la herejía contra el sentido común y contra la experiencia histórica” de creer que “un grupo de individuos, incluso los más inteligentes y bienintencionados, sean capaces de encarnar el pensamiento, el alma, la voluntad dirigente y unificadora del movimiento revolucionario y de la organización económica del proletariado de todos los países”. A decir de Bakunin, esa minoría sabia pretenderá expresar la voluntad del pueblo, pero tan solo conseguirá gobernar su propia ficción de esa pretendida representación.
Esas anotaciones las leí por primera vez en la transcripción de una conferencia de Chomsky, en donde analiza y critica –en sus palabras- “el rol característico de la intelectualidad en nuestra sociedad industrial moderna”. Desde Lenin hasta McNamara, Chomsky desarrolla contra las razones que reclaman “la sumisión a una dirección centralizada” por parte de una capa “científica y culta”.
¿No es posible extrapolar esas perspectivas para nuestro contexto político-social? Como lo veo, esto puede encontrarse, en particular, en tres ramas que desarrollaré brevemente.
Por un lado, el discurso del presidente, quien ha reiterado un sinnúmero de veces (y en torno a casi cualquier temática, como salida a tener que discutir a profundidad), que “somos gente buena y sabemos hacer las cosas; tengan confianza”; que “de idiotas no tenemos un pelo y sabemos hacer las cosas”; o cuando afirma, en espera de cierta legitimidad: “por favor, yo soy un académico”.
El correlato empírico de que ese discurso atraviesa el proceso, puede encontrarse tanto en la composición del gabinete presidencial: gente que, previo a la consolidación de Alianza País, formaba parte de grupos de investigación, se dedicaba a la docencia y que podía quizá vanagloriarse de cierto prestigio académico por publicaciones en revistas indexadas; pasando por las exquisitas publicaciones y los bien preparados cuadernos de trabajo de los organismos de planificación: como la Secretaría Nacional de Planificación y Desarrollo que, a decir de Fander Falconí, “ha sido clave para romper con la inercia de gobiernos anteriores” y para “construir un pos-neo-liberalismo”.
Secretaría que, además de encargarse de la planificación nacional, se encarga de realizar investigaciones aleatorias: como una realizada por René Ramírez (quien ha ocupado la cabecera de la Senplades, el Senescyt y el Consejo de Educación Superior), titulada “Felicidad, desigualdad y pobreza en la Revolución Ciudadana, 2006-2009”, en donde básicamente –por supuesto, luego de un estudio riguroso y de una metodología compleja y casi impenetrable para alguien educado en un bachillerato del país- se afirman cosas como que todos somos más felices desde la revolución ciudadana; y, pues, qué puede uno decir luego de los resultados obtenidos mediante líneas metodológicas sustentadas en trabajos de Van Praag & Ferrer-i-Carbonell. Qué puede uno decir.
Foto tomada de: https://www.elcomercio.com/politica/Ramirez-versatil-capitan-revolucion_0_577742318.html
Sumado a ello, uno puede analizar la preponderancia e influencia de estos órganos públicos en todo el aparataje y discurso del gobierno: y es así comprensible el declive en materia de participación; porque -y esta es una pregunta en la que, como lo veo, se debe insistir- ¿dónde quedó el poder ciudadano? Mejor aún: ¿se necesitará acaso de participación en la revolución ciudadana, o bien puede ésta ser reemplazada por una metodología rigurosa que dé cuenta de la verdadera realidad del país? ¿O es la participación un mero complemento del estudio científico; una suerte de humanizador del proceso tecnocrático?
Detecto allí un malestar constante, que ha traducido pugnas desde distintos frentes que antes apoyaban a Alianza País (como la de campesinos e indígenas contra la ley de aguas y la ley de minería, ninguneada por el presidente; y en donde algunos fueron incluso acusados de terroristas) y que, en materia electoral, ha significado la articulación de una coordinadora plurinacional de las izquierdas.
Escribo esto y recuerdo, una y otra vez, la perspectiva de Chomsky en torno a la tentativa de que “los ciudadanos sean reducidos a la apatía y a la obediencia”, de modo que “a los comisarios [intelectuales tecnócratas con orientación política] se les deje ejercer su seria labor de la dirección de la sociedad”.
Mientras no se tracen esas preguntas y no se insista en esas reflexiones, no quedará de otra que rogar para que tecnócratas sensibles se hagan cargo de la planificación del país.