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@IvonneGuzmn

Hay un ritual, repetido infinidad de veces al año en todos los cantones de este diminuto país, cuya vigencia me cuesta entender: el mal llamado desfile cívico. Para más inri, desde la televisión y los periódicos estos actos –anacrónicos, con el perdón de sus adeptos– son ponderados de tal manera que pese a toda el agua que ha pasado bajo el puente siguen siendo los actos centrales de la celebración. ¿No lo notaron en las fiestas octubrinas que acaban de pasar? ¿No les asusta que ese espíritu marcial siga siendo el eje rector de nuestro ‘civismo’?

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Crédito: German Panther, Hans Hemmert

Es que si entendemos por civismo lo que en su segunda acepción apunta el diccionario (y la lógica), cualquier alusión a la

guerra y sus sucedáneos nada tiene que ver con el “comportamiento respetuoso del ciudadano con las normas de convivencia pública”.


Ustedes me dirán qué tienen de cívicas las bandas de guerra estudiantiles que protagonizan estos desfiles y que aunque oficial y marketeramente fueron rebautizadas como bandas de ‘paz’ –al mejor estilo orwelliano– siguen siendo lo que siempre han sido: un remedo triste y adolescente de las escuadras militares/musicales que acompañaban, para darles ánimo, a los que iban a matar y estaban dispuestos a morir en nombre de quién sabe qué interés de turno.

También vale preguntarse a cuento de qué esos desfiles ‘cívicos’ se prestan para que aquellos a quienes hemos entregado el uso de la fuerza nos restrieguen en las narices esa artillería pesada, que repta amenazante por calles y avenidas; disculpen, pero a estas alturas del partido me son incomprensibles estas expresiones ‘festivas’.

Si nos tomamos en serio lo que el diccionario (y, otra vez, la lógica) indica sobre el civismo en su primera acepción: “Celo por las instituciones e intereses de la patria”, entonces estas celebraciones cívicas necesariamente debieran prescindir de los desfiles, las bandas de guerra/paz, las ‘it-girls’ en botas y minifalda, y los tanques y aviones de guerra (qué anticuado suena, ¿no?).

En su lugar cabrían asambleas barriales, gremiales o universitarias en las que hablemos, por ejemplo, de cómo se está haciendo desde la Asamblea la fiscalización a las autoridades; o la organización de veedurías que irrumpan en juzgados y cortes para tomar el pulso de cómo están haciendo su trabajo (una sociedad sin justicia independiente y oportuna no cumple los requisitos para ser un país civilizado).

O para ponernos realmente festivos, podríamos gastar todo el presupuesto –hoy destinado a simulacros bélicos– en buen teatro y otras artes escénicas, así como en música y artes visuales que lleguen a cada rincón de la ciudad, porque nada como espíritus y mentes gratificadas por el arte –es decir, todo lo contrario a la propaganda o el adoctrinamiento– para cumplir con los más altos intereses de quienes conformamos la patria. Para promover una ciudadanía crítica, que no confunda civismo con desfiles de tristes y anacrónicos soldaditos de plomo.

 

Ivonne Guzmán