Sinceramente jamás pensé que me leería 50 sombras de Grey de E.L. James, ese bestseller que ha sido bautizado como porno para mamás. Primero, porque no leo basura. Segundo, porque me niego a comprar basura. Tercero, porque tengo algunos bellísimos libros a la espera de encontrar tiempo para leerlos.
Sin embargo, he aquí que hace unas semanas mi cuñada -la sin par Nora Lasso- viene y me presta su libro (el primero de esta trilogía) y me pide que por favor me lo lea para que le dé mi opinión. No me pude aguantar, esa noche lo empecé y dos días después ya lo había terminado. Pero eso no fue todo, luego busqué en internet los PDFs de la segunda y tercera partes. A la vuelta de otros cinco días ya me había bebido los otros dos libros.
¿Qué puedo decir? Los tres libros están tan mal escritos que por momentos su lectura resulta desesperante. No queda otra que saltarse párrafos y páginas enteras. La autora jamás trabaja en sus personajes de manera profunda. No nos cuenta sus historias, sus vidas, sus características personales, sus deseos (más allá de sus deseos sexuales, claro está), o el lugar desde donde ven el mundo. Los protagonistas son casi caricaturas y de ellos sabemos apenas lo estrictamente necesario para caminar por la trama. Las descripciones son repetitivas hasta lo absurdo y el texto está plagado de lugares comunes. Además, calculo que utiliza un máximo de 50 palabras para construir esas oraciones desangeladas con las que nos cuenta la historia y encima, se demora tres libros, de 600 páginas cada uno, en hacerlo.
Y sin embargo, y con embargo, también debo confesar –muy a pesar mío- que esta cojuda historia me atrapó. No me quise quedar con las ganas de saber qué le sucedía a ese hermosísimo y desequilibrado hombre que gusta de establecer relaciones contractuales con mujeres sumisas para someterlas a sexo sádico, pero que, paradójicamente, es dominante y vulnerable en partes iguales. Y lo más importante, confieso que auténticamente me enganché con este profuso catálogo de escenas sexuales explícitas, violentas, que no por mal escritas dejan de ser calientes y deliciosas.
Leyendo estos libros comprendí más que nunca que el sexo vende porque es placer, y el placer es bueno y es bello. Por eso consumimos pornografía, porque cumple la función social de excitarnos. 50 sombras es un fenómeno de ventas porque a todos nos gusta experimentar y saciar esa pulsión sexual. Mucho mejor si es con sexo bizarro, poco convencional. Aquello que se ha considerado prohibido dentro de la sexualidad es donde mejor florecen nuestras más inconfesables fantasías eróticas.
¿Queremos excitarnos con la lectura? Me parece tremendamente válido y saludable, sucede que la literatura también sirve para eso. Pero no estamos condenados a consumir material de ínfima calidad. Existen joyas de la literatura universal, que aún sin pertenecer al género erótico, narran eventos de enorme contenido sexual. La felación que Sophie, arrodillada sobre la tierra, le prodiga a Nathan Landau en la Decisión de Sophie de William Styron. Cada una de las escenas de cama entre Florípedes y Vadinho que Jorge Amado nos relata en Doña Flor y sus dos maridos. Los delirantes detalles sobre el sexo con Mona que Alex Portnoy cuenta a su analista en El lamento de Portnoy de Philip Roth. Las orgías que vive el protagonista de El Síndrome de Ulises de Santiago Gamboa. Los encuentros clandestinos de Iris Chase y Alex Thomas en El asesino ciego de Margaret Atwood. La escena de la biblioteca en Expiación de Ian McEwan.
Así es, en materia erótica, aún sin pertenecer a ese género, algunas obras han dado al mundo circunstancias y personajes que por su intensidad quedarán escritos con fuego en nuestra memoria. Las trampas del deseo en las que cae Jasper Jackson cuando conoce a su vecina Madeleine y simplemente no consiguen salir del dormitorio, bajarse de la cama, en El calígrafo de Edward Docx. Sara Noriega, quien en El amor en los tiempos del cólera de García Márquez, tenía que succionar un chupón de bebé para alcanzar la gloria plena mientras hacía el amor y por este motivo colgaba varios de ellos de la cabecera de la cama para encontrarlos a ciegas en los momentos de extrema urgencia. El indescriptible instante cuando Jesús, en el estrecho círculo de un abrazo, le confiesa al oído a María Magdalena que no sabía que el mundo podía ser tan hermoso y la carne tan santa, en la Última tentación de Cristo de Nikos Kazantzakis. O esa noche, en un departamento lleno de libros de la avenida Boyacá, cuando Piedad y Pablo dejan de ser solo amigos e inauguran un amor para toda la vida con un salvaje y colorido encuentro sexual en Pedro Máximo y el círculo de tiza de Marcela Noriega.
Pero repito, lo que acabo de enumerar son escenas y personajes, momentos y episodios, en los cuales el erotismo se ha abierto camino dentro de la literatura. No se trata de literatura erótica propiamente dicha.
Existen desde luego obras que se centran en este tema y nos hacen ver estrellas. Entre mis favoritas del género descaradamente erótico están El elogio de la madrastra y su segunda parte, la cual supera ampliamente a la primera, Los cuadernos de don Rigoberto, de Mario Vargas Llosa. Este último es un banquete para los sentidos. Un referente clásico del género es Lolita de Nabokov donde la pedofilia se convierte en un sufrir, en un purgatorio para el pobre profesor Humbert Humbert que no consigue darse cuenta que es el juguete de los caprichos de una ninfeta de doce años. Pero Nabokov tiene otro libro que para mí es su obra maestra del erotismo de todos los tiempos: Ada o el ardor, una ucronía que casi raya en la ciencia ficción que te mueve el piso cuando la lees, pues nunca pensaste que el incesto pudiera ser tan excitante y divertido.
Les recomiendo disfrutar de la melancólica y tierna sensualidad de Seda, de Alessandro Baricco, ideal para ojos ávidos de belleza, para corazones delicados. ¿Queremos ponernos en plan terrorífico? Las piadosas, de Federico Andahazi. Un vampirismo alejado del estereotipo y no apto para gente sensible. Trama de terror y sexualidad excelentemente lograda. No vuelves a ser el mismo luego de leer este cortísimo relato. Conozcan a Vicente Muñoz Puelles, autor de una novela llamada Anacaona, tan bella como atrevida. Todo hombre debería leer Anacaona, con carácter de obligatorio, para aprender a darle sexo oral a una mujer. Lo siento señores, pero para nosotras, sexo sin orgasmo no es sexo. Las edades de Lulú de Almudena Grandes la cual en la primera leída odié con pasión, pero que muchos años después, cuando la agarré de nuevo con la madurez que da cierta edad, pude apreciar en su justa medida.
Si les hizo ilusión el sadomasoquismo que describí al inicio de este artículo, cuando hablé de 50 sombras de Grey, no se queden con esa pica, pero háganle el gasto al divino Marqués de Sade que sí lo vale, yo recomiendo Gruschenka. También puede ser Historia de O. de Pauline Réage. Y si quieren algo más actual busquen Nueve semanas y media de Elizabeth McNeill que a estas alturas hasta puede ser considerada un nuevo clásico.
Vamos a lo más fuerte del sector de mis favoritos, En busca del amor, de Anne Cumming. No se dejen engañar por el título, esta novela es de alto voltaje. Cumming, quien en su juventud fue muy amiga de William Burroughs y compañía, es una escritora que cuenta las cosas más extraordinarias con tal sencillez y gracia que te las hace vivir. Y si no encuentran En busca del amor, también sirve El hábito del amor, de la misma autora. Pero, de nuevo, no se confundan, cuando Cumming dice amor, quiere decir tirar, tener sexo del más crudo y extravagante.
En un sitio especial está mi imprescindible Mayra Montero con Púrpura profundo. Es uno de los libros que más he recomendado en mi vida. Solo diré eso. Si tienen la suerte de conseguirlo sabrán por qué.
Por último, y esta es una novedad de las más recientes, Historia sucia de Guayaquil de Francisco Santana, libro de cuentos poderosamente pornográfico en el que la ciudad de Guayaquil también es personaje y a pesar de su caos y fealdad, enamora.
Los dejo para que encuentren mis recomendaciones. Bendita sea la literatura si a parte de hacernos vivir diferentes vidas, consigue que usemos nuestra mente y sobretodo nuestro cuerpo en las formas más exquisitas y creativas posibles.