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@josemarialeonc

La discusión sobre la penalización o despenalización del aborto ha sido llevada por el conservadurismo local al terreno del maniqueísmo. Presentada como una lucha del bien (los pro-vida) contra el mal (los abortistas), las falacias están a la orden del día, desplazando a los argumentos, el sentido común y la sensatez. Esa presentación de un falso dilema impide una discusión seria sobre un tema tan delicado y doloroso como éste. En la búsqueda constante de argumentos que excluyan el mandato moral religioso para darle forma a su argumento, los conservadores han recurrido a teorías de conspiración, la pseudo ciencia, la autoridad moral concedida por sí mismos y a sí mismos y la apelación a los sentimientos.

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Au Naturel, Sarah Lucas

a teoría de conspiración que se ha forjado sobre este tema es que la de los preservativos es un multimillonaria industria que, a costa de la muerte de millones y millones de personas alrededor del mundo, enriquece a unos cuantos pocos. Dice esta teoría que el uso del preservativo da una falsa sensación de seguridad (de, llamémoslo de alguna manera, impunidad sexual) y que por ello cada día más gente fornica y, por ende, aumentan no sólo los infectados de SIDA, sino los abortos en el mundo. Porque la industria de la contracepción no sólo quiere vender sus productos, sino que lo hacen a sabiendas de que no sirven ni para prevenir el contagio del VIH, ni para prevenir embarazos. La única opción, dicen los conservadores, es la abstinencia.

Para probar este punto, recurren a la autoridad moral y la pseudociencia. No en vano el papa Benedicto XVI dijo en Yaundé, Camerún, durante su primera visita a África, en marzo de 2009, que el SIDA “no se puede superar con la distribución de preservativos, que, al contrario, aumentan los problemas”. Y que la solución es «una renovación espiritual y humana de la sexualidad», unida a un «comportamiento humano moral y correcto, destinada a «sufrir con los sufrientes» (renovación y comportamiento correcto que, no es extraño suponer, él nos dirá cuál es…). Y como la autoridad papal no se cuestiona, sino que se defiende así sea absurda, un sacerdote local, el padre Paulino Toral, le escribió una carta a Bonil, por una caricatura que publicó sobre el tema.

En la carta, Toral aleccionaba a Bonil desde la autoridad que le “proporciona ser un sacerdote que visita todas las mañanas de todos los viernes a los pacientes de VIH-sida en el Hospital de Infectología” y al tiempo que lo invitaba a un ensayo supuestamente científico: “Tome usted un microscopio. Ponga un preservativo de látex. Mida las microscópicas perforaciones que tiene el látex. Apunte en una libreta las milimicras que posee cualquiera de las perforaciones. Ahora, coja un virus del sida. Póngalo en el microscopio. Mídalo. Ahora compare las dos medidas: la ciencia de hoy afirma que el virus del sida es 450 veces más pequeño que el espermatozoide. Si bien, los espermatozoides no atraviesan las perforaciones del preservativo, por supuesto, claro que los virus del sida lo hacen”. Todo esto, a decir del sacerdote, en base a las matemáticas, las estadísticas y cinco DVDs que tiene sobre el tema.

La verdad es que los estudios que afirmaban tal cosa datan de 1982, esto es, hace treinta exactos años. Desde entonces, la ciencia ha continuado su indetenible avance porque, a diferencia de las manifestaciones dogmáticas de la humanidad, se alegra cuando los paradigmas reinantes se rompen. Esa ciencia que evoluciona ha determinado que el uso consistente de condones de látex es el método primario de prevención de contagio del VIH:

“The consistent use of latex condoms continues to be advocated for primary prevention of HIV infection despite limited quantitative evidence regarding the effectiveness of condoms in blocking the sexual transmission of HIV. Although recent meta-analyses of condom effectiveness suggest that condoms are 60 to 70% effective when used for HIV prophylaxis, these studies do not isolate consistent condom use, and therefore provide only a lower bound on the true effectiveness of correct and consistent condom use. A reexamination of HIV seroconversion studies suggests that condoms are 90 to 95% effective when used consistently, i.e. consistent condom users are 10 to 20 times less likely to become infected when exposed to the virus than are inconsistent or non-users. Similar results are obtained utilizing model-based estimation techniques, which indicate that condoms decrease the per-contact probability of male-to-female transmission of HIV by about 95%. Though imperfect, condoms provide substantial protection against HIV infection. Condom promotion therefore remains an important international priority in the fight against AIDS”.

A tal punto esta es una verdad aceptada, que el propio Papa tuvo que retractarse, aunque con la ambigüedad que caracteriza a los mea culpa de los políticos.

En el tema del aborto, lo mismo: en este vídeo de youtube la activista Amparo Medina afirma conocer “serios estudios” que probarían la teoría de conspiración y por eso pide a los legisladores argentinos no aprobar la despenalización del aborto.

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Esa constante admonición de que los condones degenerarían en una promiscuidad desaforada, como si los seres humanos no tuviesen control de sí mismos y tuviesen que vivir en una valle de lágrimas y prohibiciones respecto de su conducta individual, es falsa. Es más, los abortos disminuyeron en el mundo gracias a la generalización del uso del preservativo, especialmente en Europa del Este y África.

El testimonio de Medina apela directamente a los sentimientos y abona a la falacia de que los “buenos” están en contra de la despenalización y que «los malos» están a favor. Y qué mejor que una conversa del mal (la militancia guerrillera, el feminismo y el siempre diabólico comunismo) para decírnoslo.

Basta.

La discusión no puede ir por esos caminos. La discusión tiene que abordar los temas de la clandestinidad, de las muertes que los abortos ilegales causan, la falta de una educación sexual integral y, por sobre todas las cosas, sobre la capacidad de una mujer de tomar decisiones responsables, a tiempo y sin tener que soportar el dedo moral acusante del resto de la sociedad.

Porque ese dedo que acusa es otro de los falsos argumentos que el conservadurismo ha esgrimido: que las mujeres después del aborto quedan mentalmente afectadas, casi locas y que para prevenirles ese daño psicológico, el aborto debe permanecer penalizado. Más allá del evidente absurdo que significa reparar un eventual daño psicológico mandando una mujer a la cárcel, las consecuencias psicológicas que pueda tener el aborto deben ser analizadas caso a caso, con sumo cuidado, sin el escándalo con que ciertos, así llamados, “pro vida” gustan de sazonar el asunto, porque nada es más efectivo para mantener el status quo que el miedo y el escándalo.

Digo esto porque hace un par de días circularon un estudio del British Journal of Psychiatry en tuiter, bajo la premisa de que el BJS afirmaba que el aborto causaba severos trastornos mentales en las mujeres que se lo habían practicado. El tuit, sin duda, llamó mi atención. Así que me avoqué a leer el estudio, algo que, o bien no hicieron los que difundían el estudio bajo la escandalizadora premisa de que el aborto trastorna mentalmente a las mujeres o, más terrible aún, sí hicieron pero prefirieron citar selectivamente. Es que la conclusión del estudio es muy diferente a lo promocionado por tuiter. La conclusión del estudio dice, literalmente, que los resultados no respaldan la tesis pro-vida de que el aborto tenga amplios y devastadores efectos en la salud mental de las mujeres, así como tampoco respalda la tesis pro-choice que afirma que el aborto no tienen ningún efecto en la salud mental:

The conclusions drawn above have important implications for the ongoing debates between pro-life and pro-choice advocates about the mental health effects of abortion. Specifically, the results do not support strong pro-life positions that claim that abortion has large and devastating effects on the mental health of women.

Neither do the results support strong pro-choice positions that imply that abortion is without any mental health effects.

In general, the results lead to a middle-of-the-road position that, for some women, abortion is likely to be a stressful and traumatic life event which places those exposed to it at modestly increased risk of a range of common mental health problems.

El otro argumento al que recurren consistentemente los conservadores es que las mujeres mentirán para abortar, en el caso específico de que se apruebe el aborto por violación. Para respaldar el argumento, recuerdan que “Jane Roe” mintió sobre el hecho de que fue violada para iniciar la causa que en 1973 resultó en el reconocimiento del derecho a la interrupción voluntaria del embarazo en los Estados Unidos. La ilación que hacen es: si Roe mintió, entonces, la sentencia dictada por la Suprema gringa es ilegítima.

La realidad es que en ningún momento el fundamento del fallo es que se permita el aborto por violación, sino una cuestión de intimidad personal consagrada en la Constitución de los Estados Unidos. Debería quedar claro que si el fundamento fuese la violación, la corte hubiese despenalizado solamente el aborto por esa causal y, una vez descubierta la mentira, seguramente la habría revisado.

Pero en el fallo de Roe vs. Wade, la Corte consideró, fundamentalmente, que el derecho a la privacidad previsto en el concepto de libertad personal y restricción de la acción estatal consagrado en la Enmienda Catorce de la Constitución, es lo suficientemente amplio para amparar la decisión de una mujer de terminar o no su embarazo.

Lo que los conservadores no se dan cuenta es que el episodio de la “mentira de Roe” es un argumento sólido para establecer una ley de plazos que determine hasta qué semana una mujer puede o no ejercer su derecho a abortar sin tener que esgrimir una razón específica para hacerlo.

Para cerrar este breve compendio de falacias, quiero citar el típico recurso sentimentalista de “la muerte de Bethoven” (o del papa Juan Pablo II, inserte su personaje histórico preferido que estuvo en condiciones de ser abortado). Este argumento –al igual que el de la mentira de Roe– implicaría legislar por las excepciones, sin duda, pero también significaría aceptar una falacia tan ilógica como usar como argumento para despenalizar el aborto el decir “si a Hitler lo abortaban, no había Segunda Guerra Mundial. Se salvaban más de cincuenta millones de vidas”. Ninguno de los dos argumentos es válido, ni puede tomarse en serio.

Lo que debe tomarse en serio es que el delito de aborto es un delito sin delincuente. Nunca nadie se ha ido preso en el Ecuador por abortar; que hay que hacer una valoración seria y razonada sobre la dignidad de la vida de una mujer con personalidad jurídica y derechos ciertos, frente a un organismo con potencial de vida, sin personalidad jurídica y meras expectativas de derechos. Pero, por sobre todas las cosas, hay que regresar a algo de lo que ya he hablado antes: la pena es inútil, el derecho penal es una fracaso porque ha querido subsanar problemas humanos con fórmulas cuasi matemáticas . El aborto es una conducta humana, que tiene directa relación con la vida, la privacidad y la libre determinación. Nunca se va a resolver este tema manteniéndolo en la clandestinidad e insistiendo en la hipocresía de tener un tipo penal vigente que nadie aplica, porque tácitamente reconoce lo ruin y perverso de llevar a una mujer que aborta a un lugar tan inmundo como la cárcel, que, para ilustrar a los conservadores religiosos, debe ser lo más parecido al infierno en que ellos creen.

José María León Cabrera