En Flor de Bastión se come polvo en el verano y en el invierno se maja lodo. Es una de esas leyes exactas o matemáticas que se aplican durante todo el año en esta cooperativa ubicada al noroeste de la gran avenida Perimetral.
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Foto obtenida de Google maps
Sus 65 mil habitantes, según cifras de la Municipalidad de Guayaquil, están acostumbrados. Es algo con lo que han vivido por más de 20 años pues ha sido el precio, desde ese entonces, que pagaron por invadir la zona.
Decidieron asentarse en ese lugar inhóspito y se han acostumbrado a que los servicios lleguen de a poco, según un proceso de legalización que lleva el Cabildo porteño.
Pero nunca se imaginaron que la espera dure tanto, al menos en el tema del agua potable la cual hasta la actualidad se la obtiene a través de tanqueros. Y cuando estos llegan, si es que llegan, comienza el bacanal.
Los gritos desesperados son liderados por los más pequeños de las casas. “Aguaaaaaaa… Aguaaaaaa… necesitamos agua” gritan mientras con sus brazos cubren sus ojos del sol que azota en esa zona de la ciudad.
De repente, decenas de piececitos persiguen la estela de polvo que deja el gran carro, almacén del escaso y codiciado líquido. “Paren, vengan a dejar agua a mi casa”, dice un pequeño. Luego se restrega sus ojos por el polvo.
“Tenemos casi tres días sin agua, ya no sabemos que hacer”, interrumpe mi atención Nelson Fiallos y me enseña los dos tanques metálicos vacíos que llegan hasta mi cintura. De repente saca un pañuelo del bolsillo derecho de su pantalón y se seca el sudor provocado por el intenso sol que pega al mediodía de un lunes. Yo, mientras tanto, meto un poco la cabeza para comprobar la sequedad de los oxidados recipientes.
Entonces me percato de las tres pequeñas nietas de Don Nelson, que me miran preocupadas con sus ojos negros y brillantes. Interrumpe mi atención su abuelo: “Ellas necesitan agua para bañarse todos los días, están en la escuela y no pueden usar uniformes sucios. Lo que hacemos es pedirle uno o dos baldes de agua a mi hija que vive más adelante”, afirma.
Le consulto cuánto le cobran por tanque de agua y responde que a veces, cuando los tanqueros se portan benévolos 80 centavos de dólar (el precio oficial) pero en otros casos hasta un dólar.
Lo preocupante es cuando no van. Es que a los tanqueros les resulta rentable ir a otros sectores, muchos más apartados de la ciudad (mucho màs lejos de las autoridades) y donde la obra de la concesionaria Interagua ni siquiera está en planes, hablo de Monte Sinaí.
“Allá- me dice Don Nelson- cobran hasta 1 dólar y por eso prefieren vender el agua allá”. Claro al precio de dejar a toda esta población sin agua, hasta por tres días, convirtiéndose el líquido en un producto que se vende al mejor postor.
En varios bloques de Flor de Bastión la concesionaria Interagua ejecuta al momento obras para dotar de agua potable a la población que forma parte del 4% de Guayaquil que no tiene el servicio pues según la empresa al momento al 96% de la ciudad tiene cobertura.
Según el Alcalde Jaime Nebot, quien en julio pasado firmó con la concesionaria ocho contratos para la ejecución de obras de este tipo, a fines de este año se espera cumplir la meta del 100 por ciento en la cobertura del servicio. Es decir, que todo Guayaquil tendrá agua, una idea que por el desordenado crecimiento de la ciudad, a causa de las invasiones, es una utopía.
Ilfn Florsheim, vocera de la concesionaria es enfática, “el servicio del agua potable solo llegará hasta los límites de la ciudad, que han sido marcados por el Municipio de Guayaquil”. Es decir habrá agua solo hasta donde el mapa lo marque.
Una de las zonas favorecidas hace pocos meses fue Lomas de la Florida, donde vive Tanya Coello. Un sector a un par de kilómetros al sur de Flor de Bastión y ubicado igualmente frente a la avenida Perimetral.
Para Doña Tanya ahora es beneficioso no pagar más por el agua que venden en tanque pues al día le representaba US$ 2.40, US$ 16.80 a la semana y US$ 72 al mes, es decir US$ 57 más de lo que ahora paga. “Es un alivio porque la economía no nos alcanzaba a mi esposo y a mi. Tengo tres hijos pero quisiéramos que las cosas lleguen completas. Nuestras calles se siguen llenando de piedra y lodo porque aquí no hay drenaje”.
Las calles del barrio de Doña Tanya aún son de tierra, a pesar de que ese sector está lleno de negocios como ferreterías, tiendas, restaurantes y hasta moteles y sitios de diversión nocturna.
Las calles frente a su casa se siguen llenando de agua cada invierno, pues no tienen alcantarillas por donde corra el agua de las lluvias. Y pilas que este año, según el Inamhi, el fenómeno de El Niño se viene en octubre. Más preocupación para todos.
En Lomas de la Florida, cuando las aguas servidas de sus vecinos se colapsan y las lluvias se empecinan la “cosa se pone fea” como dice Doña Martha Sagñay, vecina del barrio y cuyo hijo, coge una pala para remover la cantidad de escombros y tierra que se acumula en dicha calle que tampoco cuenta con pavimentación.
Interagua se defiende con cifras, pues señalan que en el 2000, año en el que ganó esta empresa la concesión, la cobertura del agua potable en Guayaquil era del 31% y subieron en el 2012 a 96% mientras en el alcantarillado pasaron de 55 % al 87%, que es la cobertura actual.
Pero, revisemos otras cifras. Según el último Censo de Población y Vivienda de noviembre del 2010, que fueron presentados por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC) reflejó que el 85,43% de los ciudadanos reciben el servicio por red pública en la ciudad. Una cifra que molestó a las autoridades de la Ecapag, el ente regulador de Interagua. Ellos la desmintieron y en aquel entonces dijeron que la cobertura era del 93%.
Es así, que para el Municipio e Interagua, las cifras pintan favorablemente, pero también existen irregularidades en el servicio que molestan a los usuarios pues, no hay nada más molesto que vivir sin agua. A diario existen quejas por los constantes cortes que muchos sectores sufren, en ciertos casos sin previo aviso, o por algún daño fortuito.
Florsheim, responde que “quien no se entera es solo porque no quiere” pues ellos tienen un cronograma de obras que son anunciadas por muchas vías. Además que dichos cortes son necesarios, porque son parte del denominado Plan Huancavilca para reestructurar las tuberías vetustas de la ciudad. Un proyecto con una inversión de US$ 48.5 millones de los cuales $17 millones serían utilizados en el reemplazo de 350 kilómetros de tuberías para que no vuelva a ocurrir, dicen, accidentes como aquel que ocurrió hace un par de años cuando se originó un enorme hoyo en la avenida Francisco de Orellana por la rotura de una gran tubería que atravesaba la ciudad y que dejó un carril de esa calle cerrado al tránsito vehicular.
Nelson Fiallos, nunca se enteró de ese accidente, para él suficiente rotura sufren sus calles que están abiertas, llenas de agujeros para que los obreros instalen los tubos por los que algún día pasará el agua que llenará pronto los tanques vacíos de su casa.
Hasta que eso se cumpla, sigue esperando en una vieja silla oxidada que el tanquero llegue pronto un lunes al mediodía. Muriéndose de sed, y mirando pasivamente cómo la suciedad se marca en los uniformes de sus nietas recordándole, 20 años después, cuánto desearía disfrutar del río de su tierra donde podía bañarse y disfrutar libremente. Aquella tierra que dejó por encontrar mejores oportunidades en la gran ciudad. Por ahora la única humedad que siente es la del sudor que corre por su frente gracias a ese sol que se confabula con el polvo, para hacer la vida aún más dura en Flor de Bastión.
Bessie Granja