Nada es permanente, excepto el cambio
Heráclito
Cuando cumplí 18 años y las leyes me otorgaron el derecho a votar tenía, como cualquier joven de mi edad, la emoción propia de la responsabilidad recién ganada: elegir un gobierno que dirigiría el rumbo de un país donde la mayoría de la población sufría de las grandes paradojas propias del mal llamado “tercer mundo”; es decir, vivir en un país de enormes riquezas naturales pero carente de desarrollo social. La situación se hacia aun más particular por estar nuestra riqueza basada en uno de los bienes estratégicos más importantes a nivel mundial: el petróleo. En aquel entonces, tenía además una ventaja adicional: memoria de los diversos gobiernos que había visto ir y venir desde niña pues me había pasado la infancia y parte de la adolescencia escuchando a familia y amigos hablar de política con la naturalidad propia de quienes abiertamente demuestran sus diferentes posiciones partidistas e ideológicas en un ambiente tolerante.
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Imagen tomada de Noticias24.com
Veinte años han pasado desde que pude ejercer legalmente por primera vez el derecho al voto y veo ahora a una nueva generación de jóvenes pasar por ese ritual civil que representa una de las mayores expresiones del concepto de ciudadanía. En esta ocasión, no obstante, es imposible obviar un hecho que marca una diferencia fundamental: el nuevo votante venezolano únicamente conoce a un presidente, un gobierno, y un modelo político desde que tiene solo cuatro años de edad. Esto constituye una contradicción básica con uno de los principios más importantes de la democracia moderna: la alternancia. La nueva generación de votantes venezolanos no solo conoce a un solo gobierno sino que es también victima y victimario de uno de los procesos más devastadores del tejido social: la polarización. Mas allá de los logros sociales que deben reconocérseles a la actual administración, es casi imposible pensar a Venezuela desde el cómodo y necesario rincón de la objetividad. La polarización política de la sociedad venezolana se ha convertido en uno de los principales obstáculos para alcanzar un progreso social que debe ser una construcción colectiva y no impuesta desde modelos ideológicos impulsados por los líderes en nombre de sus pueblos. Deben ser los pueblos, actuando desde sus diferencias a favor de sus necesidades comunes, quienes imponen la agenda y la ejecuten y no lo contrario.
Venezuela ha participado masivamente en unas nuevas elecciones presidenciales. El porcentaje de participación, 80,94 por cierto de los electores, representa un record histórico, por lo demás envidiable en aquellos países donde la abstención es un problema político. El resultado ha sido claro: con 54,4 % de los votos el anterior y actual presidente se convierte, nuevamente, en presidente, frente a un 44,97 por ciento de su contrincante. Para ponerlo en perspectiva aun más comprensible: de terminar su mandato, el presidente gobernaría desde su toma de posesión en 1999 hasta el final de este periodo en el 2019. Para ese entonces el “nuevo votante” tendrá 24 años, y habrá conocido a un solo presidente desde que tiene 4 años de edad.
La reflexión más importante que me queda al final de un día en el que tenía la esperanza de un cambio de gobierno es una muy concreta: uno de los principios más importantes de la democracia -la alternancia- se pierde justamente a través de otro de los mecanismos más necesarios del sistema democrático -el voto. Una buena cantidad de países han impuestos limites constitucionales a la posibilidad de relegirse indefinidamente y Venezuela también los tuvo en su oportunidad. Nuevamente fue el voto, en esa ocasión para una enmienda de la constitución, que eliminó los límites que antes existían. Lamentablemente la practica “se ha vuelto popular” en algunos países de America Latina y la posibilidad de tener a varios lideres de la región en el poder por más de dos y hasta tres periodos de gobierno es ahora una realidad latente. En pocas palabras, los mecanismos democráticos parecen ser los creadores de algunas de sus propias amenazas. Ante semejante contradicción la única apuesta posible es trabajar el perfeccionamiento del sistema, nunca sustituirlo por otros medios. Es justamente en este ultima idea donde radica la esperanza de una Venezuela posible, la Venezuela donde el 44,97 por ciento que expresó su necesidad de un cambio sea escuchado y atendido con la tolerancia y el respeto que se merece y con la creación de mecanismos para canalizar sus necesidades y aspiraciones como pueblo que somos todos.
El ahora relegido presidente hereda de sí mismo una miríada de problemas sociales y políticos que no pueden ser resueltos a base de ideologías y discursos. Hereda, tristemente, uno de los problemas de seguridad ciudadana más agudos del continente, con una de las peores tasas de homicidios en el mundo. Hereda también un terrible déficit habitacional, graves problemas de infraestructura, escasez de productos básicos, fallas eléctricas a nivel nacional, poca productividad, deudas adquiridas con países como China y Rusia y en general el agotamiento de un modelo rentista poco transparente e ineficientemente manejado. Lo más importante de todo: finalmente hereda una oposición política organizada y crítica que además tiene el respaldo de casi la mitad de la población. Bien lo dijo una amiga ecuatoriana que me empujó a escribir este articulo: “la Venezuela de hoy no es la de 1999”. Es por ello que a pesar de los resultados que adversan mi propia preferencia política y mas allá de la continuidad por la que la mayoría de mis paisanos han preferido optar, me ha sido imposible no recordar al sabio Heráclito de Grecia en esta madrugada en la que intento comprender a mi propia democracia: “nada es permanente, excepto el cambio”. Puede que estos próximos seis años estemos gobernados por el mismo presidente y tengamos el mismo gobierno, pero es imposible que con el mensaje enviado en estas elecciones no se produzca un cambio en el país. Por una parte, no puede el poder, desde la cima, ignorar las necesidades de una población que cívicamente lo ha relegido. No puede, por otra parte, desatender e ignorar a quienes no lo apoyaron cuando se trata de casi la mitad de quienes ejercieron el derecho al voto. Al fin y al cabo los problemas antes mencionados no distinguen preferencia política alguna, son problemas colectivos que nos afectan a todos sin importar el color de partido y que por lo tanto requieren de soluciones que nos incluyan a todos como ciudadanos.
Hay ciertamente muchas maneras de leer los resultados electorales que hoy arroja Venezuela. Yo prefiero ir un poco mas allá de la lectura de la continuidad para creer que a pesar del triunfo de un mismo presidente el país también ha enviado un fuerte mensaje de cambio que no se ha concretado necesariamente en una transición de gobierno. Ojala esa lectura logre un “nuevo” gobierno mas incluyente y respetuoso de las diferencias. Yo por mi parte me quedo con esa ilusión intacta
Carolina Jiménez