Yo quería escribir algo así como bacán para volver, pero me topé con las aguas electorales. Toca entonces, adentrarse en el oleaje cada vez más constante de dimes y diretes que mis redes sociales y entorno no-virtual van receptando por culpa del progresivo herpes político, que en Ecuador se difunde rapidito, ya que aunque no lo aceptemos, bien que nos gusta cómo se ve, suena, se menea, en síntesis: el relajillo.
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Es precisamente en esa palabra burda, soez, estrafalaria pero autóctona, en que se puede definir sencillamente toda la parafernalia política-partidista a la cual estamos acostumbrados, y, cómo manjar suculento, degustamos plácidamente cada 2 años (en promedio) con todas las caracterizaciones que permite para cada individuo y el colectivo social. Está servido a la mesa algo que, inconscientemente, ayudamos a cocinar.
Me explico mejor. Estoy con una hipótesis que me da vueltas en el mate hace varios meses: tenemos la política que queremos y merecemos. Así de simple y rajatabla. Claro que deben haber leído eso en alguna otra parte, pero en realidad, pocos asumen como cierto, o por lo menos como viable, que una sinergia colectiva de pensamientos es la causante del modelo o sistema político que actualmente se aplica en el país. Siempre es la culpa del político aquel, el otro, o tal, etc. Ajeno a nosotros, es la premisa.
¿Por qué es nuestra culpa? Por un principio físico cuántico q puede aplicarse con sobriedad a la sociedad en que vivimos. Se le llama “El efecto observador”, que se explica por la interacción inevitable entre un instrumento y el fenómeno que se observa. La teoría es de Werner Heisenberg (1901-1976), físico alemán, quien señala que la posición y el momento de una partícula no pueden determinarse hasta que no es medida —existe en un estado de superposición, está, por así decirlo, en todas partes antes de ser medida u observada-. La interpretación popular, que pasa de manera fractal lo microscópico al mundo macroscópico, ha entendido esto como que al observar cualquier fenómeno, al percibir algo, lo modificamos: la mirada transforma e incluso, bajo cierta influencia del new age, al percibir (o al creer en) algo lo estamos (co)creando.
Juguemos a que esto puede ser válido, y fijemos cómo, ciertamente, nuestra “inobservancia” en muchos momentos permite la aplicación nefasta de métodos pocos éticos en nuestra administración pública y política, mientras en cambio, cuando somos partícipes del proceso, los repercusiones y giros son abrumadoramente positivos para la mayoría.
El caso pre electoral de las firmas falsas es un ejemplo acertado. Desde que el CNE anuncio mucho tiempo atrás de la reinscripción de partidos y movimientos políticos con un número de adherentes fijos según el padrón electoral, ya se concebía como un proceso inédito en el país y de gran trabajo y esfuerzo por parte de las agrupaciones interesadas. ¿Cuántas, cosas se pudieron evitar, con talvez un poco de perspicacia, curiosidad, o debate del tema meses atrás?
Nada. Del tema no se sabía nada. Hablando de forma teórica-física, la ley, la norma existía, era real, estaba ahí, con tiempos y estatutos fijos, pero como nadie se fijó, nadie observó, nadie dijo mu, pasó desapercibida pero enrumbada hasta qué…
… La atención de todo un país pasó de golpe al asunto. El escándalo por la falsificación de firmas, por estar inscritos en partidos que aborrecemos o movimientos que ni sabíamos existían, fue noticia recurrente en medios públicos y privados. Las redes sociales hicieron bomba la cuestión y todos, todos, comentaban, se quejaban, reflexionaban sobre el caso. Pero ojo, fue más allá del típico “súfrete algo”, ya que se vislumbraron soluciones, se encontraron salidas, se hicieron movilizaciones, se produjeron cambios. Cambios decretados por la observación y percepción del fenómeno. Sin duda fuimos co-creadores de la corrección del problema y que actualmente, muchas tiendas partidistas se hayan quedado fuera del juego electoral.
Ya con esta vivencia fresquita, le invito a seguir preguntándose. ¿No le gusta el actual tablero electoral? Ok revisemos: ¿Cuándo nos detuvimos, primero desde la conciencia individual, y luego como sociedad activa, a discutir, concertar, o presentar propuestas para los cargos a elegirse? El gran porcentaje de ecuatorianos, esperamos sentados los nombres de quiénes por voluntad propia, o el de grupos minúsculos, deciden lanzarse el ruedo. Aquí, me apunto a estar en desacuerdo con el dicho antiguo de “meros espectadores de la participación política”. No llegamos ni a eso. Somos apáticos, desinteresados, perdidos en el día a día de un sinnúmero de banalidades materiales, tecnológicas o faranduleras. En un hipnotismo tal que solo ahora, justo ahora, cuando los candidatos comienzan a aparecer, tomamos contacto con el hecho para, adivinen que: quejarnos.
¿Desde cuándo usted sabía, amable lector, que habría elecciones?
Esta verdad relativa, que los científicos menos cuadrados están comenzando a reconocer, representa el axioma que puede conducir a modificaciones drásticas en nuestros modelos políticos, sociales y económicos. ¿Se imaginan tomar una conciencia colectiva, a través de la percepción total, de lo que pasa en nuestro pequeño Universo llamado Ecuador? ¿Seguiremos anclando nuestra esperanza desecha ya, en las voluntades, limitaciones y defectos de un solo individuo? ¿Somos capaces de tomarnos en serio la palabra sociedad?
La física cuántica entiende al fenómeno como el “efecto observador”. Las corrientes new age como “la conciencia colectiva del todo”, en cambio para los teoristas políticos no es más que “acción política, participación” o a secas, la utópica concepción de democracia. Sea como sea que lo entendamos, talvez en la próxima oportunidad que tengamos para decidir el futuro de una nación, seamos individuos conscientes de lo que hacemos, enfocando la atención en lo prioritario: el bienestar propio y del resto. Para eso, basta con ser partícipe del mismo. Que lo haga cada uno a su manera, igual la suma de acciones brindará posiblemente un valioso resultado.
Ángel Largo Méndez