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@nomediganrosita

“La guerra es bella, porque gracias a las máscaras de gas, al terrorífico gramófono, a los lanzallamas y a las tanquetas, funda el dominio del hombre sobre la máquina subyugada. La guerra es bella, porque inaugura el sueño de la metalización del cuerpo humano. La guerra es bella, ya que enriquece las praderas florecidas con las orquídeas de fuego de ametralladoras. La guerra es bella, ya que reúne en una sinfonía de tiroteos, los cañonazos, los altos al fuego, los perfumes y olores de la descomposición. La guerra es bella, ya que crea arquitecturas nuevas como las de los tanques, las de las escuadrillas formadas geométricamente, las de las espirales de humo en las aldeas incendiadas y muchas otras… ¡Poetas y artistas futuristas! … acordaos de estos princi

pios fundamentales de una estética de la guerra para que iluminen nuestro combate por una nueva poesía, por unas artes plásticas nuevas”

Marinetti
Tomado del libro “La an-estética de la arquitectura” Neil Leach

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El movimiento futurista priorizó a la máquina sobre el ser humano, sus elementos principales fueron el dinamismo, la velocidad, los paisajes urbanos masivos, apostando a tomarse la altura del cielo. El retrato de la realidad en movimiento irónicamente capturó lo efímero, se crearon obras de arte y arquitectura, en donde algo tan crudo y destructivo como la guerra, sirvió de inspiración. La guerra se redujo a la mera imagen.

Las situaciones más horrorosas lograron camuflarse entre otras noticias, los más crueles misiles se transformaron en sombras hermosas delante de un atardecer, los bombardeos nocturnos se mimetizaron tras una imagen que parecía sacada de un libro de impresionismo, y hasta el núcleo de una bala lucía similar a una obra de arte abstracto.

¿Fue este giro de la concepción del mundo a inicios del siglo XX el inicio del fin?

La tendencia del ser humano a embellecer todo lo que le rodea, hace que se hurgue en lo más profundo de las preocupaciones éticas para transformarlas en preocupaciones estéticas. Estamos viviendo en una cultura de la apariencia externa, en donde la contaminación visual, auditiva y verbal produce en nosotros un amortiguamiento de los sentidos y de nuestra capacidad de reaccionar.

El aceleramiento del ritmo de vida nos ha convertido en un número más dentro de las arterias de una cuidad que vive en constante pulsación, en la cual, si una pieza deja de funcionar, es arrastrada por todas las otras que vienen detrás para continuar dentro del flujo sanguíneo contaminado.

Hemos perdido la capacidad de selección dejándonos seducir por vallas, letreros, luces, estructuras, vidrios, espejos y colores que nos hipnotizan y nos llevan hacia ellos, hasta que algo más llamativo se cruza en nuestro camino, entonces instintivamente cambiamos de dirección de la misma manera en que lo haría una persona vendada los ojos al chocar contra la pared de un laberinto.

Es curioso que la estética misma, esté generando una negación de los sentidos. Me refiero a que con tantas cosas que ver, oír y sentir, en realidad no vemos, oímos, ni sentimos nada. Todo se manifiesta como un ruido ensordecedor e implacable.

Click, partido de fútbol. Click evento cualquiera. Click asesinato. Click chisme de farándula. Click anuncio comercial. Click ataque terrorista. Click video musical.

El camarógrafo intenta captar el mejor ángulo, se adorna con una frase bonita y se presenta al público que sigue intentando discernir entre miles de otros flashes estéticos que le ciegan. ¿La solución será presentar imágenes cada vez más crudas para que nos saquen del trance? ¿Abogar por una prensa amarillista? Si esa es la solución, ¿A qué más podrán acostumbrarse nuestros sentidos inflamados de buen gusto? ¿En qué otros calvarios humanos podremos hallar belleza?

 

Rose Regalado