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@minitaduque

Antes de que la crisis fuera el gran tema de conversación en Portugal. Antes de que la Troika (aquel club integrado por el Banco Central Europeo, Comisión Europea y Fondo Monetario Internacional) fuera visita permanente. Antes de que los socialistas dejaran el poder después de haber puesto el destino de las finanzas del país en manos de la Troika. Antes de que la emigración fuera una opción en firme, mucho antes, ya Portugal miraba a sus ex colonias con ojitos cariñosos.

Unos, porque acá nadie olvida la abundancia de episodios que han empujado a inmigrar a este pueblo. Se hablaba de Brasil con añoranza, al recordar a aquel tío abuelo que había partido hacia Sao Paulo a trabajar de panadero. Otros, porque sus familias vivieron por varias generaciones en las colonias africanas, hoy Angola y Mozambique, y tuvieron que partir, hacia Portugal, obligados por las revoluciones y la violencia. Otros más, por el puro orgullo de que en pequeños rincones de Asia, en las esquinas de Macao, Timor o Goa, aún quedan personas que hablan en portugués, señal de los siglos que los lusos permanecieron al mando.

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Quizás por eso las sonrisas ante los inmigrantes, el trato amable al brasileño o al angolano que viven por acá, las historias familiares que se comparten con quienes buscaron en este país de Europa una vida diferente. Con excepciones, muy pocas, el portugués no coquetea con la xenofobia.

Hoy, cuando en nombre de la austeridad para enfrentar la crisis les vuelve a reducir los salarios, les quitan más vacaciones y feriados, Portugal sigue mirando a las ex colonias, pero ahora lo hace con ojos de amor desesperado. Así parten para convertirse en inmigrantes sin papeles en Brasil, Angola o Mozambique, llevados por las buenas noticias que han escuchado de quienes se adelantaron y por lo que se lee en la prensa: la pujanza de Brasil, la riqueza de Angola, las oportunidades en Mozambique.

Eso, la gente que uno se encuentra en la calle. La relación del Gobierno con los otros países que hablan portugués parece más bien la de un padre que no quiere darse cuenta de que los chicos lo están manipulando. O que el bebé creció y ahora tiene una casa más grande y mejores ingresos, y se frustra porque no le hace caso.

Al Gobierno portugués, a veces, se le sale en el discurso un orgullo de padre cuando habla de Brasil. En otras ocasiones, se expresa de aquella parte del reino que se independizó de la mano de un príncipe portugués como si fuera un chiquillo malcriado. Brasil ni se inmuta.

En otras ocasiones, los representantes de Portugal reaccionan con tono de patrón ante las ideas que vienen de Angola y posan con aire de dignidad para criticar la dictadura disfrazada de democracia que vive aquel país desde que dejó de ser su colonia, para después salir implorando por la inyección de fresquísimos capitales angolanos para enfrentar los desastres económicos. En estos días se habla de la venta de RTP, el canal estatal, a una empresa angolana. Angola se ríe y, en los foros internacionales, no pierde ocasión para llevarle la contra a Portugal, que no termina de digerir ese comportamiento díscolo. Algún día Portugal, el Estado, se acostumbrará a que ya no tiene influencia en la vida de aquellos que fueron sus territorios. Lo que dudo es que los portugueses dejen de mirar y suspirar por Brasil, Angola, Cabo Verde o Mozambique.

 

Sabrina Duque